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Amigos para siempre

Cuando se miraron Brandy sintió que algo se conmovía en su interior y supo que su vida nunca más sería igual. La voz de Raúl lo calmó y sus caricias fueron tan tiernas que estuvo seguro de que no podría pasar ni un sólo día sin sentirlas sobre su lomo. Raúl se acercó a la coordinadora de la protectora y le expresó su deseo de adoptarlo, ‘siento que hemos conectado tan bien’, le decía entusiasmado.

Después de someterse a una entrevista en la que le fueron cuestionadas sus habilidades como adoptante y de salir ileso de todas las dudas, vino la pregunta clave: ¿realmente podía hacerse cargo de la manutención del perro con su situación económica? La respuesta fue no. No tenía un trabajo fijo y estaba viviendo en casa de sus padres. Le denegaron la adopción. Antes de marcharse de la protectora, Raúl se acercó a Brandy y le dijo al oído: ‘No te preocupes, resolveré esto. Sólo debes tener paciencia’.

En las semanas siguientes estuvo moviéndose muchísimo para conseguir un trabajo y un sitio adecuado donde vivir con Brandy, pero la situación no era tan sencilla de resolver y tardó tres meses en lograrlo. Finalmente se dirigió a la protectora cumpliendo todos los requisitos; pero al llegar le dijeron que Brandy había sido adoptado por una familia esa misma tarde. La rabia, la tristeza y la desesperación se apoderaron de él y estuvo a punto de romper algo; pero se tranquilizó y se marchó a casa.

Para Brandy las cosas no habían sido tampoco sencillas desde que Raúl se marchara con su promesa. Durante semanas estuvo esperándolo entusiasmado pero un día comprendió que ya no regresaría, como ya le había ocurrido en ocasiones previas y se supo perdido y solo en un mundo caótico. Dejó de salir, de mover la cola con alegría cuando alguien se acercaba a visitarlo y de asomarse a los barrotes de la jaula.

El día que aquella familia lo adoptó Brandy no opuso resistencia. Cuando se lo llevaban en el coche rumbo al nuevo hogar, sus ojos se cruzaron con los de Raúl que estaba entrando en la protectora. Sus ladridos y gruñidos arañaron el techo y las ventanillas del coche, pero no fueron lo suficientemente alarmantes para la familia como para detener el vehículo.

La convivencia en la casa fue imposible: Brandy no se adaptaba y cada día se mostraba más arisco e intratable. Después de intentarlo, la familia llamó a la protectora desesperada; le querían pero les resultaba imposible cuidarlo.

Cuando lo llamaron Raúl no lo dudó, fue volando a la protectora a firmar los papeles. Al verlo Brandy comenzó a dar pequeños saltitos y a lamerle la cara y las manos. Raúl lo abrazaba con lágrimas en los ojos y le decía que nunca se separarían.

Esta es la historia que Raúl le contaba a uno de sus sobrinos ocho años más tarde. ‘En la vida lo más importante es esforzarnos por conseguir lo que nos proponemos y luchar por las personas a las que amamos’, le decía; mientras el calor de Brandy, durmiendo a sus pies, invadía cada uno de sus músculos.

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