Fue ese viernes por la tarde cuando nos dijimos adiós. Cuando después de habernos querido tanto por una u otra razón o por ninguna y todas las razones decidimos que ya no habrían más días de lluvia para nuestro amor. Nuestras lágrimas de despedida se confundieron con las gotas de agua que caían aquel frío anochecer de invierno.
Lo recuerdo muy bien, esos días fueron tan hermosos. Éramos jóvenes, pero nunca he sentido algo tan fuerte; esa necesidad de verte, de besarte, de estar contigo era algo tan indispensable. No hablo de simple atracción física, hablo de una pasión que arañaba el alma, el corazón y la mente.
Recuerdo el sentimiento cuando te besaba en el parque bajo la lluvia. Tus labios húmedos, tu cabello mojado, tus ojos cerrados mientras nuestras bocas buscaban con desesperación expresar aquello que nosotros tan sinceramente llamábamos amor. Cómo me gustaba estrecharte contra mi pecho, sentir todo tu cuerpo y pensar que nunca te dejaría ir, que estarías así para siempre conmigo. Mis manos acariciando tu cuello bajo tu cabello, tus dedos entre mi cabello. Nuestros uniformes de colegio mojados no nos preocupaban, lo primordial era este, nuestro rincón secreto en el parque, en el cual podíamos demostrar con libertad todas aquellas ganas de estar juntos. Yo te abrazaba buscando protegerte del frío, aun cuando yo también temblaba, pero entre nuestros brazos nos sentíamos resguardados.
Cuánto, cuánto te quise, cuanto soñé contigo, tu hermoso cabello negro largo, tus lindos ojos café que me miraban con ternura, tus labios rosa, tus suaves manos y tu blanca piel eran mi delirio.
La lluvia fue cómplice de tantas de nuestras vivencias más especiales. Cuántos besos dulces nos dimos bajo la lluvia, cuántas veces corrimos bajo su abrazo tomados de la mano riendo. Fueron días tan felices. Me sentía todo tuyo y te sentía toda mía.
Gotas de lluvia corrían por tu rostro la primera vez que con mis manos acariciando tu rostro te dije Te Amo amor. Gotas de lluvia corrían por mi rostro la primera vez que llorando me dijiste soy tan feliz contigo.
Oh, mi niña hermosa, mi princesa, mi amada, bebé, cuánto te amé, cuánto me amaste, fueron días tan felices que nunca olvidaré.
Nuestra primera vez, el día que entre inocencia y deseo nos entregamos el uno al otro, cada uno por primera vez, fue tan íntimo, tan especial, tan cargado de sensaciones nuevas y sublimes. Lo hicimos con tanto cariño que pensé que el mundo entero podría acabarse ese día y no importaría, porque lo más lindo que se podía sentir lo estaba sintiendo contigo. Me entregué a ti por completo y así también fuiste mía, sin reparo alguno, sin máscaras ni inhibiciones, desnudos en cuerpo y alma. La lluvia resonaba afuera mientras el viento movía las ramas de los árboles que se podían ver a través de la ventana del cuarto, y el sonido de las gotas sobre el techo se confundía con los primeros gemidos de tu boca y aquellas frases de amor que aún hoy recuerdo con tanta claridad. El frío se perdía por el calor de nuestros cuerpos entre las sábanas. Jamás te vi tan preciosa, tu cintura en mis manos, tus senos, tus piernas entrelazadas con las mias, tus pies acariciándome, tus manos recorriéndome todo, nuestros cuerpos temblaban con cada movimiento que acariciaba nuestra intimidad, tantos besos, tantas caricias, tantos suspiros, tantas palabras de amor en una tarde de lluvia.
Nos quisimos tanto, fuimos cada uno nuestro primer amor, nuestra primera vez, nuestro primer dolor verdadero.
Cada día de lluvia, aun cuando los años han pasado, recuerdo cuánto, cuánto te amé.