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El estigma

~Vestía una blusa azul, y jeans al tono, un pañuelo en la gama también del añil, era realmente hermosa. Caminaba armoniosamente, sus cabellos infinitamente largos, se movían cadenciosos al compás de su paso, nada parecía no tener armonía en su figura. Sólo mirándola de frente se podía notar la pequeña hendedura que su labio superior había traído consigo al nacer… Para ella siempre fue lo que la relegó, no aceptaba en su interior esa marca, pero trataba de superar lo molesto de la situación. En su entorno casi nadie lo notaba, o sería que estaban acostumbrados a verla. Pero no era fácil conocer a alguien sin sentir la mirada puesta en su boca.
Aquella tarde de lluvia, amparada bajo su paraguas, pues ésta era copiosa y primaveral, de las que bellamente lavan las hojas de los árboles, dejándolas brillantes, luego de la sequía invernal, los brotes nacidos casi empujados por el clima parecían crecer a la vista de todos…
Sintió un enorme deseo de beber un café, sus pies se mojaban, y comenzaba a tener algo de frío, recogió el paraguas, y entró a un pequeño bar donde cada tarde se refugiaba a leer o simplemente a observar a la gente pasar… Imaginaba la vida de cada uno, soñaba ser como esas personas que no sufren ninguna huella significativa en su rostro, pensaba que con sólo eso ella sería feliz, pero nada decía… Estaba agradecida a la vida por que era creyente, sana, tenía a sus padres a quien amaba y ellos a ella la colmaban de cariño. Sería injusta pensar en recriminarle a alguien su defecto. Sabía que viviría siempre con él. Cuando, sin darse cuenta, golpeó el pocillo con el codo yendo a parar el contenido en su ropa. No sabía que hacer, ¡ella siempre tan prolija, con tremenda mancha en su jeans! Apareció, no sabía de donde, un joven que ni que la estuviera mirando con anterioridad, con un papel absorbente, una toalla, y mirando la mancha que se extendía por el pantalón atinó a decirle: Mira si no la sacas enseguida se hará indeleble, ¿me permites? Y sin esperar respuesta, colocó el papel sobre su ropa y luego restregó con la toalla húmeda, repitió el secado, y casi quedó bien.
La muchacha sin dejar su asombro por la rapidez y la audacia de él, no sabía si agradecer o enojarse… Optó por mirarlo a los ojos, y diciendo un gracias pequeñito, mitad para que el no mirara su boca, la otra mitad de tímida, nomás.
Cual sería su sorpresa cuando miró su cara y vio que el también intentaba esconder el mismo estigma…
 

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