Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Cuento
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Cuento
Categoría: Ciencia Ficción

ASESINA: Narración de un sufrimiento

NOTA INTRODUCTORIA

Alguna vez, en este mundo por los hombres minado de recuerdos, existió una mujer cuya belleza única cautivó a todo hombre que cruzase por su camino. Cual Mantis, primero seducía para después, devorar a todos los que se dejasen capturar por sus virtudes. Su historia está plagada de singulares patrañas, episodios de días, semanas…. Años.

Su actuación es breve, su engaño, forma y fondo, imposible de evadir. Bastan en ella el esbozo de una sonrisa, su áspera pero tierna voz, alguna breve demostración de poesía y su piel dispuesta aunque no pasional para lograr la rendición absoluta del elegido dispuesto a saciar en ella el placer de verse admirada, protegida, irremediablemente amada.

Mirar, con ojos peligrosamente inocentes. Hablar, con voz plagada de silencios. Tocar, con infame suavidad. Acostarse, para sonreír y enloquecer sin remedio. Moverse, con etéreos movimientos que desatan la ansiedad de arrebatarle a la mujer…la hembra, sin obtenerlo.

Usar su desnudez. Sabe hacerlo… tanto, como sabe dejar fantasmas bajo el colchón de los prisioneros que moran eternamente en la mazmorra de su amor.

Amar, sin dejar rastros de amor.

La miseria de los otros es la riqueza de sus intenciones. Ella, mujer, es simplemente… Una asesina.

La Autora

I

- Fue una tarde de julio en una cafetería flotante de esas que uno encuentra en cada puerto… A lo lejos, el horizonte coronado por los agitados matices vespertinos, frente a mí, un hombre solitario, joven, pálido, maltratado por los años recientes. Me miraba atentamente. Lo había encontrado algunos minutos antes al abordar la pequeña embarcación para hacer un breve recorrido por los principios del océano que a nuestros ojos se presentía infinito. Se acercó a mí, - ¿Quieres escuchar una historia oculta en el mar? -. A su pregunta no respondí, lo miré con extrañeza, se sentó de mi lado contrario… -

Era demasiado hermosa como para creerlo, como para imaginar desearla, como para solo soñar tenerla. La vi crecer, ser niña, adolescente, hacerse mujer… La hice mía, porque yo pensé, que de alguna manera, yo podía pertenecerle. Solo remembranzas. Ella era, ella… es ahora un fantasma que va y viene por mis días. Yo, plagado de rencor, y de añoranzas, apenas y puedo sostenerme en vida.

Veo a la distancia los albores de nuestro espacio, el pesado inicio, el arriesgado primer intento, y es que en edad de descubrir, cualquier experimento es peligroso. Ella, no tenía ni 22 años. Fui afortunado.

Capturé la dulzura de su rostro una y mil veces, sus palabras, mediocres manantiales contaminados quedaron plasmadas en trozos de papel hoy celosamente guardados, lejos de toda curiosidad.

Su cuerpo fue para mí el cobijo y el reposo. Tras los envilecidos episodios de pasión desenfrenada yo, siempre ausente de mí mismo, deseaba estacionar mi enviciada conducta en quien me parecía la criatura más angelical que ojos humanos pudiesen haber visto. Yo la amaba, ¡Y no puedo olvidar que la amaba!, Me carcome la idea del olvido, pero a él me aferro, mis pensamientos se evaden prefiriendo para esta enfermedad al odio como remedio, porque viví para ella, por ella, me hice hombre para merecerla mujer. Todo esfuerzo, mis mejores propósitos la contemplaban como parte sustantiva.

¿Su nombre?, Imposible, quizá después, si algo ahora apenas de ella pudiera confesar, sería su precio. Nada novedoso, algunos regalos, algunos ires y venires y por supuesto… el dinero. Se vendió, como se vende a todos, como se da a lo que bien de mi pudo obtener con tan solo pedirlo. No, prefirió la traición, como solo puede hacerlo cualquier bestial demonio.

Este sufrimiento inenarrable es el que vengo contando desde hace algunos años a todos cuantos miran el mar, y es que ahí, justo en este océano, yacen para siempre todas la esperanzas que alguna vez tuve. Así vivo… odiando todo cuanto antes pudo parecerme digno de amar.

Si, seguramente he enloquecido, pero mi demencia no te pide más que un pedazo de tu tiempo. Sólo soy uno más de los que vagan extrañando, ansiosamente, los lejanos momentos en que ella estuvo a su lado.

- Aún queda bastante tiempo para que llegue la noche -, respondí.


II

La noche llegó hace mucho tiempo. Mucho. Insondable como el paso del destino por nuestras vidas, tenebrosa y angustiante, sin estrella alguna. Llegó con algo que llamamos abandono. Después, dejó de serlo y se trasformó, sin avisar, en eso que llamamos infierno. Y ahí, justo en él, está mi hogar.

Pero alguna vez conocí la luz. El resplandor que la rodeaba, porque cualquier lugar se encendía con su sola presencia. Ella lograba opacar el fulgor natural del sol o las luces simuladas de esos sitios a los que tanto le gustaba ir. A pesar de mi enfado, disfrutaba su alegría, y a pesar de mis ánimos, complacerla era ganar un poco la fortuna de su felicidad.

Su vicio no era otro que ella misma.

- ¿Duele? -, interrumpí.

El dolor es solo pasajero, la soledad eterna. Después de ella quedan heridas, unas de rápida curación, otras imposibles de cerrar. Vértice del sufrimiento. La cumbre de la desesperación es como el castaño de su pelo, como la claridad de su piel… el preciso contraste del rencor y la gratitud.

¿Ya he hablado de su boca?.... Labios profanos, último peldaño para llegar al cielo. Vehemente en el beso, pueril en el gesto. ¿Qué es un beso?, un fugaz encuentro entre dos caricias, falsa dimensión del amor.

¡¿Qué es un maldito beso!?.

Profana, como la vida misma que conduce a la envilecida muerte. Profana, como el aire que en sí lleva implícito el ahogo. Profana, como el seductor rayo de sol que pronto conduce al frío.

Así son ella y sus besos, ella y todo cuanto le rodea, un corrompido halo de inmisericordia que se viste de luz empapando el futuro con penumbra. Ella…

- ¿Y el tiempo? – Presurosa cuestioné

El tiempo ha sido aún más traicionero, Lo hubiese preferido eternamente embustero a haberme convertido en víctima de sus actos sinceros. Fue precisamente el tiempo el que derrumbó mis ilusiones. Derrumbó la imagen que yo creí inalterable. ¡Infame enemigo tiempo!, ¡Ardoroso cáliz del desengaño!

Cuanto quisiera no verme obligado a hablar de esto. Ni ahora ni nunca, pero, sé, que es necesario volver a llorar en las palabras, a sentir asco de los recuerdos, sé que debo embriagarme de rencor y rabia para apresurar la enmienda a mi dolor, lo sé…

Ésta no es una historia fácil aunque sí desesperante, para quien padece el protagonismo, y para los que sufren el fastidio de presenciarla. En esta historia se unen dos caudales, el de una mujer como ninguna otra, y el del monstruo inmisericorde que en ella vive.

III

- ¿Quién pudo causarte semejante daño que vagas por la vida declarando tu tragedia en espera de la gracia de la demencia o del olvido? –

¡Asesina!, ese era su nombre, ¡Pedestre hembra barata vendida al mejor postor!, disimulo del melodioso nombre Diana.

Fácil al obsequio suele entregar poco más que nada. Se arrastra por la vida buscando, cual serpiente, y juguetea, se divierte y embelesa… Tanto, que a veces es imposible negarse al chantaje, su bien seleccionada y ambigua forma de amar.

Diana ha sido desde siempre un fantasma que pasa por la vida y por el cuerpo de todos los hombres que es capaz de devorar. Es fuerte, apta para nadar entre dos, o tres, o muchos mares, hasta que uno de ellos la ahoga… entonces, se va, llevándose consigo todo cuanto puede. Ladrona.

Y asesina, más atroz que cualquier criminal conocido, porque destruye vidas enteras. Vidas que permanecen en agonía eternamente, sufriendo maldiciones solo comprensibles para quienes moran en lo más bajo de la creación, entre la podredumbre del abismo, donde habita, feroz, el carcelero del mundo.

Hay en el mundo más hombres por ella ofendidos que hombres capaces de amar dos veces…

- No pudo terminar la frase. Una nube de espesa neblina comenzó a envolvernos. Frío, oscuro, el nublo comenzó a desvanecerse y frente a nosotros quedó la extraña figura de una mujer por cuya cabeza caía un oscuro y largo velo. Nos miró fijamente mientras se desplazaba en nuestro derredor, en silencio absoluto.

Aquí está, mírala… fantasmal como siempre, testigo de mi agonía, mi eterna carcelera.

Su mudez me tortura. Me vigila con aire resuelto y me asusta, llega cuando está cercana la noche y es que sabe, ¡bien que lo sabe!, que solamente yo puedo ver a través de su velo, ¡Que solo yo puedo encontrarme con su rostro, desfigurado y maldito!.

Pero en su rostro, si, en su rostro he hallado la respuesta a mis eternas dudas. Era menester padecer su pálida presencia para encontrar un cáliz a mi dolor. Su mirada sin luz de ello me ha hablado tanto y esas manos, suaves, frías como un témpano, han hecho arder mi razón y con su fuego, han acabado con la ceguera de mis ojos.

Has de saber, mujer, que esta moradora de la tierra y del infierno me ha seguido los pasos aún después de abandonarme. Dónde estoy, está, dónde duermo, duerme, y de la taza en que yo bebo, ella toma para sí mi ya debilitado aliento.

Ella, terrestre y fantasmal está buscando en mí, que he sido su guiñapo preferido, la redención a su maldad.

IV

- ¿Ella busca tu perdón?

Ni en mis peores pesadillas podría suponerlo. En esta historia el perdón es como las gaviotas que vuelan sobre el océano… El aviso de una tormenta.

Diana vaga por mi tiempo esperando a que mi corazón sane y así, su maldad quede sepultada en un abismo del que no tenga salida. Creo que ha escogido entre tantos sufrimientos por ella causados, el mío, para redimirse. ¿Cómo?, sólo ella puede saberlo, aunque un extraño presentimiento me asalta, algo terrible puede ocurrir.

- Qué extraño, ha comenzado a hacer frío – Señalé

No te asustes, es sólo el halo que cubre a su fantasma, como un témpano hecho aire, el mismo que algún día comenzara a congelar mi existencia. Ella es hielo eterno, pero es difícil resistir a la máscara que porta, la calidez su mirada, el fuego de su sonrisa, la pasión derramada en su piel.

- Justo decía esto el hombre cuando miré atentamente a la silueta fantasmal que caminaba lentamente en nuestro rededor. Quise penetrar su velo con mi mirada y de repente, como si se lo hubiera pedido, la mujer desnudó su cara y además, mirándome fijamente dijo:

Ha llegado el fin.

- El infortunado joven, quizá envejecido por el dolor, miró repentinamente a su victimaria y exclamó:

¡No hay más fin que aquél que diste a mi vida!, ¡vete traicionera, arrójate al infierno de donde jamás debiste escaparte!

Veo que tu dolor es todavía infante, no ha madurado suficiente, pero no será causa para aplazarlo más, si acaso bien has tenido tiempo de redimir tu estupidez, no es a mí a quien corresponde darle perpetuidad.

Los finales llegan porque los inicios han sido débiles, demasiado apresurados o ambiciosos. Y no siempre son fáciles, ni mucho menos rápidos. Los finales son, sencillamente, un tiempo infame cuya duración, está sólo en nuestras manos.

¿Quisiste amarme hasta hoy?, Te has robado demasiado tiempo.

Te he seguido siempre, aun estando lejos y, en silencio, te he visto morir lentamente, maldiciendo, odiando, hundiéndote cada vez más y más, en un pozo donde sólo reina tu propia miseria y la inmensidad a la que has confinado mi recuerdo. Me has hecho grande, me has puesto por encima de todas las demás mujeres.

Soy dueña absoluta de ti, de tu dolor o de tu negada alegría. Te has entregado a mí sin reservas, mírame, frente a ti, segura de mí… Mirándote temblar de horror.

Tu fin ha llegado porque así lo quiero, porque tu final es para mí, anhelada y plena libertad.

- Yo temblé de pánico y mi compañero, pálido y enmudecido la miró con ojos mansos, infinitamente temerosos. Ella levantó su mano al cielo y con voz fuerte dijo:

Tiempo inmisericorde, época de silencio y oscuridad, íntimo infierno nuestro… Lleva a tu morada un corazón marchito, dame a mí, la libertad merecida, dale a él, que me mantuvo presa de tu terror, un sepulcro sin salida.

V

Un sonido ensordecedor provocó tal efecto en mí que caí desmayada. No sé cuento tiempo pasó, no sé si lo que viví fue verdad o mentira, sólo recuerdo que, de repente, me encontré tirada en la playa, acariciando con mis pies las suaves olas que besaban a la arena.
Datos del Cuento
  • Autor: Norangel
  • Código: 17188
  • Fecha: 11-08-2006
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 54.198.146.224

0 comentarios. Página 1 de 0
Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Cuentos: 21.633
»Autores Activos: 155
»Total Comentarios: 11.741
»Total Votos: 908.508
»Total Envios 41.629
»Total Lecturas 53.552.815