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Cuatro años después

Cuatro años después...

Hace más o menos cinco años, caminando por un pasillo del edificio Luebbert, me encontré a una amiga mía a quien tenía algún tiempo sin ver y le pregunté por su mamá. Con ojos y mirada tristes me dijo quedamente, que tenía dos años que había fallecido, y –continuó- a pesar de que ha pasado ese tiempo, aún no la podemos olvidar. Me despedí de ella manifestándole mis condolencias por la pérdida de su señora madre y me retiré. En el momento no capté el significado de su frase, ya que fuera de los protocolos establecidos en esas cuestiones, lo demás era puro formulismo.

Casi un año después de ese encuentro, el destino me puso en la misma situación. Mi madre falleció un 31 de enero del año 2000. Un año bisiesto quizá como cualquier otro; sin embargo, en esta ocasión fue trágico para la familia. A pesar de que yo en lo personal no creo en cábalas ni leyendas con relación a los años bisiestos, ese bendito año, si lo recordaré siempre.

A veces suena cursi o hasta trillado el decir que quienes cuenten aún con ese ser maravilloso como es la madre, deben cuidarlo y darle todo lo que necesite, especialmente cariño, pero en vida. Por fortuna, sé con absoluta confianza, que en lo que respecta a nuestra madre, mis hermanos y yo, siempre le dimos un trato como se merecía. Y tal y como dice cierta canción popular, que aunque tengamos tranquila la conciencia, también sabemos que pudimos haber hecho más por ella.

Por ejemplo, por mi condición tímida y poca afectiva en el demostrar los sentimientos, jamás le pude decir –aquí sí, ni en vida-, que la amaba, que la quería. Pocas veces, fuera de los cumpleaños o años nuevos, se dio la ocasión en que le brinde un abrazo fuerte y un beso en señal precisamente de mi cariño. Tuve que verla tendida y ya con su rostro frío por la huella de la muerte, cuando en silencio y frente al féretro, le dije tímida y calladamente que la amaba mucho, que siempre la había querido y admirado por todo lo que había hecho por nosotros. Le dije que le daba gracias por haberme traído al mundo y por forjarme una vida útil, al hacer de mí y de mis hermanos, hombres y mujeres de bien.

En ese momento, tuve la oportunidad tardía, es verdad, de agradecerle por todos los bellos momentos que pasamos juntos. Por aquellos de alegría y de tristeza. Darle las gracias por cuidarnos cuando nos enfermábamos, agradecerle cuando estábamos creciendo y que en su momento la hizo de padre y madre y jamás claudicó ante tal proeza, y nos sacó adelante.

Recuerdo que la última vez en que la vi con vida, fue un sábado 29 de enero, dos días antes de su muerte. Ese sábado, terminé mis labores en el trabajo y me dirigí a verla al IMSS. Estaba convaleciendo de su enfermedad y el lunes siguiente, es decir el 31 de enero, sería dada de alta.

Ése sábado 29, recuerdo que estuve casi dos horas con ella. Le sirvieron de comida un caldo y dos piernas de pollo. Como toda madre preocupona, me preguntó que si había comido, e insistió en que comiera con ella. Para no contrariarla acepte comer en su compañía y compartió, lo que para mí fue el último bocado con ella. Le di de comer en la boca y empezó a chipiliarse y a platicar de cosas pasadas. Ya casi para despedirme de ella, quizá presintiendo que no nos volveríamos ver, me pidió que cuidara a mi familia, a mis hijos, a mi esposa y a mi vez le dije que lo haría. Tomé su mano y le dije: “te veo el lunes”.

No pude olvidar su mirada. Esa mirada que me lanzó a través del ventanal que separaba su cama del pasillo. Me regresé y me volví a despedir de ella; fueron dos o tres regresos más lo que di, y finalmente, salí del nosocomio.

A las 15:50 horas del lunes 31 de enero del año 2000, recibí en mi oficina la llamada que me daba la fatal noticia sobre la muerte de mi madre. En ese momento, sentí que el mundo terminaba para mí, y lo demás forma parte del baúl de mis ingratos recuerdos.

De todo lo anterior que les platiqué, ya casi se cumplen cuatro años, y tal como le pasó a mi amiga Dulce, hoy en día, yo también digo con apesumbrada voz, que a pesar del tiempo transcurrido, mis hermanos, mi padre y yo seguimos sin olvidarla. Son cuatro años después y es posible pasen muchos más y mi madre seguirá formando parte de los recuerdos inolvidables.
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
janet
invitado-janet 25-06-2004 00:00:00

Aunque ya este en el cielo junto con dios y aunque no le dijistes que la amaba antes de irse, ella siempre lo supo.

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