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Nabla, el último operador
Perré, una víctima de tri-polaridad, vivía en la abstracción de las matemáticas vectoriales. Dos objetos le absorbían de fascinación: el efecto Nabla, degradante y devastador, por otro lado sus excepciones, las funciones trascedentes, rebeldes e inmunes.
En la mente trastornada de Perré, lo real y lo abstracto, perdieron su diferencia, mientras se sumergía en su trastornada visión, donde creía impulsar una singular revolución para trasformar el mundo con una sola dicotomía pura: la aristoplatónica. Sí, un mundo desconocido y aún sin compartir.
Frívolamente Perré se auto concedía plantear su disyuntiva así: “El conflicto entre quien fabrica y consume chicles y el dueño de los chicles". Con su poderosa arma a punto, se enfrentó al núcleo de la decisiones políticas. Pero la función del poder se reveló trascendente. Entonces Perré se enfocó en su génesis: La función de la ley. Ésta última continua, coherente y susceptible, si pudo ser reducida. Una vez más el misterio de la función corrupción: el poder sin reglas, derivó al mundo al punto trivial para permitir una nueva convolución, tal como lo predice el ciclo de Nash-Gauss, escrito en una oscura pared en un monasterio abandonado en Lang-Sha. En el nuevo mundo, la convolución implicaba la propia muerte de Perré, pero él nunca trastabilló, ni un poco.
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