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Carta a mi Señor Don Quijote

Ponce, PR
8 de enero de 2002

Mi señor Don Quijote:

¿Dónde estabas, oh Quijote, cuando yo sufría mis desventuras? Y no era sólo yo. Éramos tantos . . .

Mi señor Don Quijote, ¿por qué no fuiste mi héroe cuando lo necesitaba? Es tan difícil crecer sin un héroe, sin alguien a quién admirar y emular. Amado Quijote, te he descubierto muy tarde. Ya las llagas del mal consumen mi cuerpo. Ya es muy tarde. Ya estoy muerto. Sí, respiro . . . pero ya siento el aliento helado de la Muerte a mis espaldas. Me volteo enfurecido porque no quiero morir tan pronto, pero no la veo. Sin embargo, está ahí. La siento.

Tal vez no vea su rostro, pero sí la veo reflejada en los demás que como yo transitan estas calles, en el rostro de los automovilistas que con los ojos llenos de lástima echan un par de centavos en este mi vaso y la veo también en los ojos llenos de repulsión que huyen de mi figura que ya va desapareciendo.

Tengo frío . . .

Así es, señor Don Quijote, que mientras usted buscaba aventuras, yo me perdía en las tinieblas en busca de un héroe que sólo llegó hace muy poco, cuando ya es muy tarde.

Es tarde, demasiado tarde, pues viéndome vivir y crecer sin un héroe, lo busqué donde único pude, entregándome a las fantasías provocadas por el vicio que ahora ha decidido cobrar mi vida a cambio de tanto tiempo compartido con un héroe falso. Lo debí haber sabido. Mi tal héroe nunca me dió nada en realidad. Fué todo lo opuesto: me lo quitó todo. Me rebajó a pedir dinero en las calles con tal de encontrar su mentira una vez más. Eso ya se acabó para mí, pero se acabó muy tarde. Finalmente encontré mi héroe. Es usted Don Quijote. Leí su historia, aunque con dificultad, en la tirilla cómica de un periódico despreciado que utilizé por sabana una noche fría de Navidad hace sólo un par de semanas atrás.

Y así, señor Don Quijote, descubrí el héroe que por tantos años busqué. Gracias a usted remendé mis caminos, pero aún así debo pagar las consecuencias. Perdone, mi Quijote, si le he hecho sentir mal. No piense que le echo la culpa por mi perdición ni porque haya llegado tan tarde a mi vida.

¿Qué son estos temblores que sobrecogen mi ser? ¿Qué es este frío tan intenso que de mí se apodera?

¡Oh, Don Quijote! La muerte ya ha llegado. Es mi hora. Pero, ¿qué es esta luz que resplandece con tanta intensidad? Es tan hermosa y su calor me revive. ¿Qué es esto que me espera al final de la luz? ¿Me engañan mis ojos? ¿No es este el yelmo de Mambrino descansando sobre . . . ? ¡ No! No es posible. Mi señor Don Quijote . . . No era demasiado tarde después de todo.

Atentamente,
El Vagabundo
Datos del Cuento
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