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Amistades frágiles

Salimos del auto y buscamos un lugar para tomar un café. No bien entrábamos al sitio cuando vimos, no lejos nuestro, a una amiga en común. Mi amigo se alegró, y con rostro brillante la llamó, invitándola a sentarse con nosotros.

Yo la conocía de poco tiempo, demasiado joven para mi gusto. Era de ese tipo de mujeres que con una sonrisa plástica trata de convencer y convencerse que no existe mejor compañía que ella… Por el lado de la forma: pequeña, gorda y aindiada. De cabellos teñidos que la hacían chabacana y pretenciosa, pero era hija de una vieja amistad y por ello la cortesía se imponía.

Aceptó la invitación de mi joven amigo y, no bien nos sentamos en una de las lindas mesitas del lugar, nos dijo algo que rompió la escencia de cualquier amistad... “¿Son pareja?”, nos dijo con voz burda y con esa risa propia de callejón de un solo caño.

Ambos nos quedamos sin habla. Por mi lado sentí que no debía reaccionar ni demostrar a la gorda, nada, más bien esbozar una dura sonrisa y pasar la página, o, en este caso, el tema, hacia otra dirección; pero el rostro de mi amigo comenzó a cambiar, como si tuviera un huracán en su alma, y casí sentí los vientos emotivos en su interior, percibiendo que la nebulosa duda empañaba la claridad de nuestra amistad. Era joven (yo casi le duplicaba la edad), de ideas alegres, un especial estado de ánimo y una inteligencia natural. Alto y culto como pocas personas he conocido, sin embargo, tenía una terrible enfermedad mental, era un suicida en potencia… De buena familia, músico de profesión y un solitario original.

Yo, como les dije, era mayor que ambos muchachos, sin embargo, era un asceta, escritor y dueño de una interesante librería en el centro de la ciudad que me daba la libertad para escoger el tiempo por disfrutar los mejores momentos que me llegaban… Realicé que la amistad era algo así como una copa de cristal, pues sabía que un pequeño grasnido de confusión, como las palabras de la gorda, romperían el encanto.

Sorprendentemente, mi amigo se paró y, sin despedirse de nadie, con rostro descolorido, salió a la calle. No supe como reaccionar y la chica tampoco. “Discúlpenme, por favor...”, me dijo la chica. Se paró y con esa sonrisa plástica, se despidió de mí, diciéndome que todo fue una broma… Me quedé sentado, sin saber si pararme o quedarme... y cuando trajeron a la mesa los tres cafés, despeté de mis cabilaciones... Me reí de toda la situación y comencé a tomarme los cafés uno tras otro, mientras cogía mi libreta de notas y escribía la experiencia que tuve cuando dudaba acerca de mi identidad sexual. Me cuestionaba, duramente, si yo era homosexual.

Es increíble la terapia de la escritura pues hace que aquel revoltijo de emociones pase por tus dedos, diluyéndose en el papel. Es magia, o algo por el estilo, pues convierte un conejo en un pañuelo o viceversa; en este caso, convirtió mi controversia sexual en un poema.

El tiempo pasaba frente a mi ser, los clientes del café se marchaban, los empleados muy quietos esperaban al último cliente: yo; mientras, mi ser viajaba años luces de aquel lugar, a través de mi arte… y no me detuve hasta pintar el placentero punto final…

Iluminado, salí del café, entendiendo que el arte es entrega... Seas hombre, mujer, gay, o un frágil amigo, en el arte te das al amor sin sexo ni moral…

Paris, 23/11/04
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 11908
  • Fecha: 26-11-2004
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 5.7
  • Votos: 63
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2156
  • Valoración:
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