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Cosas de Crios

Dos semanas empujando su diente de leche que perdería para siempre sin importarle lo más mínimo. Aquel primer diente se le movía al tiempo que gritaba alguna raíz le dejasen salir deseosa no solo de ver la luz sino de morder, rasgar y destrozar lo que se echase a la boca Joan. No tenía espera alguna, ese día doce de septiembre recién inaugurado su nuevo curso tenía que llamar la atención como tan acostumbrado estaba desde su uso de razón. Estaba en primer curso de primaria, atrás había dejado a sus compañeros de siempre, aquellos que cursaron la educación infantil en su clase entonces añorada. Caras nuevas, nueva clase, otra maestra, nada como antes.

Antes de comenzar las clases intentó arrancar su diente siguiendo consejos. Ataba un hilo de coser alrededor de la pieza tirando suavemente, solo suavemente, el miedo lo invadía, el desconocimiento también; su abuela lo animaba pero le faltaba valor. Con una de las esquinas ribeteadas en color azul cielo de aquellos pañuelitos moqueros de algodón con motivos infantiles, envolvía el diente sintiendo el vencimiento de la pieza, solo tenía que girar un poco, un poco más, dar una vuelta de tuerca y el diente quedaría en el pañuelo, el miedo podía con él, el descubrimiento no era lo suyo, prefería no descubrir sensaciones nuevas, ver su pañuelo teñido de rojo le horrorizaba tanto como a su madre tirar del pañuelo por si le arrancaba algo más que un diente, eran tal para cual. Su padre lo sentaba sobre sus rodillas después de comer enseñándole a empujar con la lengua el dichoso diente que llevaba a toda la familia de cabeza, Joan empujaba con su lengua, su padre empujaba con la vista, no era por esfuerzos. Ni unos consejos ni otros. Su empeño no era otro que conseguir la mella que lo reconocería en clase intentando que sus compañeros se acercaran a él para que les explicara la novedad por la que todos tendrían que pasar repetidas veces.

Se guió por sus impulsos, por sus ideas de novato inocente. Entró en el aseo a darse su cepillado como cada noche antes de ir a la cama. Nervioso, silencioso, armado de valor cepilló fuertemente su dentadura insistiendo en la zona debilitada, sus labios enmarcaban el cepillo de dientes con espuma blanca tintándose de un rosa cada instante más oscuro. Su mirada picarona sonreía reflejada en el espejo. Una piedra molestaba por la lengua, no era una piedra. No sentía dolor, no podía ser su diente. Enjuagó su boca repetidas veces, era su diente. Lo salvó de la tubería. Ese diente blanco, pequeño, con el que tantas madres se hacen un colgante o un anillo ya estaba en su poder. La sangre de su mella no cesaba pero no le escandalizaba en absoluto, no pensaba ni en su diente, solo le venía a la cabeza la llegada del ratón Pérez, el orgullo de su mella y todos sus compañeros de clase a su alrededor.
Corrió al salón donde descansaba su familia ante el televisor viendo un concurso de esos donde se observa las veinticuatro horas del día a un grupo de gente dispar que convive en bajo un mismo techo para conseguir algo de dinero durante y después del programa no importando quien gane. La gran noticia paralizó la caja tonta por un instante orgullosos del pequeño Joan. Calmaron y tranquilizaron al niño animándolo con la llegada de ese ratón que tantos hogares se ha recorrido y le quedan por recorrer.

Vueltas para un lado de la cama, para el otro cuidadoso de no mover el diente de debajo de la cabecera. Fingía dormir agudizando su oído para oír los silenciosos pasos del ratón, no los pudo sentir invadiéndolo el sueño, el cansancio, la emoción. Cayó en un profundo sueño preguntándose todo sobre ese ratón enfundado en peto tejano con jersey de rayas de colorines y gorra roja. No lo pudo ver. A la mañana siguiente despertó antes de que su madre acudiera a la habitación para despegarlo de las sábanas como cada día de la semana no fuera festivo o que no fuera a clase. Levantó su cabecera engordada la noche anterior donde encontró cuentos, golosinas y chocolatinas. No estaba nada mal eso de perder un diente.

En clase consiguió sin problema ser el centro de atención. Rodeado de sus compañeros si recordaba haber visto al ratón Pérez. Sonreía a cada instante orgulloso de su mella que poco tardaría en desaparecer.
Datos del Cuento
  • Categoría: Tradicionales
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Yordana
invitado-Yordana 27-07-2005 00:00:00

En el cuento, lo importante no es lo que se cuenta, sino, cómo se cuenta. En éste en particular, me parece el tema de una trascendencia emotivísima, digna de lectores perceptivos del meollo del asunto; abiertos a la comprención de lo intrínseco. En cuanto al desarrollo de la prosa, puede que le haya faltado suspenso (no estoy tan segura), lo que sí, considero es que el fin debió haber quedado cuando el personaje despertó encontrando el tesoro esperado. Se debió describir ese evento con algo más de expectación, dándole toda la relevancia de lo emocional del asunto. Mis felicitaciones al o a la autora. Tiene una gran sensibilidad por lo no evidente, por lo que otros pasan por alto. Ojalá haya seguido escribiendo.

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