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CITA CON EL DESTINO

“El que confía en su propio corazón es necio;
mas el que camina en sabiduría será librado”.

(Proverbios 28:26)


Carlos se encontraba todavía en la oficina cuando timbró el teléfono. El chirrido seco lo apartó bruscamente de sus papeles y contestó de manera automática sin pensar en quien pudiera llamarlo a esa hora de la noche. Eran las 7:35.

- ¿Aló? –dijo
- Hola, Charly, ¿te acuerdas de mí? –dijo una suave y melodiosa voz femenina.
- No, no sé con quien hablo. Discúlpeme pero no estoy para bromas –respondió Carlos con seriedad y con la intención de colgar inmediatamente.
- Hablas con Yasmín, tontico, nos conocimos hace dos semanas en el Banco Social mientras hacíamos fila para unos pagos. Yo, los servicios. Tú, los impuestos. ¿Me recuerdas ahora? –insistió con dulzura.
- Ah, claro, sí, qué gusto, linda. No lo esperaba... Lo siento mucho –contestó algo turbado por la sorpresa.
- Bueno, tranquilo. Llamo sólo a saludarte. Me gustaría conversar contigo, y quizá, por qué no, hasta verte. Eso depende únicamente de ti –dijo con una voz que evidenciaba una mayor carga de sensualidad.
-Qué bien, pero no creo que hoy pueda. Lástima. Quizá otro día, déjame organizar algunas cosas y luego... –dijo vacilante, mientras era interrumpido.
-¿Perdón?, ¿eres tú Carlos Oyola, el jefe de logística de Industrias Colam? –preguntó Yasmín con recelo y evidente sarcasmo.
-Sí, el mismo, ¿por qué lo preguntas así? –contestó Carlos algo intrigado.
-Porque no pareces el mismo coqueto Juan Tenorio que conocí aquel día. Creería que pretendes evitarme. Esa mañana fuiste otro y casi no consigo salir de tu asedio. ¿Si no, para qué me diste tu teléfono y me pediste insistente el mío? Me decepcionas, te creía más decidido; de lo contrario jamás me hubiera atrevido a buscarte. Yo no soy de esas mujeres..., así que dímelo y nos olvidamos de esta penosa llamada -dijo sin ocultarle su frustración, mientras le clavaba una daga en su frágil orgullo masculino.
- Bueno, discúlpame, Yasmín, no fue mi intención ofenderte. Francamente he estado muy ocupado; además soy un hombre casado y salía ya para mi casa. Prometí a los niños llegar temprano.
- Lo sé, Carlos. Por mí no te preocupes. Ese día me di cuenta de tu argolla; pero, de igual manera, vi tus ojos y sentí sin duda que yo te gustaba y tú a mí, no lo negarás, ¿verdad? Veámonos un rato, no te demoras y ya veremos qué pasa después, ¿o.k? Sin compromisos, ¿qué opinas, gordito? No te arrepentirás de verme, haremos que valga la pena... –dijo con absoluta seguridad y franca coquetería.
- ¿De verdad? ¿Me lo prometes? –preguntó Carlos entusiasmado, picando el anzuelo.
- ¡Seguro que sí! Entonces, ¿qué? ¿Te espero o nos vemos en algún lado?
- Este... bueno... –dudó Carlos un instante-, déjame hago una llamada y luego paso a recogerte. ¿Dónde estás? –atinó finalmente a preguntar.
- En la oficina. Por la Avenida Quince con la Quinta. En la esquina. Edificio Omega. Piso cuarto. Si en cinco minutos no llamas me voy y nunca más volverás saber de mí, nunca más –sentenció muy segura de sí misma.
- No, no te preocupes, negrita. Antes de cinco minutos te llamo. Tengo tu teléfono. Chao, Preciosa... –dijo tratando de mostrarse simpático.
- Adiós, Charly, no me falles. Un beso... Te espero... –dijo Yasmín con dosificado erotismo.

Una vez colgó el auricular, Carlos se levantó nervioso de su silla y caminó hasta la ventana. Encendió un cigarrillo. Inhaló profundamente y exhaló con fuerza para aliviar la carga emocional producida por la enigmática llamada. “¿Qué hago?” –pensó- Yasmín era una muchacha de veinticinco años, bella, elegante y demasiado atractiva. “Un bomboncito –recordó con vivo agrado-. “No me la puedo perder” –instintivamente pensó.

Cuando Carlos la conoció en el banco, ella iba delante y desde que él llegó a la fila no hizo otra cosa que mirarle las piernas y observarla detenidamente. Le pareció divina, escultural. Ella se dio cuenta y le sonrío con sugerente coquetería, lo cual le animó para hablarle. A la salida caminaron juntos hasta el parqueadero, y tras llegar cada uno a su respectivo auto intercambiaron tarjetas de presentación, quedando en hablarse pronto. De eso habrían pasado unos quince días y él no había vuelto a pensar en ella de manera particular. Su dedicación al trabajo y a una serie de inusuales asuntos domésticos le habían absorbido más de lo acostumbrado.

Carlos caminó hasta el percherón donde colgaba su saco y buscó en su chequera la tarjeta de la chica. Allí estaba: Yasmín Díaz de la Torre, Departamento de Atención al Cliente en una compañía de telefonía celular. “Sí, es ella” –se dijo, y volvió a guardar la tarjeta-. Obviamente le sonaba muy tentadora la cita con esa mujer. Ahora la recordaba bien: Tenía unas piernas de infarto. Alta, delgada, bien vestida; cabello largo y ondulado; morena de ojos verdes, expresivos; dentadura blanquísima, labios gruesos y muy sensuales... “¡Una absoluta belleza primaveral!” –pensó.

No podía creer que lo hubiera llamado. Él era ya un cuarentón (aunque muy bien conservado y atlético) y ella una muchacha muy joven y bonita. “¿Por qué lo hacía? ¿Qué podría él ofrecerle?” –pensaba-. Sin embargo, su ego masculino se hinchaba de orgullo y se sentía invadido de una sensación y un nerviosismo muy familiar: ansiedad, deseo y gran excitación.

En cuanto a ese particular, Carlos se conocía bastante. Sabía que de seguro caería una vez más en las redes de una desconocida mujer y no parecía contar con fuerzas suficientes para evitarlo. Mas, algo también muy poderoso en su interior lo llamada al orden:

Pensó en sus hijos a quienes adoraba. Pensó en su mujer a quien amaba y que no merecía ser traicionada de manera alguna. Pensó en Dios a quien respetaba. Pensó en sí mismo al verse regresar de una de esas celadas amorosas donde la victoria siempre le resultaba amarga y llena de juicios que acababan tantas veces derrotándolo. Ya era hora de dejar esas conductas autodestructivas y de asumir verdaderamente el control de su vida. Era tiempo de liberarse de esa dependencia esclavizante y destructiva. “Si ahora no, cuándo” –se dijo a sí mismo, retándose.

Al final tomó la decisión de no llamarla. Difícil juicio para él, siempre osado con las mujeres. Por un momento visualizó su imagen diluida de conquistador y percibió un amargo pesar difícil de explicar y que, a un mismo tiempo, deseaba con urgencia aliviar, demostrando toda su virilidad y vitalidad aún intactas a pesar del tiempo. Pero, así es este peligroso juego, el perfecto círculo vicioso que comienza con el deseo o la exigencia de alivio (físico o sicológico), la ansiedad, la acción desenfrenada e inconsciente para calmarla, la brutal caída, la vergüenza y el doloroso arrepentimiento, los cientos de reproches, las mil promesas para no volver a caer, la autocompasión y, luego, ante la siguiente tentación (nuevo placebo para calmar la pasada frustración), el deseo y la ansiedad asfixiantes, reiniciando un sinfín de recaídas hasta tanto no se llegue a una real toma de conciencia sobre la dañina dependencia existente, sea cual ésta sea: alcohol (para ahogar tristezas, pérdidas o derrotas, etc); droga (para alterar el ánimo, calmar ansiedad, etc ); sexo (para simular aventura e intimidad, mitigar inseguridad, etc); juego (sensación de poder, búsqueda de éxito financiero, etc); trabajo (sofocar inseguridad a cambio de logros, miedo al fracaso, etc); comida (llenar vacíos hasta excesos como la bulimia o la anorexia), y demás escapismos temporales que crean la falsa ilusión de alcanzar consuelo, dominio, placer y control; pero los cuales –a la postre- arrastran a sus víctimas hasta consumirlas sin ninguna clase de consideración ni compasión. El efecto es siempre un yugo aún más esclavizante y autodestructivo.

Un año atrás, con un grupo de apoyo de su iglesia, Carlos estuvo siguiendo el programa de Los Doce Pasos (herramienta básica de los grupos de alcohólicos anónimos desde su fundación) y ya eran muchos los avances conquistados como para volver a caer impunemente. Se lo había prometido a Dios (su juez supremo), a sí mismo (víctima ahora consciente) y, especialmente, a Gustavo (tutor personal y guía espiritual), quien le ayudaba con sincera entrega y auténtico compromiso cristiano por sacarlo adelante. Esta vez no los defraudaría.

Quizá se perdería de una noche especial y con seguridad muy apasionada, pues la mujer transpiraba sensualidad por todos sus poros; pero –sin duda- evitaría inimaginables problemas y situaciones difíciles de manejar después. Además, sin contar con los conocidos y peligrosos riesgos de tratar con personas extrañas y de pasados oscuros e inciertos. Movido por esto último, apagó bruscamente el cigarrillo y sin esperar un repentino arrepentimiento cogió su chaqueta y apagó con afán las luces de la oficina. Ya estaba por cerrar la puerta cuando sonó el teléfono. Lo dejó timbrar una, dos y hasta tres veces. Iba a devolverse a contestar, pero pensó en que si era Yasmín tal vez no encontraría cómo negarse a sus encantos. Aún se sentía débil y romper las cadenas de esa poderosa adicción nunca le había resultado fácil. No obstante, cerró la puerta mientras el teléfono no cesaba insistentemente de timbrar...

A cada paso que se alejaba, su corazón asimismo se aceleraba pensando en hacerlo regresar para concretar esa cita aplazada con su destino. Sin detenerse bajó rápido las escaleras hasta el parqueadero y subió al auto. Una vez dentro experimentó una inigualable sensación de tranquilidad y de alivio, producto de la inobjetable certeza de haber hecho lo correcto. Sabiéndose seguro allí encerrado, respiró confiado y encendió el motor con calma, luego salió muy despacio hasta alcanzar la calle. Hacia la izquierda, por la Circunvalar, la Avenida Quince se extendía iluminada y tentadora. A mano derecha, por los Álamos, su casa, su hogar, su sencilla y maravillosa realidad. En tanto, su mente –agitada- seguía luchando contra el latente furor de lanzarse a lo desconocido que aún palpitaba con ímpetu en lo profundo de su alma. A pesar de ello, accionó hacia arriba la palanca de las direccionales y partió de prisa...

Por el camino vino a su mente una contundente frase de Roger Garaudy: "El placer es para quienes no tienen el coraje de buscar la felicidad", y sintió el respaldo necesario para respirar confiado y con una inmensa gratitud hacia Dios, quien finalmente nunca lo desamparaba.

Mientras seguía devorando los kilómetros que le hacían falta para llegar a casa, observó complacido la diáfana noche que lo rodeaba –única testigo muda de su angustioso dilema-, y reflexionó en algo esencial que su conciencia en ese momento le mostraba con total lucidez: era un hombre nuevo. Lo que no todavía no comprendía era cuándo ni en qué momento la madurez y la cordura habían –tras muchos tropiezos y graves equivocaciones- llegado a su vida.

Simplemente ese día, ese inolvidable día, lo descubrió...



Bogotá-Colombia, Mayo 23 de 2002
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
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2 comentarios. Página 1 de 1
sandra
invitado-sandra 18-11-2003 00:00:00

Hola me gusto tu relato tengo una duda ¿tu cuento es una experiencia personal o una cración inventada por tu, por que si es real me identifico con tu postura, al estar en esa situación se pone en juego todos los valores morales que encierra nuestro ser y dificilmente puede uno engañar a la pareja sin embargo ¿qué hubieras hecho si tuvieras problemas con tu esposa y se presentara esta oportunidad?

AnTuLiO
invitado-AnTuLiO 18-11-2003 00:00:00

Roger Garaudy: "El placer es para quienes no tienen el coraje de buscar la felicidad". Me agrado mucho tu cuento "CITA CON EL DESTINO", practicamente me envolvio la manera de redactarlo, me hizo imaginar cosas e incluso yo pense en acudir al llamado de la chica si es que así se me propusiera, pero... quisiera preguntarte algo sobre la frase de Roger Garaudy que no logro entender: ¿es bueno buscar la felicidad?, ¿porque no esperarla? Espero que puedas contestarme y así intercambiar puntos de vista

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