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Categoría: Ciencia Ficción

Misión Athena: Capítulo 1. SANGRE INOCENTE (2 de 2)

De repente, un chorro de sangre le empapó la cara.

Allen, impotente, profirió un grito desgarrador. Pretendió ponerse en pie una vez más, pero le retorcieron el brazo hasta partírselo. El dolor físico que le provocó esta herida fue intenso, pero no tan profundo como la pena que le traspasaba.

Entonces los atacantes le hablaron por primera vez, con una voz que Allen no olvidaría nunca. Era fría, carente de toda compasión y llena de rencor. “Esto es lo que les ocurre a los perros que nos traicionan”. Posteriormente, recibió varias patadas en la cara. Una, otra y otra más. Hasta que perdió el sentido.

Cuando recobró el conocimiento, aquellos asesinos se habían desvanecido. De la misma manera en que se desvanecía aquello la vida de aquella niña que Allen había querido más que cualquier otra cosa.

Los médicos no tardaron en socorrerles. Y la policía llegó después. Pero ya no había nadie a quien salvar. Nadie a quien detener. En ese aparcamiento únicamente quedaban el desesperado padre y su hija. Era demasiado tarde.

Clarise estaba tirada en el suelo, desangrada, pálida e irremediablemente muerta.

No había vuelta atrás.

La voz del comandante arrancó a Allen de sus negros recuerdos. Trataba de animarle.

-La declaración en el juicio fue admirable, John. Todos nos sentimos muy orgullosos de usted. Tenga la seguridad de que no volverán a pisar a la calle.

John Allen asintió. Los que habían asesinado a Clarise fueron atrapados, condenados y se pudrirían en la cárcel. Por un breve instante, esto le reconfortó. Pero fue tan sólo por un segundo.

-Señor, no me arrepiento. Había que actuar y detenerlos como fuera. Eso era lo correcto. Y precisamente eso fue lo que hice. Nunca dudé de cuál era mi deber. Aunque eso terminó arrebatándome a mi niña.

Allen tragó saliva antes de continuar.

-Si le soy sincero, los escasos momentos en los últimos meses en los que me he sentido bien han pasado mientras estaba haciendo mi trabajo. Me proporciona cierto consuelo saber que hay gente que aprecia nuestro trabajo y que hacemos cosas útiles por ellos.

El comandante albergó una breve esperanza. Allen seguía teniendo vocación. Por un momento, pensó que le acabaría convenciendo.

Desgraciadamente, John Allen no había acabado.

-Pero...

La voz se le quebró un instante. Con cierto esfuerzo, tomó aire y consiguió recomponerse.

-... simplemente, no puedo mantenerme ni un minuto más donde todo me recuerda a mi hija.

El jefe de la comandancia de Brooklyn lo observó, conmovido. Había sido uno sus mejores hombres. Y era una lástima tener que renunciar a él. Pero el comandante también era padre de una muchacha y le era sencillo imaginar lo mucho que debía estar sufriendo ese hombre.

Lo iba a echar de menos, pero Allen merecía decidir qué hacer en adelante con su futuro. Resolvió desistir de cualquier intento de convencerle.

-¿Y qué piensa hacer ahora, sargento?

 John Allen no contestó de inmediato. Dio unos pasos, pensativo, hacia la ventana del despacho.

Contempló ensimismado el cielo a través de ella. Era un mañana clara, luminosa y con un sol radiante.

Allen suspiró de forma casi inapreciable. En su interior, estaba seguro de que esa luz, esa clase de días, habían acabado para él. Finalmente, respondió:

 

- Me alejaré de todo, señor. Me voy de la Tierra.

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