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Cadena de favores

Oliver volvía a casa en su vieja bicicleta. El día había sido duro en el colegio, pero él estaba muy contento porque había aprendido un montón de cosas nuevas. 

Un par de kilómetros antes de llegar a su casa vio que algo se movía junto a la carretera. 

Cuando se acercó vio a una mujer herida que intentaba ponerse en pie. Oliver soltó la bicicleta en el arcén y corrió a ayudarla.
- Gracias, muchacho -dijo la señora-. ¿Serías tan amable de buscar mi bolso dentro del coche y traerme el teléfono móvil para pedir ayuda?

Oliver se acercó al vehículo y se sorprendió al ver que era uno de esos coches que sólo pueden tener los millonarios. Cuando abrió el bolso vio que había mucho dinero en allí, pero no le prestó atención. Le acercó el teléfono a la señora y se quedó con ella hasta que una ambulancia la fue a recoger.

- ¿Cómo podría recompensarte por lo que has hecho por mí, muchacho?-le preguntó la señora-. Veo que tu bicicleta es muy vieja, podría regalarte una nueva.
- No es necesario, señora -respondió Oliver, sabiendo que la señora tenía dinero de sobra-. Mi madre dice que si todos pagásemos los favores haciendo otro favor a los demás el mundo sería un lugar mucho más feliz. Me conformo con que ayude a alguien que lo necesite la próxima vez que tenga ocasión y le pida lo mismo que le estoy pidiendo yo a usted.

La señora, impresionada por aquellas palabras, le dio a Oliver una tarjeta en la que aparecía su foto, su nombre y su teléfono personal. Y se marchó con la ambulancia.

Oliver regresó a su casa y le contó a sus padres lo que había ocurrido. Cuando acabó le entregó a su madre la tarjeta que le había dado la señora. La madre de Oliver se quedó petrificada.
- ¿Qué ocurre mamá? Parece que has visto un fantasma -dijo Oliver.
- Nada hijo -respondió la madre -. Simplemente me ha sorprendido ver que has ayudado a una persona tan importante.

Días después la señora del accidente apareció en casa de Oliver. Cuando el muchacho la vio no podía creer lo que veía.
- Me alegro de ver que se ha recuperado -dijo Oliver-. Pero, ¿cómo ha sabido dónde encontrarme?
- Porque eres el vivo retrato de tu madre, muchacho -respondió la señora.
 

En ese momento apareció por allí la madre de Oliver. Ambas mujeres se abrazaron como si fueran dos hermanas que llevaran años separadas.

- Esta señora se llama Clara, hijo mío -explicó la madre de Oliver -. Hace años me ayudó cuando estaba embarazada de ti llevándome hasta el hospital en su coche y cuando le pregunté cómo podía agradecérselo me respondió que…
- Espera -interrumpió Oliver-. Te dijo "si todos pagásemos los favores haciendo otro favor a los demás el mundo sería un lugar mucho más feliz".
- Efectivamente -dijo la señora-.

Oliver entendió aquello que le había enseñado su madre ella lo había aprendido de otra persona y comprendió que realmente el mundo era más feliz cuando los favores se agradecían haciendo algo bueno por otra persona.

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