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Categoría: Terror

El amuleto

~Eduardo y su mujer, Maite, vivían en una agonía constante. Su hijo Nico, de 5 años, hacía tres meses que había facellico frente a los ojos de estos, junto al colegio al que iban a recogerle todos los días. Posteriormente a esta desgracia, la vida del matrimonio se basaba en peleas, discusiones y visitas a psiquiatras semanales.

Un domingo por la mañana, Eduardo asistió a un mercado de gitanos y mercaderes. Hubo una extraña pieza de orfebrería que atrajo su atención y se acercó a hablar con la mujer. Era vieja, picuda y de tez oscura. Esta comenzó a hablarle como si le conociese de toda la vida:

–Páh sus desgracias, que pocas no son, debe ustéh comprar este amuleto. Si lo agita y cierra los ojos mientras pide un deseo, podrá conseguir aquello que ustéh más anhela. Pero tenga cuidaoh, pues sólo tiene dos oportunidadeh, y debe dar muchah explicacioneh mentaleh cuando piense en su deseo, si no lo hace podría cumplirse múh malamente. Después del segundo deseo perderá su efecto pah siempre–.

~La misma noche se lo enseñó a su mujer y esta le regañó por haberse dejado tal cantidad de dinero en algo que ella consideraba una superstición medieval –parece mentira!– se quejó ella, –nunca has sido creyente en estas tonterías y ahora resulta que le crees a la primera gitana mentirosa que te adivina un par de cosas. ¡Estás tonto, anda, dame eso! –.

Maite, enfurecida, agarró el talismán y se encerró en su cuarto a llorar. Eduardo sencillamente se quedó dormido en el sofá. Pasaron las horas y cayó la noche. De repente, alguien llamó al timbre de su casa. Maite se despertó y a esta le sobró velocidad para alcanzar el recibidor de la casa, lugar en el que Eduardo ya estaba de pie, temblando, y sin atreverse a mirar por la mirilla de la puerta. Un escalofrío de miedo recorrió su cuerpo al mismo tiempo que un presentimiento al oír unos extraños graznidos infantiles que venían del otro lado de la puerta.

-Dios mío, ¡Maite, dime qué no lo has hecho! ¡Dime qué no has pedido la vuelta de nuestro hijo sin antes haber dado más detalles a la hora de formular el deseo! ¡Hace ya tres meses que murió! ¿No has pensado en su estado de descomposición?

Maite arremetió contra el pecho de su marido: -¡Lo sé! ¡Pero seguiría siendo nuestro hijo! ¿Qué importa su decrépito estado corporal? ¡Eres un bastardo, yo le quiero tal y como es! ¿Abre la puerta inmediatamente! ¡Es tu hijo quien está ahí fuera, cobarde!

Los graznidos, llamadas al timbre y golpes a través de la puerta se hacían cada vez más incesantes. Había más de cinco kilómetros desde la casa al cementerio y fuera hacía un frío extremo. Eduardo zarandeó a Maite y le dio por primera vez en su vida un bofetón a esta, al mismo tiempo que se apoderó del amuleto arrancándoselo de cuajo. Aprovechó un instante de aturdimiento de su mujer para apartarse a un lado de esta y cerrar los ojos mientras parecía concentrarse en algo.

Entonces, los golpes a la puerta, timbrazos y llantos estremecedores cesaron para siempre.

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