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Ángeles guardianes

Octubre de 1943, a pocos kilómetros al oeste de Saint-Avold

Un tren cargado de deportados judíos procedente del área metropolitana de París avanzaba veloz en dirección al recinto de Dachau, demostrando una vez más que Alemania no era una potencia beligerante más, sino una complicada asociación de asesinos que debía ser desmantelada cuanto antes.
Justo detrás de la locomotora, en un vagón con ventanas en los laterales, había seis soldados y un coronel de las Waffen SS, el cual en ese momento se hallaba sentado en una butaca, ojeando un fajo de folios.
Aquel hombre de tez morena y facciones amables se había alistado en las SS diez años atrás, nada más subir Hitler al poder, como el decía “para no ir contracorriente”. Una vez dentro de la organización, se cuidó siempre de mantenerse lejos de las atrocidades contra los enemigos del Reich, llevando a cabo tareas relacionadas con suministros o comunicaciones, pero en mayo de ese mismo año, recibió la noticia de que a partir de entonces se encargaría de transportar judíos a los campos de exterminio.
Como es lógico intentó evadirse, cualquier destino menos ese, aunque fuera en el frente, pero sus superiores no le quisieron escuchar.

- Herr coronel – ante él se cuadró uno de los soldados – Me temo que perderemos unos cuantos minutos.
- ¿Por qué? ¿Qué sucede?
- Nada importante, un rebaño de ovejas está cruzando la vía.
El oficial lanzó un suspiro.
- Bien, esperaremos a que pasen.

El soldado se asomó de nuevo por la ventana y miró su reloj. Eran las nueve y cuarenta y siete de la mañana. Para cuando terminó de pasar el rebaño, eran las diez y doce minutos.

- Joder, parece que todas las ovejas de Francia se hayan puesto de acuerdo para cruzar la vía.

La locomotora volvió a ponerse en marcha y pronto vieron la señal de Saint-Avold. Alemania estaba a un paso.

Nadie se dio cuenta de que la portezuela del vagón estaba abierta. Tampoco notaron una silueta que se arrastraba desde ella hasta un escritorio delante del cual estaba sentado el coronel. Aquel visitante inesperado era “el fantasma”, Dunot, y en su mano empuñaba una mp40.
Dunot se puso de pie lentamente y se cercioró de que nadie había percibido su presencia. Se volvió hacia la portezuela e hizo un gesto con la cabeza. Luego apuntó a dos soldados que se encontraban juntos y disparó.
Los soldados cayeron fulminados, pero sus compañeros se pusieron a cubierto y empezaron a disparar ellos también. El coronel, por su parte, se refugió bajo el escritorio antes de que comenzara el fuego cruzado.
Varios disparos vinieron del exterior del vagón, y acto seguido dos personas más, mujer y hombre, irrumpieron dentro.
Dunot y sus compañeros aprovecharon la confusión reinante y fueron abatiendo a los soldados uno a uno.

- El oficial – dijo entre disparo y disparo la mujer, una joven parisina cuyo padre había muerto en la defensa de la Línea Maginot – Puede escapar, y entonces sí que la hemos jodido.
- Pues mátalo – masculló Dunot.
- ¡No, esperen, yo no soy como ellos! ¡No disparen! ¡Voy a unirme a la Resistencia en Alemania!

La sorpresa invadió a los tres soldados franceses. Y con ésta también la incredulidad. En más de tres años de combate no habían visto a un solo nazi mostrar arrepentimiento, ni ningún tipo de escrúpulo.
El último soldado que quedaba con vida salió de su cobertura y le apuntó.

- Puerco traidor, eres como la escoria que va en esos vagones. Muere ahora, enemigo de Alemania.

Ocurrió entonces que el coronel se giró hacia él y antes de que su fusil disparara una sola bala desenfundó con suma destreza la Luger que colgaba de su cinto y le alcanzó en el pecho. El compañero de Dunot contuvo la respiración, y con mano temblorosa apartó su arma de la cabeza del coronel.

- ¿Es cierto eso que ha dicho? – quiso saber el ex vendedor de bicicletas de Orléans en un alemán bastante deplorable – Responda, ¿tiene intención de unirse a los buenos, o sólo ha sido una excusa para que no lo matáramos?

El coronel enfundó la Luger y echó un vistazo rápido por la ventana.

- Debemos darnos prisa si queremos salvar a esa gente. Acabamos de dejar atrás el pueblo de Saint-Avold, así que ya casi hemos salido de Francia. No se preocupen del maquinista, yo me encargaré de él. ¿He contestado a su pregunta, Monsieur?

Dunot y los otros esperaron a que el tren se detuviera y saltaron a la vía para abrir las puertas de los vagones de ganado.
En medio del alegre alboroto que se desató, se preguntaron dónde estaría el coronel. Pero éste ya se encontraba lejos, camino de Alemania, y ellos, en breve, conducirían a aquellas pobres familias a la frontera con Suiza.

Danke Sehr, Herr Coronel.
Datos del Cuento
  • Autor: Ruben
  • Código: 20983
  • Fecha: 30-04-2009
  • Categoría: Bélicos
  • Media: 5.77
  • Votos: 61
  • Envios: 0
  • Lecturas: 7536
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