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El gato policía

Es habitual encontrar perros policía. Los perros son rápidos, fieros, leales, fuertes y tienen un gran olfato. Pero lo que no es corriente, nada corriente, es ver un gato policía. Por eso toda la comisaría se quedó sorprendido al ver al capitán Ramos aparecer con un gato uniformado.

-Capitán Ramos, ¿qué hace con un gato aquí, y así vestido? -preguntó el sargento Martínez.

-Este es el nuevo agente del departamento de robos -dijo el capitán Ramos.

-Es una broma, ¿verdad? -dijo el sargento Martínez, que enseguida se arrepintió de sus palabras ante la dura mirada de su capitán. 

-Este gato es una auténtica joya -dijo el capitán Ramos-. Yo mismo lo he entrenado.

-Con todo respeto, mi capitán -dijo el sargento Martínez-, ¿no hubiera sido mejor entrenar a un perro, como siempre? Los gatos son… en fin, les falta…

-Hay que tener la mente más abierta, sargento -le reprendió el capitán-. Le sorprendería ver las virtudes de estos animales.

-Por supuesto, mi capitán -dijo el sargento, aún incrédulo.

Ese mismo día hubo un robo en la ciudad. Diez policías acudieron a la escena del crimen, acompañados de tres de los mejores perros policía del país. El capitán llegó después, con su gato policía.

Los perros, al ver al gato, empezaron a ladrar. Pero el gato ni se inmutó. 

-¡Haced vuestro trabajo! -les increpaban los policías. Pero a los perros les costaba mucho concentrarse en la búsqueda de un rastro.

Finalmente, los perros encontraron algo, un rastro que se colaba bajo una puerta. Solo un pequeño agujero les permitía comprobar que el olor continuaba más allá, pero no podían pasar. La puerta estaba atascada y no había forma de abrirla o derribarla. 

Entonces entró en acción el gato, que se coló por el agujero. El capitán Ramos se dirigió a sus hombres y les dijo:

-Prepárense y, a mi señal, síganme. 

Los agentes, sin saber muy bien de qué iba todo aquello, obedecieron la orden. Entre tanto, el gato, rápido, astuto y escurridizo, localizó al ladrón y lo alcanzó. Entonces, empezó a hacerle zalamerías para que lo acariciara. El ladrón cogió al gato y se lo llevó consigo.

-¡Qué gatito más mono! -dijo el ladrón-. ¡Y qué abriguito tan gracioso! ¿Nadie te ha dicho que el disfraz de perro policía te sienta muy bien? ¡Qué simpático!

Pero en cuanto el ladrón puso un pie en la calle, ya muy lejos del lugar del robo, con el gato y el saco del botín, dispuesto a coger el coche que tenía preparado para huir, la voz del capitán Ramos tronó a través del megáfono policial:

-Suelte el botín y suba la manos. Está usted detenido.

El ladrón hizo el amago de echar a correr, pero el gato saltó y, colocándose frente a él, sacó los dientes y gruñó casi como si fuera un tigre. Al ladrón le dio tanta impresión que dio marcha atrás y se cayó de culo. 

Los policías arrestaron al ladrón y le dieron la enhorabuena al capitán Ramos. 

-Este gato se merece una medalla -comentó el sargento Martinez.

-No lo dude, sargento -dijo el capitán-, pero primero habrá que pensar en cómo hacemos para que los perros y el gato se lleven bien, porque hemos estado a punto de echar a perder la operación. Reconozco que no había pensado en ello.

-Pues tenemos un trabajo duro por delante, aunque después de lo que he visto confío en que sea posible, capitán.

Y así fue como el primer gato policía de la historia revolucionó la lucha contra el crimen. Y es que todos tenemos algún talento que puede servir para mejorar las cosas, por raro que parezca.

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