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El duende avaricioso

Tin era un duende muy travieso que vivía en una pequeña casa en el campo. Cerca había una fuente junto al camino que llevaba a la ciudad. A Tin le gustaba mucho asustar a los viajeros que pasaban por allí y se detenían a beber agua de esa fuente.

A Tin se le ocurrió que, en vez de asustarlos, podía pedirles algo a cambio de beber agua de la fuente. Así no tendría que trabajar para comer. Y eso fue lo que hizo. Cuando alguien se detenía a beber agua, Tin salía de detrás de la fuente, se ponía delante del caño y le pedía algo de comer a cambio de dejarle beber. La gente que paraba solía estar muy sedienta así que accedían sin discutir a las peticiones del duende.

Poco a poco Tin se dio cuenta de que podía pedir dinero en vez de comida. De modo que cada vez que alguien se paraba a beber, Tin le pedía una moneda de plata a cambio de dejarle coger agua de la fuente.

Un día de mucho calor paró en la fuente una familia con dos niños pequeños que llevaban horas sin beber nada, pero que no tenía dinero para pagar a Tin.

-¡Si no tenéis una moneda de plata no podréis beber de esta fuente! -dijo el duende con voz firme.
-Volveré y te pagaré el doble, pero deja que mis hijos beban un poco de agua -dijo el padre de los pequeños.
-Está bien, pero tendrás que dejarme a uno de ellos hasta que vuelvas -respondió el duende -. Así sabré que realmente me vas a pagar, que no me fío de ti. 

El padre dejó al mayor de los hermanos con el duende y se marchó.

Cuando volvió el padre con las dos monedas, Tin fue a entregar al niño y se tropezó con una piedra enorme. Se golpeó tan fuerte la cabeza que casi no podía ni moverse.

-¡Ayudadme, por favor! ¡No puedo moverme!
-Está bien -dijo el padre -, pero tendrás que pagarme tres monedas de plata para que te lleve a tu casa.
-Pero no tengo nada más que dos monedas -dijo el duende-. Llévame a casa y te daré la que falta.
-¿Y qué garantía tengo de que vas a cumplir tu palabra? -dijo el padre-. Lo siento, duende, si pero si no me pagas me tendré que ir.
-Espera, espera -insistió el duende -. Toma, la llave de mi casa. Así sabrás que te pagaré.

El padre y su hijo llevaron al duende a su casa y ya iban a marcharse cuando el duende les pidió que se quedaran.
-Un momento. No me podéis dejar aquí en el suelo. Ayudadme a entrar dentro, os daré más monedas, os lo prometo. Tengo una bolsa entera.

El padre y el hijo lo metieron dentro, le curaron las heridas y le prepararon algo de cenar.

-Aquí tenéis. Vuestro dinero. Soy un duende de palabra.
- No lo entiendes. No queremos tu dinero -dijo el padre-. Si quieres agradecer lo que hemos hecho por ti deja que la gente del camino pueda beber agua con tranquilidad. La fuente no es tuya, sino de todos. Si todo el mundo fuese como tan avaricioso como tú todavía estarías tirado en el camino pidiendo ayuda para que alguien te levantara. No puedes ser así. 

Tin se dio cuenta de que tenía razón y decidió que desde ese mismo instante iba a cambiar. 

Dejó de cobrar a la gente porque bebiera agua de la fuente y compró comida con el dinero que había ganado para poder ofrecer algo a la gente que llegaba cansada y hambrienta. No pedía dinero a cambio pero se sorprendió mucho al ver que la mayoría siempre le daban alguna moneda. 

El puesto de comida de Tin se convirtió en un lugar muy visitado y le permitió convertirse en alguien querido por los demás.

Datos del Cuento
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