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El caso del Doctor Bocazas

En una gran ciudad de nombre impronunciable se escondía uno de los ladrones más buscados de todos los tiempos: el Doctor Bocazas. El Doctor Bocazas había recorrido el mundo durante años haciéndose pasar por dentista para robar los dientes a sus víctimas. 

Su carisma era tal que era capaz de convencer a dos docenas de personas al día de que necesitaba quitarle un diente o una muela. Y mientras los tenía anestesiados les robaba todas las piezas sanas de su boca y les colocaba unas nuevas. La gente apenas notaba la diferencia y, viendo que tenían todo perfecto, se iban tan contentos. 

Sin embargo, el material que usaba el Doctor Bocazas no era muy bueno, y al cabo de unos meses los dientes empezaban a ponerse de color azul. Atando cabos, la policía terminó relacionando todos los casos. Como suponían que el nombre dado por el dentista era falso, el ladrón acabó siendo conocido como el Doctor Bocazas, más por lo mucho que hablaba que por el hecho de robar en las bocas de sus víctimas.

Y era tanto lo que hablaba que, sin querer, reveló el lugar donde tenía su guarida, la ciudad de nombre impronunciable donde tenía su hogar, ciudad a la que se desplazaron policías de todos los rincones del mundo, muchos de ellos con los dientes azules, pues habían sido atendidos por el Doctor Bocazas.

-Estás rodeado, Doctor Bocazas -gritó el policía al mando-. Más te vale entregarte. Sal con las manos en alto.

Pero el Doctor Bocazas no tenía ninguna intención de entregarse, ni mucho menos de abandonar su botín. Tenía toneladas de dientes ocultos en el sótano de su guarida y no quería perderlos. Era el trabajo de toda su vida.

Como el Doctor Bocazas no salía, la policía tuvo que entrar por la fuerza. El Doctor Bocazas estaba temblando, pero no pudo resistirse.

El Doctor Bocazas no solo guardaba toneladas de dientes, sino todo el dinero que había ganado haciéndose pasar por dentista. Con ese dinero, todos los afectados pudieron arreglarse los dientes, esta vez poniéndose en manos de un dentista de verdad. 

-Espera, espera. ¿Cómo sé yo que un dentista es de verdad y no un ladrón de dientes?

-Lo sabrás porque primero intentará arreglarte el diente y, si te lo quita, te lo entregará limpito y reluciente, para que lo guardes de recuerdo. 

-Entonces, ¿no tengo que tener miedo?

-¿Del dentista? ¡Claro que no!

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