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Categoría: Misterios

Al otro lado del silencio

Como siempre, las sombrías cumbres de nieve y roca del Himalaya parecían dormitar, indiferentes a todo lo que ocurría a su alrededor.
En cambio, por encima de los melancólicos monstruos, el viento, que normalmente soplaba gélido pero dulce se había tornado en fuerte ventisca, que azotaba sin piedad el desierto blanco.
En pleno corazón de la tempestad, una avioneta comercial procedente de la región china de Hu-Pei intentaba a duras penas mantenerse en el aire. El aparato logró avanzar varias decenas de metros más, pero al final, rendido a los elementos, terminó cayendo a la nieve.
Sin embargo no se estrelló, sino que gracias a la posición en la que había caído, se deslizó por la ladera hasta que unas rocas lo detuvieron definitivamente.
Cuando remitió el temporal, el piloto, un hombre de mediana edad llamado Lei Wong Fa, salió al exterior. Sólo había sufrido unos cuantos rasguños, pero estaba muy mareado y apenas tenía noción de lo que le rodeaba.
Escudriñó el lugar durante un rato en busca de una senda segura que le sacara de allí, y al final, decidiéndose por el pequeño glaciar que se extendía a su derecha, más allá de las rocas, se puso en marcha.
Con suma lentitud, Wong Fa llegó hasta la pronunciada pendiente que había entre la nevada loma y el glaciar, pero cuando iba a empezar a descender, un mal paso le hizo perder el equilibrio, y acabó cayendo por la pendiente.

Tendido en una posición bastante incómoda intentó levantarse varias veces mientras rumiaba maldiciones sin cesar, y al final, lográndolo, reanudó su camino. Sobre él, el sol luchaba con los oscuros nubarrones por el dominio del cielo.
De pronto, cuando apenas había recorrido ni diez metros, sintió algo extraño bajo los pies: la nieve se estaba descomponiendo.
Acordándose con horror de todas las veces que había oído hablar de montañeros que morían en aquellas cumbres por caer en fosos ocultos, intentó ponerse a salvo, pero todo fue en vano.
Segundos después caía, junto a un montón de nieve, al fondo del abismo.


Silencio absoluto, desquiciante, angustia atroz, lágrimas.
Como dos florecillas que despiertan tras una larga noche, los ojos de Wong Fa comenzaron a abrirse. Sabía que no había salida, que no volvería a ver la luz del sol, tan sólo quería saber cómo era el lugar donde iba a morir.
Pero, para su sorpresa, un halo de esperanza apareció en medio de aquella agonía.
Había un pasadizo.
Sin dar crédito a lo que veía, el piloto se puso de pie como pudo y se encaminó hacia él.
Siniestro e impredecible, el estrecho corredor le condujo hasta una gran cueva comunicada con el exterior. Wong Fa sonrió al verse a salvo.
Iba a salir de allí cuando de repente algo extraño, situado en el centro de la caverna, le llamó la atención.
Intrigado, se acercó para ver de qué se trataba. Lo que descubrió le dejó sin respiración.
Un esqueleto, de alguien importante a juzgar por la postura, yacía envuelto en piel de camello dentro de una fosa rodeada por toscos dibujos.
Y éstos eran.....¡¡inscripciones egipcias!!.

¿¡Una tumba egipcia en el Himalaya?!.
La pequeña cobra de oro que descansaba cerca de la tumba le sacó de sus pensamientos.
Fascinado por su belleza, la recogió del suelo y tras examinarla durante unos instantes intentó encontrar una explicación lógica a todo aquello.


* * *

Hace más de tres mil años, Ajnatón, un noble Tebano, regaló una cobra de oro a la princesa Anukis por su decimoquinto cumpleaños. Pero en la fiesta de celebración, la cobra fue robada por unos intrusos que huyeron hacia el este. Ajnatón, comprometido ante el Faraón para recuperar el tesoro, partió hacia Oriente en compañía de sus cuatro esclavos. Atravesaron desiertos, valles y mesetas tras la pista de los bandidos hasta que por fin, al pie de unas montañas blancas, lograron alcanzarlos y les dieron muerte.
Pero cuando iban a regresar a Egipto, Ajnatón, que padecía desde hacía mucho tiempo del corazón, murió de un infarto. Poco después de enterrarlo, los esclavos, rehacios a volver, se enzarzaron en una brutal pelea para conseguir la cobra.
Tres de los cuatro murieron a golpe de daga, y el último, después de haber logrado salir a rastras de la cueva, quedó enterrado bajo la nieve cerca de la entrada.


* * *


Wong Fa corrió lo más deprisa que pudo intentando huir de aquella maldita cueva. En su mente, aún palpitaba la imagen de los dantescos restos de los esclavos.
Atrás dejaba el valiosísimo hallazgo de la tumba y la cobra de oro, pero ya no le importaba, tan sólo quería alejarse de aquel horror, como también hiciera en su momento el último esclavo.
No tardó en toparse con éste.
Enloquecido aún más por aquella visión, la más espeluznante de todas, siguió corriendo hasta que salió definitivamente de la montaña.
Horas después, fue encontrado por un pastor de yaks caminando sin rumbo y repitiendo dos palabras sin cesar: Egipto, y montaña.
Datos del Cuento
  • Categoría: Misterios
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