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EL NIÑO QUE NO QUERIA ESTUDIAR

Era un niño muy rebelde, no quería estudiar. No escuchaba a los otros niños que le querían ayudar, era muy difícil dialogar con él.

Sus padres estaban muy preocupados por las malas notas que llevaba. El niño, muy seguro, respondía siempre lo mismo:

– Los estudios no sirven para nada, viajar es más positivo.

Sus padres tenían mucho dinero, se lo habían ganado trabajando mucho. De pequeños no pusieron ir a la escuela. La mayor ilusión de ellos era que su hijo pudiera saber mucho, todo lo que ellos no habían podido hacer. Era su gran esperanza, pero su hijo no quería hacerlo.

– Estoy cansado, padre.
– No estás enfermo, te hemos llevado al médico y dice que tienes buena salud, hijo mío.

El niño tenía cara de descontento y contestaba:

– ¿Qué saben los médicos si estoy cansado y no puedo estudiar?
– Sí que lo saben, por eso han estudiado tanto y tienen mucha experiencia.
– La experiencia se coge viajando, no me hace falta estudiar. Cuando yo sea grande pienso viajar mucho.

Los niños de la escuela querían ayudarle para que estudiara, y les respondía:

– No hace falta estudiar, es perder el tiempo, no pienso hacerlo. Mis padres tienen mucho dinero, prefiero viajar.
– Pero si no sabes nada no podrás hablar, porque si vas al extranjero ellos hablan otro idioma.

Los contestaba que con dinero puedes ir a todas partes. El dinero te abre todas las puertas.

– ¡No es verdad!. – Contestaban los otros niños de la escuela.

Él los miraba orgullosamente y decía:

– Mis padres no pudieron ir nunca a la escuela y han hecho mucho dinero, yo tengo todo lo que quiero, no me hace falta nada.

Y así iba pasando el tiempo, todo el esfuerzo de los padres y de los maestros para que fuera estudioso fueron inútiles, aprendió muy poco.

Con el paso del tiempo el niño se hizo mayor. Planeó su primer viaje con mucha ilusión. Se despidió de sus padres y les dijo:

– El primer viaje iré a París, no sufráis por mi.

Fue al aeropuerto y hacia Francia. Con las prisas no comió nada y cuando aterrizó el avión comenzó a preguntar por una panadería para comprar el pan y después jamón; antes de buscar un hotel para alojarse. Cuando preguntaba por una panadería, le respondían:

– Je ne comprends pas.
– Pan, quiero pan. ¿No lo entienden?
– Je ne comprends pas.

Como se enfadaba, aún le entendían menos. Finalmente encontró una panadería, entró y al ver que no le atendían, abrió mucho la boca para decir:

– Pan, quiero pan.

A la dependienta le hacía gracia y reía mucho.

Se marchó enfadado porque la panadera no le entendía y él tampoco a ella.

– Tengo mucha hambre, necesito comer un poco de pan con jamón, ¿tan difícil es entenderlo?

Estaba tan obsesionado con encontrar el pan y el jamón, que iba pasando por París sin ver nada. Estaba perdiendo un día de su viaje porque cuando preguntaba, le contestaban:

– Je ne comprends pas.

Se enfadaba y les decía: – Yo quiero pan, nada más. Estoy muy cansado de tantas horas andando.

Encontró un banco y se sentó. Cansado y derrumbado se volvió hacia España, con un hambre que daba miedo.

Llegó a Madrid y corriendo buscó una panadería.

– ¿Dónde hay una panadería?
– No le entendemos, ¡caramba!
– Quiero pan, … quiero pan y jamón.

Y chillando se volvió a su casa.

Como sus padres tenían mucho dinero y comprobaron que su hijo ahora tenía ganas de estudiar, le pusieron todos los profesores que él necesitaba para poder ponerse al día con todo. Lo que no había aprendido de pequeño lo tenía que hacer de grande y le costaba mucho esfuerzo.

Finalmente aprendió francés, pero él ya era muy mayor. Orgulloso quiso hacer el mismo viaje, aquel en donde pasó tanta vergüenza y hambre. Quiso ir a las mismas panaderías, pero todo estaba cambiado, ahora le hablaban en catalán. Les preguntó a que se debía ese cambio y le dijeron:

– Buen hombre, el catalán también es un idioma, vienen muchos turistas catalanes y para vender tenemos que saber que quieren. Ahora vendemos de todo, pan, roscones, pasteles, jamones, etc.

Quedó tan parado que el cuento contado ya se ha terminado.

FIN

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