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Categoría: Educativos

El cuento del medio cuento

- Mamá, cuéntame un cuento.
- No puedo, no tengo tiempo.
- Entonces cuéntame medio cuento.
- Bueno.

Había media vez, hace medio tiempo, Media Luna que quería ser entera. Ahí estaba a medianoche, en medio cielo, avanzando a medio paso y lamentándose de ser sólo Media Luna.

- Yo quiero ser Luna completa –se decía a media voz–, La Tierra es completa. Los osos son completos. ¡Hasta las pulgas son completas!

Y, levantando la voz, añadió:

- Y yo aquí, colgada a medio cielo, ¡sólo soy Media Luna!
¿Qué es eso?

- Una fase –le respondieron los astrónomos La Media Luna se enojaba:
- ¡Qué fase ni que ocho cuartos! ¡Yo quiero ser entera!
- Ocho cuartos son dos enteros –sentenciaban los matemáticos
- ¡Serán enteros de lotería! –se enfurecía la Media Luna– ¡Ustedes no entienden nada!

Enfurruñada, se volvía hacia su lado oscuro, de espaldas a la tierra. Desde ahí lanzaba sus quejas al universo.

- ¡Media Lunaaaa! Sólo soy Media Luna. ¡Qué aflicción!

Los planetas y sus satélites la escuchaban pero guardaban silencio. También ellos tenían sus “fases”, sus ratos de depresión, pero no se les había ocurrido quejarse.

La Media Luna, desde su lado más oscuro, le lloraba al universo. Las estrellas lejanas escucharon algún día su queja.

- ¿Quién llora a lo lejos? –se preguntaron–, será algún planeta impaciente o algún satélite joven –decían–. No saben esperar. Ya las estrellas movían sus deslumbrantes y viejas cabezas, añadiendo:
- Debe ser alguien insignificante, pues desde aquí no se ve–. A la Media Luna no le importaban las estrellas. Sabía que estaban lejos, tan lejos que sus chismes tardarían millones de años en recorrer el universo.
- Sus consejos me llegarían tarde –se decían– y yo no puedo esperar. ¡Quiero se Luna llena hoy mismo! ¿Oyeron? –gritó, volviéndose de nuevo hacia la tierra– ¡No quiero ser Media Luna!
- ¿Qué tienes contra los medios? –protestó un satélite artificial que la había escuchado–. ¿No has oído hablar de los medios de comunicación? ¡Somos importantísimos! y ¿Qué me dices de los medios de transporte? –continuó el satélite artificial–. Gracias a su evolución estoy aquí en el espacio.

Desde la rueda primitiva hasta las modernas naves espaciales, los medios de transporte…
– ¡Cállate! –Interrumpió la Media Luna, que no quería escuchar conferencias–. ¡Medios de comunicación! ¡Bah! ¡Si fueran buenos serían enteros!

El satélite se quedo mudo, pensando en enteros de comunicación.

La pobre Luna incompleta se puso a contemplar su imagen: Media Luna brillante, reflejada en un quieto lago. Al ver sólo su mitad se soltó a llorar y las gotitas sobre el agua quebraron su imagen en mil pedazos.

– ¡Buaaá! –Aulló la pobre Media Luna–. ¡Ahora soy montones de mitades!

El Tiempo, que iba pasando, recogió los pedazos y volvió a armar la imagen d ela Media Luna sobre el lago.

– No llores –le dijo–. Mira que hermosa eres.
¬– Sigo siendo Media Luna –le dijo ella, inconsolable.
– ¿Y eso qué? –Contestó el tiempo–. Yo tengo un montón de medias horas y son felices y útiles. Le sirven a una persona ocupada para escribir algún cuento.
– ¡Pero a mí no me sirven para nada! –gritó la Media Luna–. Vete, no quiero tus consejos.
– Ten paciencia –dijo el tiempo, alejándose–. Dentro de muchas medias horas serás Luna llena.
– ¡Pero yo quiero serlo ahora! –le gritó la Media Luna, y se puso a pensar como hacerse llena instantáneamente.

Leyó recetas, consejos de belleza, dietas para engordar, y hasta la sección de anuncios clasificados de los periódicos, pero ¡nada!

Desesperada, decidió acudir a un prestamista.
Pero no había en la Tierra quien prestara lo que la Luna quería: luz para ser entera.

Mirando la Tierra nocturna, la Media Luna observó focos de luz aquí y allá: ciudades, pueblos, guerras, industrias, aldeas, fogatas, cerillos y chispas.

– Tomaré esa luz para llenarme –se dijo.

Y, poco a poco, la Media Luna llegó a tres cuartos y, decidida, tomó la poca luz que quedaba y se llenó por completo.

– ¡Mírenme! –presumía–. Ya no soy Media Luna. ¡Soy entera!

Pero la luz robada era escondida y nadie podía ver aquella Luna que cambiara, de repente, de media a llena.

–¿Qué les pasa? ¿No me ven? –gritaba ella–. ¡Soy Luna llena! Escríbanme poemas, cuenten leyendas de brujas.
¡Que salgan los lobos a aullar, hay Luna llena! –proclamaba.

Nadie le hacía caso. En la Tierra reinaba el caos: hasta los cerillos se apagaban enseguida, porque la Luna absorbía su luz inmediatamente. Nadie podía ver nada en aquella oscuridad: chocaban unos con otros, se perdían como si no existieran.

Sólo los soldados descansaron al apagarse las guerras. Fatigados, se echaron a dormir con sus enemigos, hermano con hermano. El resto de la Tierra, oscuro y desconsolado, enmudeció.

–Nadie ve mi luz robada –pensaba la Luna–. Nadie la comenta.

¡Ni siquiera podrán leer este cuento!

Y la Luna, afligida de ver la Tierra tan oscura, comenzó a llorar. De su gran cara redonda brotaban lágrimas de resplandor y, poco a poco, la Luna se fue vaciando de luz.

La Tierra, entonces, se fue encendiendo poco a poco: las ciudades, pueblos e industrias echaron a andar. Los soldados despertaron pero decidieron dejar las guerras apagadas y se fueron a sus casas. Las aldeas se encendieron tenuemente, las fogatas dieron nuevamente su calor y los niños pudieron leer este medio cuento.
Datos del Cuento
  • Categoría: Educativos
  • Media: 5.48
  • Votos: 182
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Lágrima Azul
invitado-Lágrima Azul 12-09-2006 00:00:00

Me encantó, muy bello. Felicidades al autor/a! Es precioso. Saludos

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