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Jacobo no entendía por qué tenía que pasar las tardes al sol con el abuelo sentados en una grada viendo a Enrique jugar con un balón. No había muchos niños de su edad y el abuelo solo miraba y no hablaba. 
Deseaba poder ir al parque, corretear entre los columpios y no estar viendo aburrido como su hermano disfrutaba con sus amigos, jugaba a extraños juegos de mayores y cumplía un montón de normas.
Esa mañana parecía ser diferente a otras, vio a Enrique caminar de un lado para otro nervioso por su habitación. Le preguntó qué le pasaba y le contestó que hoy era su primer partido y tenía que jugar muy bien. Jacobo no entendía nada ¿primer partido? ¿y todas esas tardes en el campo?
Cuando llegó la tarde y se vio nuevamente sentado con el abuelo decidió consultarle sus dudas:
- Abuelo, ¿esto del fútbol es bueno? ¿Es tan divertido como dice Enrique? A mí también me gustaría jugar con la pelota pero en el jardín, porque aquí me aburro. 
- No es lo mismo jugar solo que en el jardín – Se rió el abuelo divertido – Mira, fíjate bien y yo te iré explicando lo que pasa.
Empezó el partido, los minutos fueron pasando y cuando el árbitro pitó al final del partido Jacobo era incapaz de despegar los ojos de su hermano. En ese fantástico partido había visto a Enrique marcar un gol arrastrando un balón que parecía movido por el viento, entregó la pelota al contrario por levantar a un compañero del suelo, no hizo caso a un niño que le insultó al oído y después de todo eso el abuelo le dijo que habían perdido.
Jacobo seguía sin entender nada porque veía a su hermano abrazarse feliz a sus compañeros, darse la mano todos juntos. 
Cuando Enrique fue hacia la grada donde estaban su hermano y su abuelo y los abrazó a los dos feliz diciéndoles:
- No hay nada como jugar en equipo y hemos jugado muy bien. ¡Como me gusta jugar al fútbol!
Jacobo entendió entonces que cuando algo hace a uno sentirse tan bien, tiene que ser bueno sin duda.
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