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Dicen por allí...

- Me han contado que eres maricón...

- ¿Qué? ¿Yo, chivillo?

- Siiiii... Pero yo les he dicho que tu eres muy hombre - me dijo la elegante anciana que era una de mis mas locas y enajenadas clientas en la librería - Inclusive le he contado a mi nieta, la Paolita que siempre pregunta por ti...

La dejé hablar y hablar... pues tengo gran paciencia, pero, me quedé con esa intriga acerca del parecer un maricón, que, en verdad, no es mi gusto ni inclinación. Pensaba que quizás sea porque camino solo. Al cine, al teatro, a las ferias de libros, a un restaurante, siempre, solo. Puedo ser raro pero, ¿chivo? no.

- Bueno hijito - continuó hablándome la elegante anciana de los ojos mas verdes que he visto en mi vida - ¿Cuándo sales con una chica? Te cuento que he conocido a una que para preguntando por ti... Me dijo que eras muy tímido, que siempre te veía escribiendo, escuchando tu música clásica o pegado a un libro... Hijito, deberías salir con una chica... ¡Distráete un poco! No valla a ser que de tanto escribir y leer te vuelvas loco. ¡Es broma hijito!, tú sabes que te quiero como si fueras mi hijo y que deseo lo mejor para ti... Y, este, ¿qué le digo a la chica que pregunta por ti?

No sé como expresarlo, pero las cosas arregladas, las detesto, sobre todo a la gente como la elegante anciana que se las pasa preocupándose por la vida del vecino y no por la de sus hijos que, en verdad es patética. No les cuento cómo es la vida de sus "joyitas", pero, no es algo que emular. Y allí estaba la vieja de los ojos mas verdes que he conocido con aquellas sonrisas que exhalan aromas avinagrados, con el rostro embadurnado de pintura facial, con el pelo teñido de color rojo para ocultar las albinas canas y, también, realzar sus hermosos ojos verdes que, poco faltaba, le pusiera un marco dorado con luces de neón...

- Déjeme su teléfono, o, aquí le dejo el mío señora, por favor... Pero, la verdad, estoy muy ocupado en estos tiempos. Tengo una novela que no me deja dormir... pero, le prometo, dígale a la señorita, que la llamaré para salir con ella un buen día... - le dije

La vieja cogió un papel, un lápiz y anotó el nombre de la chica, su teléfono y una quiñada de uno de sus hermosos ojos verdes. Me pago la compra de un libro y se despidió de mi con un beso en la mejilla que me embarró los labios. La vi salir, y yo me quedé pensando en aquello de lo que la gente piensa de uno... Recordé aquellos cuentos hindúes acerca de un hombre que vieja con su mujer y una mula. Y por cada pueblo que pasa recibe una fuerte crítica. Por ejemplo: si pasaba por uno de los pueblos con la mujer sobre la mula criticaban a la mujer por ser poco servicial con el marido; y si pasaban por otro pueblo con él sobre la mula le decía que poco generoso es con su mujer; y si pasaban los dos sobre la mula decía lo injustos que eran con el pobre animal; y si por último pasaba caminado de la mano con la mula sin carga les decían lo tontos que eran al no usar una bestia de carga... En fin, era imposible complacer las opiniones de las personas.

Ya estaba por salir hacia mi casa y me provocó ir hacia un restaurante. Decidí ir. Cuando llegué vi a una ruma de tías muy bien vestidas, y, al parecer, sola, esperando como esas arañas que alguien caiga por sus invisibles redes. Bajé y busqué una mesita. Encontré una casi en la entrada del restaurante. Pedí un café negro, y luego, saqué mi cuadernillo azul y me puse a escribir y escribir... De pronto, sentí que alguien se sentaba en mi mesa. Alcé los ojos y era la elegante anciana de ojos verdes... La saludé, y sin que yo dijera más, llamó a una de las tías y me la presentó. Le dijo que yo era un gran escritor, que tenía una librería en el centro de la ciudad, que estaba soltero y, disponible... La tía era hermosa, alta, con unos pechos enhiestos, metálicos, y una sonrisa que parecían de tiburón. La saludé y me sentí muy mal, hasta mi sonrisa me parecía dolorosa, así que, tuve que buscar una salida... Les dije que había olvidado una cita y que tenía que salir inmediatamente. Me levanté, me embadurné nuevamente en la cara de la elegante señora de los ojos verdes, y luego, me acerqué hacia la hermosa tía de los pechos metálicos y sentí su aroma que parecía el de una perra en celo...

- ... No te lo dije... mariquiiita... - escuché un susurrar de la vieja con la hermosa tía... Suspiré, y, alzando los hombros, subí a mi auto buscando un lugar solitario en donde pudiera sentarme y ponerme a escribir en paz y tranquilidad, digan lo que digan... Total, uno, en verdad, no sabe ni siquiera lo que es. Tan solo sabe lo que hace, piensa y dice, o, en este caso… escribe…




San Isidro, julio del 2005
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 15362
  • Fecha: 21-07-2005
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 5.04
  • Votos: 52
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1483
  • Valoración:
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