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Categoría: Infantiles

La verdadera identidad

Niebla tenía las orejas caídas y una mirada de oso penetrante. Estaba convencida de que era una loba y desde hacía unos años se había propuesto buscar a su manada. Sin embargo, pasaban los días y continuaba en esa casa, donde una familia humana la mimaba y le daba todo lo que las personas creen que necesitan los perros para vivir. Pero la vida fácil no había sido creada para ella así que una tarde, juntó coraje y se marchó.

Estuvo durante meses viviendo en los caminos; por momentos extrañando el confortable sofá donde antes podía descansar sin temer a los peligros, y en otros, disfrutando con total alegría de esa libertad que nunca antes había probado. Se sentía linda, más joven y sobre todo, libre. Y sabía que no podía estar lejos.

Pero el camino se hacía cada vez más arduo; el invierno la amenazaba con lluvias heladas y torrenciales que dejaban sus orejas más caídas que de costumbre, y la soledad de las noches era tan insoportable que sus ojos se humedecían, y no era por efecto de la lluvia externa.

Cuando ya estaba a punto de renunciar a su sueño, los vio a lo lejos: un grupo de peludos cánidos que se paseaban por el bosque todavía mojado, aullando y disfrutando de la vida salvaje. Llena de felicidad fue hacia ellos. La mirada de los lobos era amenazante y no denotaron deseos de que ella formara parte del grupo. No obstante, Niebla insistió y durante días estuvo esquivando rasguños y mordidas, y siguiéndolos a una prudente distancia.

Ya llegando al colmo de su paciencia, la gran loba alfa la esperó escondida para pedirle que le explicara las razones por la cual estaba siguiéndolos. Después de oír la historia, la llevó aparte a un rincón del bosque adonde llegaban las aguas de un fino arrollo. Ambos reflejos aparecieron como a través de un cristal y entonces Niebla descubrió su esencia. La loba se fue alejando y la pobre perrita se quedó triste y muda, sin saber qué hacer ante esa evidencia; comprendiendo que el camino de regreso era imposible, y deseando no haber alimentado nunca esos sueños estúpidos.

Mientras lloraba sintió el cálido aliento de la loba; había vuelto porque sabía que aunque físicamente Niebla no se pareciera a ellos tenía una tenacidad y un afán de libertad que los acercaba. Y desde ese día Niebla formó parte de ese particular grupo en el que fue una más, aunque sus orejas continuaran caídas y su hocico no dejó de ser redondo como redondos eran sus ojos.

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