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Pipo; el muñeco de hojalata, sin corazón.

PIPO; EL MUÑECO DE HOJALATA, SIN CORAZÓN.




Por aquellos días, se celebraba la feria del pueblo y el matrimonio llevaba al niño de la mano paseando por el recinto, entre barracas de todo tipo, luces de colores en globos de papel, puestos de turrón, tenderetes donde se vendían juguetes, atracciones para niños, kioscos de chucherías etc. etc.
El niño se llamaba Luís, y tenía cuatro años. Era buen chico, y aunque no pedía demasiadas cosas a sus padres, sí era algo antojadizo.
En la primera vuelta que dieron al recinto ferial nada más llegar, los ojos de Luís se fijaron con toda atención en un muñeco que había expuesto, colgando de una cuerda junto a otros juguetes en uno de los puestos de venta. Quedó enamorado de él desde ese instante.

El muñeco -no muy bien parecido físicamente-, era de hojalata, estaba pintado vestido de uniforme y representaba a un maletero, o mozo de hotel. En cada mano llevaba agarrada una maleta con muchas pegatinas alusivas a los lugares, ciudades y monumentos que sus dueños habían visitado, y para que se desplazara bien, debajo de cada una de esas maletas había unas ruedecillas. Por detrás de la espalda le asomaba un eje con una manivela, que al girarla le daba cuerda a un mecanismo mecánico que llevaba en su interior, para que moviendo sus piernas articuladas, el muñeco se desplazara por el piso llevando siempre sus equipajes de un lado a otro, hasta que dicha cuerda se agotaba y quedaba parado; perpetuamente con la mirada al frente, y su perfil con aquella nariz más larga que corta, y un poco puntiaguda.

No sé por qué, de entre todos los juguetes que allí había, -y algunos, incluso eran mucho más bonitos-, el niño quedó atraído, fascinado por el personaje del mozo maletero. En cada vuelta que daban por el real de la feria, al pasar por el puesto de juguetes y marionetas, Luís tiraba de la manga de la chaqueta de su padre, y mirando hacia arriba, le pedía que le comprase aquél extraño muñeco de enigmática mirada siempre fija hacia delante.

El padre no pudo resistir por más tiempo las constantes peticiones que el niño le hacía a cada vuelta del recorrido ferial, y decidió por fin, comprarle lo que pedía con tanto ahínco, para ver si así, los dejaba pasear tranquilos y disfrutar de la velada de feria.
Luís, lleno de felicidad, consiguió al fin su regalo. Estuvo toda la noche mirando fijamente a su muñeco, y decidió bautizarlo con el nombre de “Pipo”.

Desde entonces, Pipo fue su compañero de juegos, el amigo que le alegraba las penas, el que parecía quitarle las tristezas cuando Luís le hablaba. Pero su amigo Pipo nunca le contestaba.
El aprecio que demostraba al juguete era tal, y parecía estar tan encariñado con él, que sus padres llegaron a temer que Luís tuviera algún problema o complejo oculto; pues para nada se relacionaba con otros niños, y la comunicación con sus padres se limitaba a escasas palabras.
Eso dio lugar a que los papás se preocuparan por el estado de aislamiento del pequeño que sólo parecía disfrutar cuando jugaba con su compañero en solitario, metido en su habitación, dando cuerda a su amigo Pipo, que por el suelo iba y venía trayendo y llevando sus perpetuas maletas en sus viajes sin fin, entrando por debajo de la cama y por entre las patas de las sillas, en un juego que divertía a Luís más ningún otro.
A veces, los padres observaban sin que el niño se diera cuenta de ello, y advertían el ensimismamiento en el que parecía haber penetrado, y escuchaban cómo hablaba con su juguete abstraído en sus cosas.

Decidieron hablar con Luís, pues les preocupaba el rumbo que habían tomado los acontecimientos, y comenzaron dialogando para hacerle entender que aquél, era solamente un juguete mecánico sin alma ni sentimientos, y no –como él creía-, un amigo con el que conversar y contarle sus cosas. Al pequeño le costaba entenderlo; se negaba a comprender que su amigo Pipo sólo fuera un trasto de hojalata sin corazón, que se movía exclusivamente con los impulsos que la manivela de daba al muelle de su cuerda y a los engranajes, haciendo mover sus piernas articuladas. No, él desde lo más íntimo de su ser estaba convencido de que Pipo le oía, sentía sus penas, y sin hablar, lo consolaba con aquella inmóvil y fría mirada que salía de unos ojos que brillaban a pesar de estar pintados en la hojalata.

Pasó el tiempo, y los padres comenzaron a ver los resultados positivos que ofrecían sus constantes charlas para convencer al hijo de que no prestara más atención de la necesaria a su juguete. Influyeron tanto en el ánimo del pequeño Luís, que éste ya casi no jugaba con su amigo Pipo. Lo mantenía arrinconado, apartado en algún lugar con el resto de los muñecos y demás juguetes que poseía. Ya no hablaba con él, no le contaba sus tristezas o secretos infantiles, no le daba cuerda para que tuviera vida haciéndole ir y venir por el piso del dormitorio llevando sus maletas y chocando con las paredes y las sillas en sus traslados.
Si el muñeco hubiese tenido sentimientos, no cabría ninguna duda de que se hubiera sentido abandonado por el amigo al que más quería, y sus ojos pintados que antes tenían un extraño centelleo, quedaron ahora sin vida ni expresión alguna de pasiones ni emociones, pareciendo desde entonces entristecer y perder el brillo que siempre tuvieron.

Pero cierto día en que el niño se hallaba en la calle jugando con sus cosas en la acera de la puerta de su casa sin prestarle mayor atención al muñeco maletero, observó que sin haberle dado cuerda a la manivela que había en su espalda, Pipo inició solo su caminar portando las maletas como siempre, ésta vez más de prisa de lo normal, y escapándose del control del niño comenzó a cruzar la calle en dirección a la otra acera, pereciendo querer escapar de allí y alejarse cuanto antes de una compañía que parecía serle hostil.

La mala fortuna quiso que éste fuera el último viaje que emprendiera Pipo.
Cuando caminaba huyendo maletas en mano, la vista como siempre, al frente, y ya casi por el centro de la calle, un vehículo que cruzaba con rapidez lo atropelló pasando su rueda por encima del pequeño cuerpo de hojalata que quedó aplastado y destrozado. El niño soltó un grito desgarrador, la gente que caminaba se vio sorprendida por el accidente y temieron que la víctima del atropello hubiera sido el niño. Por suerte no fue así, pero Luís comprendió en ese momento el alejamiento que tuvo con su amigo el juguete, y el cariño que le había negado últimamente, entendiendo cuanto lo quiso antes, y cuán apartado estaba ahora de él.

Enterados del incidente tan lamentable, los padres de Luís decidieron tirar a Pipo a la bolsa de la basura para que el niño no sufriera al verlo en tan lamentable estado, destrozadas sus pequeñas maletas, el cuerpo aplastado, la cuerda rota y el motor inservible sin poder darle el movimiento que tanto alegraba al niño cuando jugaba con él contemplándolo al verlo caminar en sus viajes.
Pero no contaron con la reacción de amor, fidelidad y amistad que para con su amigo Pipo demostró el pequeño Luís, quien en un descuido, sacó de la bolsa de la basura a su muñeco y rescatándolo de una muerte segura en el vertedero, lo llevó a su dormitorio, poniéndolo de pie sobre una de las repisas donde tenía sus cosas más preciadas.
Esa noche, cuando el niño estaba a punto de dormirse, lloró la desgracia ocurrida al amigo, miró hacia el lugar donde éste se hallaba, y aunque su cara estaba aplastada, los ojos pintados recobraron la viveza y el centelleante brillo que siempre tuvieron, pareciendo que de ellos salían pequeñas lágrimas provocadas por la emoción de volver a sentirse querido y útil.
Luís observó al amigo roto, lloró al verlo y con la ropa de su cama tapó su cabeza para no contemplarlo en tan lamentable estado de destrozo, pero cuando se disponía a dormirse, algo escuchó; un ruido que le era muy familiar: la cuerda que movía los engranajes de Pipo comenzó a menearse y un leve y dificultoso movimiento vino a darle algo vida a una de las piernas del juguete, que empezó como a querer andar, queriendo así demostrar al amigo, que todavía conservaba algo de vida para jugar de nuevo con él, divertirlo y no quedar apartado de su amistad y compañía.


EPÍLOGO.

Ya de mayor, Luís aún conserva a Pipo en el lugar de privilegio que le corresponde a un amigo, cuya amistad fue inquebrantable con el paso de los años.
Todavía le cuenta sus apuros de joven, así como también sus alegrías. Y aunque parezca mentira, percibe una extraña sensación cada vez que le confía sus secretos, pareciéndole que sus conversaciones son escuchadas con el interés que lo hace un amigo verdadero.
De vez en cuando, y en el silencio de la noche, el leve ruido de la cuerda de Pipo se oye sólo para dar confirmación a Luís, -el único que lo escucha-, de la amistad imperecedera que existe entre ellos; por más que los años pasen, y su cuerpo de muñeco sin alma siga roto.
Datos del Cuento
  • Categoría: Infantiles
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Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
Lébana
invitado-Lébana 15-02-2006 00:00:00

Los comentarios no ponen ni quitan valor al cuento. ¿De qué te sirve que te digan es bonito, me ha gustado, tiene magia?. Escribe para ti y si a ti te gusta ya es bastante. Un saludo.

EL LOCO DEL CERRO
invitado-EL LOCO DEL CERRO 14-02-2006 00:00:00

¿Cómo es posible, que habiéndo leído mi cuento 70 personas, niguno haya dejado un comentario-opinión sobre el escrito? ¿Acaso no le ha gustado a ninguno de los 70 lectores? ¿No ha entendido nadie el mensaje que quiere transmitir sobre el verdadero significado de la buena amistad entre las personas? No me lo explico. Entro, miro, veo cómo aumentan las lecturas...y ni un solo comentario. Si no gustan mis relatos, no seré yo quien se moleste por leer una opinión desfavorable sobre ellos; pero si al menos contara con una sola opinión.... Un saludo a quienes me leen.

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