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El Criollo de Barrios Altos

Me fijaba en el día que acababa de llegarme como una cachetada cuando un señor de no más de sesenta años se sentó en la misma banca del parque que yo... Hermoso día, le dije. ¿Hermoso... Qué de bonito le ves a esta mañana? Le dije que soy escritor, poeta, un soñador. Me miró, y su rostro, bastante acabado como suela de zapato militar, empezó a sonreír…

"Mira muchacho... Así como me vez, yo, soy el último criollo. Nací en los Barrios Altos, allí en donde en cada callejón salen gatos, ratas, y de cuando en cuando, un criollo. Mi padre, que fue un borracho, me empujó a trompearme desde chico, diciéndome que si no me trenzaba con cualquiera, él mismo me iba a dar un par de puñetes. Y así, por miedo a mi padre empecé a pelearme con muchachos más grandes y fuertes que yo, y por eso me llamaron el criollo, el guapo entre guapos. Una vez, cuando ya mi padre había muerto en una de sus continuas borracheras, haciéndose pasar por un ratero subiendo en el tren en el que manejaba su compadre, diciéndole: ¡Arriba las manos carajo! ¡Es un asalto! No terminó de hablar el idiota de mi viejo cuando un balazo, de un guardia civil que por su malaya suerte estaba metido en el mismo maldito tren, le cayó en la mitad de la cara, quedando su rostro como esas frutas podridas de fresas y espinas de pescado desparramadas en las ventanas del tren de su amigo. Y así fue como mi viejo murió, como un payaso borracho... Y bien, como decía… una vez estaba saliendo con una chica del barrio cuando tres muchachos se pusieron delante de mi, justo, justo cuando estaba por encender un cigarro. Uno de estos gallitos me acercó su encendedor y me dijo: Toma, amorcito… ¿Cómo has dicho?, le dije. Nada mi amor, nada más que eres un amor de chocolate y fresas… Los tres muchachos empezaron a reírse de mí, mientras dentro de mí empezaba a encenderse un demonio. Oye tu, pedazo de huevón… ¿Me has dicho maricón…?, le dije. Los tres se pararon delante de mí y no me importó nada. Me quité mi cafarena, mi saco, mis lentes y de un solo sopetón le metí cinco puñetes en la cara. Los otros dos me agarraron pero yo sabía lo que se me venía y con esta chaveta que guardo siempre en mi brazo, les di a cada uno un tajazo en sus malditas caras, para que se acuerden de mi firma, de un criollo. Compadre, nunca mas estos huevones se metieron conmigo. Lo malo fue que por haberles hecho semejante daño en sus caras llegó el Caimán lleno de guardias y me cogieron como a un perro, es decir me dieron con sus palos una gran catana de padre y señor mío. Perdí la conciencia, pero los vecinos me cuentan que así, lleno de sangre por la cara y la cabeza cogí un fierrote y empecé a trompearme con todos los guardias. Al final me metieron adentro, y sino fuera por mi madrecita, que en paz descanse, me quedaba hasta el juicio final. Salí a la callé y qué feo era estar adentro hermano. Uno ve tanta mierda que sales oliendo a mierda. Ves cómo se agarran a los que no son machos y les meten su callampa. Es triste, pero así es la ley de los débiles adentro. Desde que estuve dentro tuve como veinte trenzadas de las cuales en muchas salí bien parado… había veces en que los dos contrincantes parábamos por cansancio, pero cuando nos llenábamos de fuerza la seguíamos… Era bueno, pero todo cansa compadre. Del calabozo salí virgen porque era un guapo, un criollo de los Barrios Altos. Apenas vi la luz desde afuera fui directo a buscar a mi negra. Y no sabes cómo la encontré… metida en el humo. ¿Entiendes?... No, le dije. ¡Si serás torrejita… en la marihuana y el pastel! Ah, le dije a mi negra, eso sí que no va para mí. Le cogí las trenzas y le di su última pateadura para luego soltarla como perra masticada. Me salí a la calle y en medio de todos esos malogrados consumidores de la cochinada les advertí que no quería volverlos a ver por mi barrio. Me obedecieron, pero nunca mas volví a ver a mi negrita, compadrito. Había veces en que la policía me seguía y advertía que deseaba verme metido en la porquería. Yo me reía, diciéndoles que nunca me verían por esos lares, pues sino, cómo podría ser un guapo para las hembras… Luego me casé compadre, casi sin pensar, pero de esos casamientos sin curas ni ocho cuartos, pues mas valía la palabra de un criollo que la de un cura... Tuve cinco hijos, todos se hicieron hombres de bien, y mi negra me salió mejor que el ají… es decir, como le gustaba su criollo, compadre. Pero como todo lo bueno termina, una vez me salió un bulto en la garganta que lentamente empezó a crecer como globo de fiesta de carnavales. Tienes un tumor, me dijo un amigo doctor. En el barrio se burlaban de mi cuello… Y yo, que era un criollo, me cagaba en la noticia. Y por eso, tuve mas mechaderas hasta que en una de esas me mandaron al hospital, y allí me operaron de la garganta, del tumor. No temía por la muerte, pero si me dolía al ver a mis hijos y a mi negra llorando por su viejo… pero me salvaron estos malayos doctorzuelos. Lo malo es que salí medio rengo, y con diabetes… Eso me mató hermano, y aquí me vez… con treinta y nueve años y con un cuerpo de hombre de noventa, si no es mas… No puedo comer, no puedo cagar, no se me para la callampa… ¡Una desgracia! Mis amigos cuando me veían por la calle se alejaban como si pasara de la mano con la vieja pelona... La verdad es que bajé como treinta kilos compadre. Imagínate, cómo me miraban en el barrio, como un fantasma… Hasta mi mujer poco a poco me dejó, quizás porque no se me paraba la callampa. Quién sabe compadrito… Mis hijos se alejaron y me metieron en un hospital pues decían que yo no hacía caso a las medicaciones, y es verdad, pues deseaba morirme… En fin, ahora, vivo solo, aquí, como un macho que desea morirse parado, solo en medio de una noche, sin nadie que le llore, y sin nadie que le recuerde. Duermo en esta banca donde cada día tú, te pones a mirar las huevadas que salen por el cielo, y luego, te pones a escribir como si se te fueran el alma en ese cuadernillo… sonriendo como un payasito de cartón…”

El tipo se paró y me fijé que le faltaba una pierna. Le vi alejarse con sus muletas y noté que algo había en su porte que me recordaba a esos hombres que no saben lo que es el temor a la vida ni a la muerte, pues tienen una verdad en la mirada, una cosa aleonada grabada en el alma… En verdad, era un guapo, un criollo… quizás el único que he conocido en mi vida…



San isidro, enero del 2006
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 15894
  • Fecha: 17-01-2006
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 4.85
  • Votos: 41
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3033
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