A veces, escribes para clarificar una obsesión, para anotar sentimientos de orfandad o quizás para recuperar trocitos de esa vida que te falta...

A veces, escribes para hacer existir lo que nombras en sueños, para llenar tus recuerdos, tu imaginación, el mapa apenas esbozado de tus carentes afectos...

A veces, escribes porque necesitas llorar a mares, estar sola, abrir la presa de tanta pena embalsada... Tu personalidad se rompe en fragmentos contradictorios y eres capaz de percibir el progreso de un desequilibrio profundo que anhela una mirada puesta en tí, una mirada de confianza absoluta y una entrega sin condiciones.

A veces, escribes para que tu cuerpo (La única verdad que conozco, el bien más escaso y preciado) no sea un tránsito breve por mi vida, sino que la haga más intensa y la justifique (¿Que es la vida sino una sucesión de elecciones y renuncias?).

Las palabras, a veces, se posan con toda la calma del mundo sobre tu cuerpo, sobre tu piel, al igual que mi dedo se posa sobre tus finos labios para hacerte saber que soy como una vieja caja de música de estilo algo pasado de moda y que mi corazón repite una sola melodía: Tu nombre.

A veces, escribes para vencer la soledad (esa especie de desnudez, de emigrar del alma). Ellos no saben que es la soledad, están demasiado ocupados siendo felices para sentirse solos.

El mañana depende de un día lejanísimo que probablemente no exista, pero que en tu papel lo haces verdadero como el pájaro que cruza mi cielo y acaba su viaje en el tuyo.

A veces, escribes para iniciar el proceso que conduce al sueño, ese deshojar de la conciencia que te deja vacia, desnuda, recien nacida y entonces sucede que estás indefensa..., pensando que sólo se crea desde el dolor y la experiencia.

A veces, desde el dolor de la experiencia.