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Domingo siete

Lunes y Martes y Miércoles ....¡tres!

- ¿Y?...¿Qué te pareció el campo?
Bien..si..bien...A la casa hay que hacerle algunos arreglos, pero de lo que hemos visto...
- Si. El techo está venido a menos; también el cielorraso a la entrada está medio podrido, pero con un poco de trabajo y algunos pesos lo dejamos todo a nuevo. Vas a ver
- ¿Cuándo vas a hablar con el hombre?
- No sé, quizás mañana al mediodía lo llame. ¿Qué te parece?
- Bien, bien. Capaz que se le puede sacar alguna rebaja. Digo...no sé ¿verdad?
- Y si...algo me va a tener que rebajar...me parece
Así dialogaban el hombre y su mujer mientras la camioneta desgastaba el camino polvoriento de retorno al pueblo. La tarde, próxima a su fin, se había puesto fresca. La mujer sintió un escalofrío, miró el cielo azul violáceo de abril y cerró completamente el vidrio de su lado. Luego se abrazó brevemente frotándose los brazos y se abotonó la camisa
- Hace un poco de frío...ya volvemos ¿no?
- Si, pero primero voy a ir a lo de este hombre...Rodríguez, el que nos recomendó el del criadero. Por lo que me dijo debe ser por aquí nomás...
A unas cuadras del empalme el hombre aminoró la marcha, mientras miraba insistentemente hacia una casa a unos metros del camino. Parecía no haber nadie. Detuvo la camioneta e hizo sonar la bocina un par de veces. Detrás de un horno de pan apareció un hombre. Se hizo visera con la mano, y se movió lentamente hacia la portera
- ¡Buenas tardes!
- Buenas....
- ¿Usted es Rodríguez?
- Así es ¿qué se le ofrece?
- Mire. Vine a ver un campo, allá arriba, frente al criadero de pollos y el dueño me dijo que hablara con usted
- Pero yo no soy el dueño del campo. El dueño vive en Montevideo
- Si ya sé. Pero me dijeron que usted había vivido allí hace años
- Si señor. Le dijeron bien. Estuve cuidando un tiempo. Pero no vivía, iba de noche por los animales ¿vió?, estuve de sereno
-Quería preguntarle del pozo. Ví que tiene mucho agua pero, en verano ¿también?
-Ese pozo es el mejor de la zona. Siempre tiene agua
-¿A si?
-Si señor. Nunca se seca
El hombre se bajó de la camioneta, dejó la puerta abierta y lentamente con la cabeza baja se dirigió hacia la casa del vecino. Este se quitó la gorra de vasco y le extendió una mano tiesa como si fuera de madera
- Rodríguez.....mucho gusto
- El gusto es mío.
- Usted dirá
- Si no lo toma a mal también quería preguntarle sobre el campo ¿qué tal es?
- ¿Usted va a plantar algo?
- Sí, así es, quiero hacer una quinta y un montecito frutal tal vez
- Bueno. El campo es especial. Es muy bueno para eso. Si señor. En el bajo del lado de las higueras y del Mburucuyá hasta la calle es muy buena la tierra.
Así hablaron unos minutos hasta que el hombre dijo, luego de mirar hacia la puesta del sol
- Bueno. Le agradezco Rodríguez. Me voy marchando, no me gusta llegar a la ruta entrada la noche y mañana hay que trabajar ¿vió?
- Así es. Si señor
El hombre se dio media vuelta y entró a la camioneta. Rodríguez lo siguió y se paró junto a la puerta como si quisiera decirle algo. La mujer que había estado indiferente a la conversación entrecerró los ojos preparándose para el largo retorno pero alcanzó a escuchar el diálogo
-Bueno, nos vamos yendo
-Disculpe.¿Usted viene a vivir aquí?
-Si, por lo menos al principio si
-Pero ¿a vivir? ¿día y noche?
-Y si.... ¿por qué?
-De noche es difícil ahí ¿sabe?
La mujer dejo los ojos cerrados pero comenzó a prestar cuidadosa atención a las palabras de Rodríguez.
-¿Difícil?
-Si, mire Don, de noche ahí no hay quien aguante ¿vió?. De noche aparecen las mujeres de negro y no hay quien aguante
El hombre sintió que se erizaba la parte posterior del cuello y un escalofrío bajaba por su espalda. La mano se detuvo sobre la llave del automóvil. Entonces miró a los ojos a Rodríguez
-¿Qué me está diciendo? No me diga que....
-Si mi amigo. Yo soporté unos meses nomás. Así es. De noche nadie aguanta ahí ni se anima a pasar cerca de las casas
Encendido el motor, la camioneta partió velozmente. La mujer abrió entonces los ojos, miró a su esposo e incorporandose le dijo
-Mañana, no llamás nada ¿sabés?


Jueves y Viernes y Sábado....¡seis!

Habían comprado hace tres meses. Al contado y en dólares. El campo les había parecido bueno, la casa había que arreglarla bastante pero la cocina y el baño – en edificación aparte- eran decentes. Tenía una enramada muy grande, un buen pozo y una higueras plenas de brevas en verano. El resto del campo daba para poco más que un paseo matinal o de atardecer, terminando en la lomita, bajo un frondoso tala, tomando unos mates. Lo habían comprado para pasear, hacer algún asado los fines de semana y dormir una buenas siestas al arrullo del silencio. Siempre se iban a la puesta del sol, dejaban la luz de la puerta prendida y volvían a la ciudad. Ni siquiera pasaban llave. El paraje era muy tranquilo; en muchos años-decían los vecinos- ni un robo. Todos decían lo mismo:
-Quédese tranquilo, nadie anda por aquí de noche...
Aquel sábado era diferente. Habían decidido pasar el fin de semana preparando dulce de higos, una buena parrillada y pan en el horno de barro. Toda una fiesta. Y allí estaban el hombre, su mujer, su cuñado y los niños.
La noche de luna nueva, el cielo esplendoroso de estrellas y nebulosas era el espectáculo preferido de todos. Bien valía la pena alejarse de la casa detrás del monte, lejos de las escasas luces de la casa, a admirar el prodigio azul. Todos fueron antes de sentarse a cenar en la amplia cocina. Rato después volvían a la casa
-Che mirá, hay alguien en la puerta de la casa
susurró la mujer mientras tomaba del brazo a su esposo
-Es una mujer
Entraron en la enramada espesa de transparentes y al salir quedaron a unos metros de la puerta abierta e iluminada. No había nadie allí.
-Yo ví clarito que había una mujer en la puerta
-Andá a saber. Capaz que se fué
-No habrá entrado, no? dijo la mujer mientras se detenía bruscamente
-No, no. Me parece que está ahí. Le habló su hermano mientras señalaba el monte de higueras a unos treinta metros iluminado por un escaso resplandor. Allí había una silueta de mujer, inmóvil.
-Buenas noches ¿Qué desea? ¿Se le ofrece algo?
Aquello permaneció en silencio.
-Traé la linterna ¿Querés? habló el esposo nerviosamente
Su hijo mayor entró a la casa y volvió corriendo con la linterna encendida. El hombre iluminó hacia las higueras pero no se veía a nadie allí. El hombre decididamente se dirigió al monte acompañado de su cuñado, mientras la mujer y los niños entraron rápidamente a la casa y cerraron la puerta
-No está. Vos viste que estaba aquí ¿no?
-Si, si, algo había...no sé que era
-Para mí era una mujer
-Sería, si
Los hombres volvieron a la casa. Comieron nerviosamente y en silencio. Nadie hizo ningún comentario. No era necesario. Al rato estaban rumbo a Montevideo.

¡Y Domingo siete!

Las mujeres o lo que fueran se reunieron junto al Mburucuyá. Cantaron sus viejas canciones y conjuraron hasta el amanecer. Luego se desvanecieron como si nunca hubieran estado allí. No siempre había un domingo siete de luna nueva.
Datos del Cuento
  • Autor: Tordo
  • Código: 6690
  • Fecha: 22-01-2004
  • Categoría: Misterios
  • Media: 5.03
  • Votos: 74
  • Envios: 6
  • Lecturas: 2922
  • Valoración:
  •  
Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
liliana la brujita
invitado-liliana la brujita 22-01-2004 00:00:00

yo en mi humilde opinion, diria q........ me gusto mucho esas descripciones tan particulares me encantan ....todo un estilo!!!

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