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El Resucitado

Miró con terror aquellos ojos tan fijos del moribundo. Antes de fallecer, el hombre apuntó su dedo tembloroso hacia ella y Celeste no pudo hacer otra cosa que darse la media vuelta y salir huyendo de aquel fúnebre lugar. Su esposo fue sepultado al día siguiente en la cripta familiar y a los pocos días ella tomaba posesión de la inmensa fortuna de Remigio Rondassi. A solas en la inmensa mansión, ella esperaba un urgente llamado y mientras tanto recorría cada habitación y cada dependencia sin convencerse aún que era libre. Su marido había sido un anciano opresor que la vigilaba y celaba en todo momento. Aún ahora, con Remigio yerto en su cajón, y su alma viajando a la frontera del más allá, sentía su mirada maligna sobre ella y no podía evitar sentir escalofríos.

El informe de la autopsia determinó que el anciano había fallecido de un avanzado cáncer al páncreas, pero nada decía de un posible envenenamiento que pudo ser la causa directa de su muerte. La verdad es que un enorme manto de dudas se cernía sobre la mansión de los Rondassi, toda vez que años antes, la primera esposa de Remigio había fallecido a causa de una intoxicación. Lo extraño es que parecía existir una conjura, algo siniestro detrás de todo esto y Celeste podía dar fe de ello, ya que hurgando en los documentos de su esposo, encontró una carta muy misteriosa de una tal Ana Sommers, en la que se planteaba la posibilidad de un crimen–no se mencionaba ningún nombre- por medio de un fluido muy escaso pero perfectamente al alcance de la solvencia de algunos. Lo extraño es que, pese a que Cristina había fallecido en medio de atroces dolores, lo suyo fue caratulado como una simple hepatitis. Mucho misterio rondaba por allí y a medida que oscurecía, el miedo de Celeste se acrecentaba. A las siete de la tarde sonó el teléfono:
-¿Marlene?
-Si, soy yo- se escuchó un suave abejorreo a través del auricular. Celeste suspiró hondamente. -¿Vienes hoy? La voz de su interlocutora sonaba aguda y distante. Le explicaba que era imposible abordar algún tren para esa noche pero que de seguro al día siguiente estaría con ella. El rostro de Celeste se contrajo, el miedo cobraba forma, se hacía tangible y comenzaba a agazaparse tras las sombras de los antiguos muebles, tras los gruesos cortinajes o en algún lugar de la oscura noche.

Sudando lo indecible, la joven se arrebujaba en su cama, sintiendo los acompasados latidos de su angustiado corazón que imperaban desoladamente en el silencio terrorífico de la noche. Un perro aulló y los cabellos de Celeste se erizaron. Siempre había sido miedosa y el hecho que Marlene, su hermana, no hubiese llegado esa noche, gestaba en ella un miedo paralizante, se sentía vulnerable y por ello no se atrevía a apagar la luz de su lámpara. A duras penas pudo conciliar el sueño. Más le hubiese valido no haberlo conseguido. Fue víctima de atroces pesadillas, allí estaba su esposo mirándola a través de su féretro con esos ojos tan espantosamente fijos y siguiendo cada uno de sus movimientos como si desde el más allá aún tuviese imperio sobre ella. Un grito desgarrador se escapó de su garganta, amplificado por la pesadilla pues en rigor fue sólo un ahogado gemido. Abrió sus ojos para verificar que sólo eran las tres de la madrugada. No, ella no se levantaría de su lecho para ir a inspeccionar la casa como es típico que suceda en las películas de terror. Por el contrario, buscó a tientas sobre el velador el control remoto de su televisor y lo encendió. Estaban transmitiendo una película de acción y eso logró distraerla. Pero el recuerdo de su esposo muerto la mortificaba. El siempre la había amenazado con regresar de su tumba para vigilarla y eso la descontrolaba. A cada instante pensaba que se abriría la puerta de su dormitorio y aparecería Remigio, cadavérico, vestido con ese terno negro que tanto le gustaba usar y con el cual fue sepultado. Las primeras luces del alba, precedidas por el canto de las aves, marcaron un nuevo y reñido triunfo de su alma sobrecogida.

Ese día apareció Marlene y podría decirse que ambas eran gemelas, dado su gran parecido. Pero eso sólo se manifestaba en el aspecto físico ya que ambas diferían de temperamento. Celeste era tímida, silenciosa, amaba las bellas artes y especialmente la música. Marlene, en cambio era decidida, le gustaba la acción y se apasionaba por todo lo misterioso. De hecho, en la mansión encontró campo fértil para sus especulaciones, revisó uno a uno los libros de la gran biblioteca, no hubo habitación que no recorriera y en muy poco tiempo ya tenía una idea bien detallada de cada recoveco de la mansión. Sólo a un lugar no había podido acceder y este era un sobrecogedor sitio que los padres de Remigio habían construido para sus hijos. Se trataba de un inmenso laberinto techado de madera, un lugar tenebroso, con dibujos grotescos pintados en las negras paredes y sólo iluminado por la luz mortecina de unas cuantas luminarias distribuidas estratégicamente. Ni pensar que Celeste se aventurase en tal recinto. Apenas sabía de su existencia y de hecho ya tenía entre sus planes mandarlo a echar abajo para construir allí un invernadero. Marlene, aguijoneada por la curiosidad, apenas dio unos cuantos pasos porque incluso a ella la aterrorizaba el perderse en un lugar tan macabro. Los empleados contaban que uno de los hermanos de Remigio se extravió cierta vez en esas sinuosidades y que tardaron varias horas en encontrarlo. Así de intrincado el asunto.

-¡Hermanita linda! ¡Alguien fue asesinado! ¿Qué no ves estas evidencias? Marlene sostenía en sus manos una carta arrugada que encontró muy oculto en el doble fondo de uno de los cajones de la cómoda de Remigio. En ella se leía algo confuso, una especie de mensaje en clave: “Clavicordio asegura la fuga. Muerde ante y se asegura paso a fusión”
-Estás absolutamente loca. Esto no tiene ningún sentido. Puede ser un trabalenguas o algo así.
-Trabalenguas, trabalenguas. Eres tu la que está loca. Mira, clavicordio, que es una especie de piano, fuga, evidentemente se refiere a Bach, un eximio en ese instrumento, muerde ante, pincha el antebrazo y se asegura paso a fusión, evidentemente la muerte. En algunas sectas, paso a fusión significa asesinato ¿Acaso no lo ves?
-¿Y que tiene que ver Bach en todo esto?
-Indudablemente que es sólo un referente. El fue un eximio organista que nació el veintiuno de marzo de mil seiscientos y tanto.
-Veintiuno de marzo, el mismo día en que murió la primera esposa de Remigio. ¡Vaya!
-¿Tienes alguna idea de que pudo haber acontecido?
-No…no se me ocurre nada…aunque para serte franca…siempre sospeché algo. Cristina era una mujer muy pero muy acaudalada, tanto así que superaba con creces la fortuna de Remigio.
-Es una muy buena razón para que la hayan asesinado. ¿Sabes de que murió Cristina?
-Hepatitis.
-Pamplinas. Nadie se muere de eso.
-¿Qué se te ocurre entonces?
-Que la mataron. Fue envenenada. Apuesto a que existía sociedad conyugal.
-Exacto.
-Tampoco debe haber dejado herederos.
-Era sola como nadie. Todo pasó a manos de Remigio.
-Ahora te pregunto esto y te pido que me respondas con total sinceridad. ¿Confiabas ciegamente en tu esposo?
-No. Realmente no.
-Aparte de ti ¿Qué sabes de otros familiares?
-Un hermano expedicionario. Dicen que se perdió en el Amazonas hace muchos años.
-Hmmmm. ¿Nadie más?
-No.
Esto va a costar desenredarlo, pero confía en mí. Seguiré investigando hasta encontrar el hilo conductor de todo esto.

Esa noche, ambas mujeres durmieron muy juntas, como lo hacían cuando eran dos criaturas.

Los encapuchados sesionaban bajo una intensa luz roja. El que parecía liderar el grupo alzó sus brazos al cielo de la enorme gruta que era una especie de catacumba escarbada bajo las rocas.
-Ohh Sereno. Oh serenooooo. La piedad está en tus manos.
-Así es, así es- repitieron con acento monocorde los cerca de treinta seres que conformaban la asamblea. Una música de órgano llenaba el recinto.
-Es la hora del recuento y del rescate. ¡Esta noche sea la noche!
-¡Que seaaaaa!- repitieron los hombres con tono más entusiasta.

Celeste abrió sus ojos. Un suave rumor, una especie de rasguño en la madera del ventanal la obligó a remecer a Marlene para despertarla.
-Parece que hay algo allá afuera.
Marlene se estiró sin demostrar miedo. Era demasiado pragmática para asustarse de buenas a primeras.
-Debe ser algún gato. Hace frío y ya sabes como son los mininos. Querrá dormir adentro.
-No tengo gatos, ni perros ni nada.
-Entonces alguna rama. Vamos, déjame dormir, tengo mucho sueño.
-Marlene, por favor.
La chica se levantó de un salto, hostigada por su asustadiza hermana. Sin miramientos de ninguna especie, abrió violentamente las cortinas.
-¿Ves? Nada, sólo tu imaginación.
El rostro de Celeste se descompuso. Un grito agudo salió de su garganta. ¡Tras los cristales creyó ver la figura amortajada de…Remigio! Temblando de terror, se parapetó detrás de su hermana. Abrazadas en el centro de la habitación, vieron como las luces de la habitación se apagaban de improviso. Al trasluz, distinguieron varias siluetas que se movían con lentitud y que avanzaban hacia ellas. En el paroxismo del terror, Celeste hundió sus uñas en la muñeca de Marlene.
-¡Huyamos!- ordenó ésta y tomando de la mano a su hermana, alcanzaron a salir del dormitorio segundos antes que una enorme piedra destrozara el ventanal. En la penumbra pudieron distinguir como la silueta amortajada ya estaba en la sala principal. Dieron media vuelta justo para encontrarse a boca de jarro con uno de los encapuchados. Un nuevo grito, esta vez a dúo y un nuevo esquive para huir hacia el pasillo del ala izquierda, el que conducía al laberinto.
-Es nuestra única salvación. Allí jamás nos encontrarán.
-¡Es Remigio! ¡Viene a buscarme! ¡Dios! Las mujeres alcanzaron el hall y desde allí un breve pasillo, luego otra habitación, una puerta y …el laberinto. Sin pensarlo dos veces, Marlene empujó a su hermana al lugar en que suponía se encontrarían a salvo. La oscuridad más absoluta reinaba allí. La más resuelta de las mujeres recordó que llevaba un encendedor en uno de sus bolsillos y lo utilizó para guiarse a través del intrincado laberinto de madera. Al instante, un rostro horrible apareció delante de ellas: era uno de los dibujos pintados en la pared. Nuevo grito de Celeste que fue rápidamente sofocado por su hermana. Se internaron en el confuso paisaje, que más bien parecía la antesala del infierno. En realidad debieron estar bastante desquiciados quienes idearon eso, considerando que más que juego aquello parecía una tortura. A los cinco minutos estaban lo suficientemente desorientadas como para saber en donde se encontraban. Infinitos pasajes les salían al encuentro con diferentes y horripilantes seres pintados en los negros muros. Pero estaban a salvo. Por lo menos eso creían.
-Pronto amanecerá. Si son ladrones, pueden llevarse lo que gusten pero por nada dejaré que nos hagan daño.
-¡Es Remigio! Viene a buscarme. Siempre me lo dijo.
-Los muertos, muertos están. No pienses en tonteras de ese tipo.
Una horrible carcajada resonó al parecer proveniente del centro mismo del laberinto. Celeste estuvo a punto de sufrir un desmayo, tal era su miedo. ¿Realmente los muertos, muertos estaban?
La carcajada sonó más cercana. Evidentemente el risueño personaje conocía a las mil maravillas aquel laberinto ya que cada vez parecía más próximo. A Celeste se le heló la sangre cuando vió aparecer detrás suyo a aquel que tanto temía, al hombre que la celó en vida y que ahora, desde ultratumba, venía a cobrarse la palabra.
Mudo, contrastando su vestimenta oscura con la lividez de su rostro, Remigio, el recientemente sepultado anciano, estaba allí de pie frente a ella para martirizarla.
-¡Nooooooo!-exclamó Celeste antes de caer desmayada.
-El hombre dio unos cuantos pasos, mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa.
-Gárgola, demonio, bruja, fantasma, gárgola, fantasma, bruja, demonio…esa es la secuencia. Era evidente que se refería al laberinto. Marlene se agachó para auxiliar a su hermana.
-Por supuesto usted no es Remigio ¿Me equivoco?
-Claro que no. Soy su hermano Rubén, el que se supone fue devorado por una anaconda en el Amazonas.
-Comprendo. Y fue usted quien tramó la muerte de Cristina y ahora la de Remigio. ¿No es así?
-Es usted bastante perspicaz mi querida dama. Lástima que esté involucrada en este juego mortal.
Marlene comprendió que sólo había una alternativa para salvarse. El encendedor estaba a punto de apagarse por lo que en un rápido movimiento, lo acercó a la larga túnica del anciano, la que de inmediato comenzó a incendiarse. El hombre, tomado de sorpresa, comenzó a manotear tratando de quitarse la vestimenta, lo que aprovechó la mujer para asir a su hermana y huir ambas por el laberinto. La hábil mente de Marlene, recordó la secuencia enunciada por Rubén, de tal suerte que en escasos minutos alcanzaron la salida. Varios hombres les franquearon el paso. Celeste, algo reanimada, reconoció entre ellos a varios personajes: el Doctor Olsen, el abogado Rock, la secretaria de Remigio, la señorita Alice, en fin, toda la plana mayor de la empresa Rondassi. Al poco rato apareció Rubén, cuyo parecido físico con Remigio era impresionante.
-A cerrar el círculo, es la hora del recuento y del rescate- dijo este levantando sus manos al cielo.
-Seaaa, seaaa- repitieron como hipnotizados los demás.
El doctor Olsen se aproximó a las chicas con una aguja hipodérmica en sus manos.
-¡Paso a fusión! ¡Paso a fusión!- corearon los encapuchados. En segundos, las muchachas serían inoculadas con el poderoso veneno y después la nada…
La aguja ya estaba a punto de penetrar en el antebrazo de Celeste cuando una voz autoritaria ordenó: ¡Manos arriba! Era el capitán Stevenson que junto a un grupo de detectives hacía su aparición en el momento más oportuno. Los individuos fueron apresados de inmediato sin que opusieran demasiada resistencia.

-¿Cómo supieron que estábamos en peligro?-preguntó Celeste, ya más recuperada.
-No lo sabíamos-contestó Stevenson, -sólo veníamos a hacer unas averiguaciones y encontramos la puerta abierta. Agradézcale a su hermana. Si ella no nos hubiese entregado esta carta, jamás hubiésemos capturado a estos truhanes. “Clavicordio asegura la fuga. Muerde ante y se asegura paso a fusión” leyó Celeste
-Exacto. Deduzco que su fallecido esposo lo planificó todo. La oscura organización asesinó a su esposa pero luego apareció en escena Rubén, cuya ambición desmedida le llevó a asesinar a su propio hermano para sucederlo después. Como la organización está compuesta por hipócritas sicarios, no le fue dificultoso pactar con ellos excelentes condiciones económicas. Su objetivo era hacerse propietario de todo y para ello debía eliminarla a usted. Supuso, erróneamente, que bastaría con asustarla pero no contaba con el coraje y la inteligencia de su hermana que vino a estropear sus planes.
Celeste sonrió con tristeza. Acaso Remigio falleció pensando que ella lo había asesinado. De allí ese dedo tembloroso que la culpaba, de allí su mirada tan penetrante.
-Que en paz descanse- dijo suavemente Celeste.
-Si. Y que Dios lo juzgue- agregó Marlene con una mueca de complicidad en su rostro gracioso.
Datos del Cuento
  • Autor: lugui
  • Código: 7730
  • Fecha: 16-03-2004
  • Categoría: Policiacos
  • Media: 4.48
  • Votos: 46
  • Envios: 6
  • Lecturas: 6698
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