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Tiene mi alma dos fotos de perfil y una de frente en el traje de una cebra.
Otra fuga es necesaria. Una más de este presidio.
Escapar de nuevo.
Descalzo, como es de rigor.
A sacralizar el deseo, el pensamiento. A besar el pie del árbol que nació cuando aún los hombres vestían túnicas. A absorver como una sanguijuela, de sus raices el paso de los siglos.

Y cruza, en estas, una avecilla el cielo soberbio, padre del azul que roba el agua.
Un pájaro que se bebe de un aletazo la gravedad de la ley más grave. Que insulta desde su insignificancia a las grandezas inabarcables.
Y desaparece rasgando el firmamento como quien no hace nada.

Ahora pasa una hormiguita en busca de quehaceres. No sabe ni quiere saber un ápice, de mi pensar complejo y gratuito.
Adios, hormiga, ya volverás por tus pasos. No voy a moverme. Aquí te espero.
Tienes un poro en la corteza del planeta registrado a tu nombre y has de regresar a hundirte en las arterias de la tierra.

Tal vez sea una raiz cuadrada lo que sostenga la vida de este árbol cónico.
Y yo sentado a su sombra sea sólo una cifra dentro de las matemáticas.

Tiene mi alma una ficha en comisaría.
Habré de construir con mis reacciones químicas, un túnel, una soga o un revólver.
Huir.

Y vuelve en este instante la hormiga arrastrando una semilla mayor que ella diez veces.
También a ti, pequeño insecto, te ha tocado cargar en esta vida, mucho más de lo que pesas.

Ven, deja el fardo. Siéntate conmigo y huyamos.
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