- ¿Qué quieres ser de mayor?
- La mujer de alguien como tú...
Poco tiempo después, ella se durmió.
El hombre se levantó y encendió un cigarrillo.
La miró y besó con sus ojos cada palmo de su piel. En aquel momento deseó que la eternidad los sorprendiera convirtiéndolos en estatuas de sal, sin recuerdos ni vivencias, pero unidos para siempre.
Se sentó junto a ella y acarició lentamente su pelo rubio, jugando a rizarlo entre sus dedos.
- Siento un nudo en el estómago que...
- ¿Quieres que te de un masaje...?
- Mejor... Dámelo más abajo... !No! !Es broma!
Miró la habitación y notó entonces uno de esos extraños instantes de plenitud en los que crees que todo lo creado está en su justo lugar..., en el sitio perfecto.
No conocía la felicidad, pero debía sentir algo muy parecido cuando tuvo la sensación de pertenecer a aquel espacio, de igual manera que le pertenecía a ella.
La mujer continuaba dormida, hermosa, ausente, serena, los labios ligeramente entreabiertos en un gesto ingenuamente sensual, y su pecho (que no sabía exactamente por qué lo asociaba a las copas
de champagne) respirando en acompasado ritmo.
Acercó la cara a la suya y besó su nariz, su frente, sus pómulos, cada vez prolongando su caricia un poco más... Sentía infinitos deseos de volverse a unir a ella, la conciencia perdida, y su voz (Que acariciaba al igual que sus manos) repitiendo su nombre una y otra vez, como una letanía... Ese momento de entrega en el que incluso llegamos a olvidarnos de quienes somos y a quien pertenecemos...
- No te lo pondré fácil...
- Mucho mejor... Me crezco ante las dificultades...
El hombre se sentía extraño, había creido con absoluta sinceridad no volver a enamorarse nunca más, las experiencias vividas le hacían sentir recelo y pensaba que ya no tenía sentido seguir mandando mensajes de amor en viejas botellas que jamás llegarían a la orilla de ninguna playa...
Pero con ella era diferente, había conseguido una total complicidad de palabras dichas a medias, de frases con doble sentido, risas, miradas, secretas proposiciones..., y a lo largo del día una pasión oculta que se iba apoderando de él.
Le gustaba abrazarla cuando estaban rodeados de gente, era como decirle al mundo que era suya, un deseo irracional, una forma de exhibir su amor...
Siempre había pensado que no existía la mujer de su vida, pero sí estaba convencido de que ella era la mujer de "ese momento" de su vida...
Le gustaba mirarse en el fondo de sus ojos y verse pequeñito, como si estuviese dentro de ella.
En ese momento la mujer se desperezó ronroneando, frotando su cara contra la almohada, como una niña, como una adulta que no sabe aún aceptar su condición...
- ¿Te he dicho que me eduqué en un colegio de monjas?
- Sí...
- ¿Sabías que esto iba a pasar, verdad?
- Sabía que podía pasar...
- ¿Cómo te sientes?
- Distinto... Creo que soy feliz
Ambos se miraron en silencio.
- ¿Que va a pasar ahora?
- Dímelo tú...

Miguel A. Linares.

Málaga 24-01-04