Ya habían transcurrido alrededor de dos o tres horas después de concluida la fiesta con motivo a la celebración de mi cuadragésimo-segundo abril. Meditaba y pensaba lo bien que me sentí al compartir con familiares, amigos y compañeros de colegio que no veía desde hace muchos años que decidieron darme como regalo su visita como sorpresa. Como todo cumpleañero me sentí muy alagado y especial. Entre copas de vino, de whisky, de brandis, cervezas, comida, dulces, el famoso deseo de cumpleaños soplando las velitas y el canto de Happy Birthday al cortar el pastel que aderezaba la mesa; sesiones de fotos, chistes, música, recordando travesuras de nuestra niñez en fin, la pase bien. Mientras meditaba, simultáneamente ayudaba a mi esposa a limpiar y recoger las sobras y regueros que siempre quedan en un salón cuando concluye un evento o una reunión. Decimos limpiar antes de irnos a dormir, para al otro día no tener que lidiar con estos quehaceres. Después de terminada la sesión de limpieza mi esposa fue a tomar un baño para luego irse a la cama. Casi siempre ella se entrega a los brazos de Morfeo primero que yo. Siempre me quedo despierto más tiempo leyendo un libro o navegando tal si fuese Simbad el marino, por la red o internet. Estaba empezando a llover, pero paulatinamente los envites de las gotas de lluvia eran cada vez más fuerte y seguidos ya que se avecinaba una terrible tormenta nocturna con estruendosos truenos, ráfagas y fuertes vientos previamente pronosticada.
Media hora más tarde después de haberme dado un refrescante baño, me fui a un sofá en la sala principal de la casa para leer una de las obras de Mario Vargas Llosa. La lluvia ya arreciaba fuertemente y el viento soplaba como queriendo destruir y acabar con todo lo que encontrase a su paso. Cuando de súbito, ¡un apagón! En ese corto instante, la algarabía de la tormenta y el fuerte soplo del viento se convirtieron en mis nuevos acompañantes. A oscuras, a ciegas y palpando por todo el trayecto que atraviesa desde la sala principal a la cocina; tratando de no tropezar con algún objeto de lujo que se encontrase en el camino, con la ayuda de los reflejos que velozmente se producían por el azuloso fragor de los relámpagos a través de las ventanas, pude al fin llegar a mi destino y hallar cerillos y velas. Logre encender un cerillo y cubriéndolo, estuve riñendo con la brisa para que no apagase el cerillo hasta que finalmente, conseguí encender una vela que encontré. Mi esposa, quien dormía como un oso en invierno, no se daba cuenta de que la tormenta estaba acabando casi con medio mundo allá afuera. Regrese al sofá donde estaba leyendo antes del apagón para resumir mi lectura.
Coloque la vela en una mesita que se encontraba al lado izquierdo de uno de los brazos paralelos del sofá. Cuando me senté y abrí el libro, eche un vistazo por encima de mis lentes y comprendí a una silueta fantasmal y negra, exageradamente alta, grande y robusta, que vestía una larga bata negra con un lazo negro amarrado a su cintura; encapuchada y sin rostro tangible que estaba sentada justamente frente a mí en un pequeño sofá. La oscura silueta sostenía en su esquelética mano derecha su guadaña, herramienta usada para cesar las vidas humanas, apoyada en el piso mientras que su otra mano descansaba en su pierna izquierda. Su respiración gruñida y lenta se dejaba auscultar a lo lejos e inmediatamente dio comienzo a su plática conmigo. –No temas-, me dijo con voz metálica, grave, misteriosa y oculta. El miedo y yo nos pusimos al unísono e hicimos buena pareja a partir de ese entonces por el terror que inspiraba aquella siniestra figura. – ¿Sabes quién soy?-, pregunto el espectro. – Me parece haberlo visto en una que otra revista y he oído hablar algo de usted, aunque no mucho-, respondí nervioso y con la voz rota. El sudor y el escalofrió me envolvían con su manto de fúnebres incertidumbres mientras la corta y rápida fosforescencia de los relámpagos hacían difícil la percepción del tenebroso rostro del siniestro invitado. –Ciertamente soy la persona a quien has visto y de quien has oído hablar-, repuso la tenebrosa sombra. –Me llaman el ángel de la muerte, y como notaras solo ando en busca de aquellos inscritos en mi larga lista-, indico la oscura presencia. El viento calmo sus fuertes envites, trayendo la calma a todos los árboles, vallas metálicas, postes de luz, cables eléctricos y demás testigos de su forzudo enviste; aunque la lluvia no renunciaba a dejar de caer, seguía causando grandes inundaciones por toda la ciudad. – ¿En qué le puedo servir?-, le pregunte al fantasmagórico invitado. –Sé que está muy feo ahí afuera y para ser honesto no me quiero mojar-, indico el enigmático ser. –Pero como dice el viejo dicho -después de la tormenta siempre llega la calma, en lo que eso sucede podemos entablar una conversación y familiarizarnos un poco más, aunque creo conocerte-, añadió el espectro. –Suena usted como muy cómico para lo oscuro que inspira su personalidad-, ose en comentar tímidamente. –En realidad me considero un tipo amistoso porque todos terminan acompañándome, jajajaja!!!!-, repuso el oscuro ser con una carcajada macabra. –Ya veo-, corrobore. –Para familiarizarnos permítame por solo curiosear; ¿Por qué hace usted esto?-, le pregunte al tétrico ángel tomándole ya un poco de confianza. – ¡Ha! Es una larga historia-, corto el ángel. -Pero para hacerte el cuento largo más corto solo te diré que abajo sucede lo mismo que pasa allá arriba-, me respondió levantando y señalando hacia arriba con su macabra guadaña. –Soy el cobrador de almas y las llevo donde sus prestadores, como un negocio bancario; por así decirlo-, respondió la negra silueta.
El viento aventaba suavemente agitando la llama de la vela encendida creando un vaivén de luz tenue en la penumbra y pude así distinguir los férreos ojos de la fúnebre criatura. Sus ojos pronunciaban calderas encendidas donde agonizaban las almas carbonizadas. Acerco un poco su rostro hacia mi e insinuando el terror que revelaba su mirada se ladeo hacia un lado del asiento y resumió su conversación. –Como te mencionaba hace un momento, tengo una larga lista de deudores a quienes tengo que cobrar para poder ganar lo que me conserva vivo-, comento la criatura. –Entonces ¿Quién le paga a usted?-, le pregunte. –El Príncipe de las Tinieblas-, me respondió cortamente. -Llevamos el negocio de las almas y hasta ahora nos va muy bien-, repuso el espectro. -¿Alguna vez no has sentido remordimiento por cobrar prematuramente algún alma?-, le pregunte. –Es un sentimiento que no existe desde hace mucho siglos en mí-, contesto la oscura silueta. – ¿Ni siquiera de los niños y ancianos?-, insistí. –Te mentiría si te dijera que al principio sí, pero como dice el viejo dicho –La costumbre es más fuerte que el amor, Jajajaja!-, carcajeo burlonamente. -¿No ha pensado en retirarse?-, le inquirí. –Eh! ¿Retirarme yo?, nunca-, contesto. ¿No sabes que el diablo sabe más por viejo que por diablo?-, me respondió altaneramente. –Después de tantos siglos en la profesión te acostumbras y se convierte en una adicción que controla tu vida-, añadió la enigmática sombra. -¿Qué hay de su familia, ¿tienes hijos, esposa, madre, padre, hermanos o hermanas?-, le pregunte. –Hace siglos fui un alma blanca, cuando era humano, pero los celos y la rabia me llevaron a cometer una acción irreversible-, replico el ángel negro. Su última confesión revelo un ápice de amargura y remordimiento en la misteriosa figura. -¡Pero no quiero hablar de eso!-, gritando con su grave y metálica voz que de manera exaltada reprimía, chocando tres veces su guadaña contra el piso mientras se producía una enorme cadenas de truenos y relámpagos que con una gran furor retumbaban. –Lamento hacerlo molestar señor muerte-, me disculpe. – ¿Puedo ofrecerle algo de tomar o de comer?- le ofrecí nerviosamente tratando de mermar su cólera. -¿Te burlas de mí?-, pregunto alteradamente. –Lo siento solo trato de que usted se tranquilice y tome las cosas con calma-, le indique. Por un breve espacio hubo un silencio sepulcral donde el terror que insinuaba su cólera hizo colapsar nuestro ameno diálogo. Solo se oían sus pulmones gruñendo a través de su respiración acompañando la ira de la fuerte lluvia al caer. Mientras en la habitación, mi esposa seguía durmiendo profundamente, sin sospechar un ápice de la presencia de mi invitado o de saber si yo seguía vivo o muerto. Al parecer, los envites y el estruendo de la terrible tormenta y el viento no rompían su profundo sueño. El reloj que colgaba en la pared paralela a donde estábamos sentados, tenía sus manecillas marcando las doce en punto y nuevamente resumimos nuestro coloquio.
– Entonces, uhm, uhm-, añadí limpiando mi garganta con una breve pausa. -¿Solo pasaba por aquí o es que me vino a buscar?-, pregunte nerviosamente. -¿Sabes?, es una muy buena y curiosa pregunta-, repuso el ángel letal. –Esa misma pregunta me la hacía a mí mismo después de estar aquí-, señalo. –Para serte franco creo estar aquí por error-, dijo la tenebrosa sombra después de sacar de la nada un pergamino largo y viejo y chequearlo de arriba abajo sigilosamente. -Después de tanto tiempo en esto nunca me había sucedido-, me indico. -¡Estoy en el lugar equivocado!-, dijo pasmosamente chequeando su lista nuevamente. -Bueno pues, la tormenta ha calmado y es mejor que me vaya ya que tengo mucho trabajo que hacer-, comento la decrepita silueta. –Estoy aquí por error. Tu tiempo no ha llegado-, añadió el espectro. –Vine a parar al lugar equivocado-, corroboro. –Bueno amigo, ya tengo que irme, ha sido un placer haberte conocido antes de tu tiempo-, me dijo despidiéndose. –Nos volveremos a ver cuándo sea tu tiempo-, agrego. –Bajo esas condiciones, a mí también me da gusto haberlo conocido-, le repuse. Entonces, fue que cuando por cortesía le pedí que no se fuera con las manos vacías. –Pero espere, no se vaya-, le pedí a la fantasmal figura. -¿Es que no has entendido?, no puedo llevarte conmigo-, me respondió el tenebroso invitado. –Le propongo se lleve algo de mí como regalo-, propuse al ángel de la muerte. –No entiendo-, corto el misterioso personaje. –Sí-, corte brevemente, -Lo que quiero regalarle es, que se lleve de mí todo sentimiento de envidia, rencor, odio, hipocresía, impurezas, dudas, temores, imperfecciones y algunos humos que suben a mi cabeza. Llévate hasta el apego a la vida, llévate de mí el juzgar a los demás, mi silencio a las injusticias y toda mi ignorancia-. Le señale al ángel de la muerte. Como el viento que a su paso se lleva todo; fue cuando se marchó con toda esa carga de desechos y se llevaba de mi pasado lo peor. De súbito, la terrible tormenta pasaba y los fuertes repiqueteos de la lluvia en el tejado mermaban paulatinamente. La segundera del reloj resumía su tic-tac y las manecillas marcaban las cuatro en punto. Entonces fue cuando me levante del sofá y me retire hacia mi habitación. Me senté en la cama tratando de no despertar a mi primera dama pero fue inútil mi intento. Ella despertó, se dio vuelta y acaricio mi espalda insinuando lo mucho que extrañaba mi compañía. -¿Desvelado?-, me inquirió. –Ya vengo a reconciliar mi sueño-, le repuse. En ese momento envuelto en el sonido hipnótico de la lluvia, me rendí en mi sueño y soné que sentía tanto alivio en mi alma que hasta creo que soné con Dios. Al otro día cuando desperté, me sentí renovado y un nuevo ser, no sin antes encontrarme con la desconcertante noticia de que mi vecino el señor Pascual, quien había estado en mi fiesta de cumpleaños la noche anterior, había fallecido en la madrugada de un infarto cardiaco.