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El bueno de Marcelino

Había una vez, en un pequeño pueblo de los de antes, un joven llamado Marcelino. Marcelino era un muchacho que se desvivía por ayudar a los demás. Siempre estaba dispuesto a ayudar a las personas que lo necesitaban a cruzar la calle o a llevarles las compra a casa. Consolaba a los niños cuando lloraban, y también a los mayores. Le llevaba comida y ropa a los pobres y colaboraba como voluntario siempre que hacía falta, para lo que fuera.

Nadie entendía muy bien por qué el joven Marcelino hacía todo esto a cambio de nada. Por eso al principio la gente le miraba mal, como si hubiera algún motivo oculto tras tanta amabilidad. Y eso que en el pueblo lo conocían de toda la vida. Pero no había más motivo que las ganas de Marcelino por ayudar a los demás. Poco a poco, la gente empezó a ver con ojos amables al bueno de Marcelino, que se fue ganando la simpatía de la gente. 

Un día llegaron al pueblo unos nuevos vecinos que, al ver la buena voluntad de Marcelino, decidieron aprovecharse de él. Así que, cuando le pidieron ayuda a Marcelino, este se mostró presto a ayudarles, sin darse cuenta de que estaban abusando de él. 

Al no ver a Marcelino durante unos días, los vecinos del pueblo se preocuparon. Entre todos empezaron a buscar al muchacho. Tras varios días lo encontraron sentado en el suelo, apoyado en la pared de un almacén en las afueras, soportando las voces de uno de los nuevos vecinos:

-¿Qué haces ahí? ¡Vamos! ¡Queda mucho por hacer! ¡Por tu culpa no vamos ser capaces de acabar el trabajo a tiempo!

Cuando la gente del pueblo vio aquello enseguida intervino:

-¿Qué le estáis haciendo al pobre Marcelino?

-¿No veis que está agotado?

-¡Sois unos abusones y unos egoístas! ¡Dejadlo en paz!

Incluso la policía llegó hasta el lugar, alarmada por la desaparición del chico. En cuanto vieron el panorama, los agentes detuvieron a los abusones.

Entre todos los vecinos llevaron a Marcelino a su casa y se turnaron para cuidarlo. El pobre estaba tan agotado que apenas podía moverse.

Cuando Marcelino se recuperó volvió a ayudar a sus vecinos, como había hecho siempre. Para agradecérselo, y para cuidar de que nadie volviera a abusar de él, los vecinos se repartieron la tarea de prepararle comida y llevársela a su casa para comer con él.

¡Qué contento estaba el bueno de Marcelino, con lo que a él le gusta comer cosas ricas, y más si es en compañía de personas que le quieren!

Datos del Cuento
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