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Claraflor y Lucerito

Había una vez un duende volador y un hada que vivían en un bosque encantado. El duende y el hada querían ser amigos, pero no podían. Una bruja envidiosa les había condenado a no entenderse. 

El hada Claraflor y duende Lucerito necesitaban una solución. Un elfo amigo de los dos que sabía de su pena tuvo una idea.

-Visitaremos a la bruja para pedirle que deshaga el hechizo.

-¿Sabes tú dónde está la casa de la bruja? -preguntó Claraflor, sin que Lucerito se enterara de nada.

El elfo le respondió:

-¡Claro que lo sé! Bueno, más o menos. Dicen por ahí que vive en una cueva.

-Hay muchas cuevas por aquí -dijo Lucerito, ante la mirada confundida de Claraflor.

-Dicen que al lado de la cueva hay una casa en ruinas. También dicen que es la antigua casa de la bruja.

-Vayamos -dijo Lucerito, haciendo gestos para que su amiga lo entendiera. 

Lucerito, Claraflor y el elfo se pusieron en marcha. Unas horas después, cansados y sedientos, llegaron a la cueva.

-Bruja, sal de ahí. Queremos algo de ti -gritó el elfo.

No hubo respuesta.

-Bruja, te estamos esperando. ¡Sal de tu cueva ya! -dijo el elfo.

Nada. La bruja no contestaba.

-Deberíamos entrar -dijo Claraflor, haciendo señas a Lucerito, que no se enteraba.

-Es peligroso -dijo Lucerito, negando con la cabeza para que Claraflor se enterara.

Los tres empezaron a discutir, pero como Claraflor y Lucerito no se entendían y había que ayudarles, la conversación se complicó un poco.

Discutiendo se les hizo de noche. Y, para colmo, se puso a llover. Todos se metieron en la cueva y se acurrucaron para dormir.

A la mañana siguiente, al despertar, se encontraron que la bruja estaba allí, mirándolos.

-¿Qué hacéis aquí, en mi casa? -preguntó la bruja.

-Te llamamos y no saliste -respondió el elfo.

-No os oí -dijo la bruja-. ¿Dijisteis las palabras mágicas?

-¿Palabras mágicas? -preguntaron los tres a la vez.

-Si queréis algo de mí tendréis que volver otro día con las palabras mágicas -dijo la bruja-. Hasta entonces no os atenderé.

Claraflor y Lucerito empezaron a farfullar y salieron muy enfadados de allí. El elfo, en cambio, se acercó a la bruja y le dijo:

-Por favor, señora bruja, ayuda a mis amigos. Ellos quieren entenderse, pero no pueden por un hechizo que les lanzaste hace tiempo.

-Bien elfo, has dicho las palabras mágicas. Te daré la solución. Cuando las digan ellos, el hechizo desaparecerá -respondió la bruja, mientras desaparecía al fondo de la cueva.

 

El elfo se quedó pensativo. ¿Había dicho las palabras mágicas? Repasando lo que le había dicho a la bruja, cayó en la cuenta:

-¡Lo tengo! ¡Ya sé cuáles son las palabras mágicas!

El elfo fue corriendo a ver a Claraflor y Lucerito, que seguían maldiciendo a la bruja, cada uno a su manera.

-Amigos, tengo la solución -dijo el elfo-. 

Claraflor y Lucerito se callaron y, cada uno a su manera, le dijo:

-Vamos, dilo. ¿Cómo?

-Con las palabras mágicas -respondió el elfo.

Claraflor y Lucerito se miraron sin saber de qué iba el asunto.

-¿Por qué no probáis a pedirlo por favor?

Claraflor y Lucerito le pidieron al elfo que, por favor, les dijera cuál era la solución. Para su sorpresa, el uno entendió lo que dijo el otro.

Y así fue como Lucerito y Claraflor empezaron a entenderse y pudieron ser amigos. Desde entonces no olvidan ser amables y pedir las cosas como es debido.

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