Por favor, quiero que lean esta historia y que me digan qué piensan,cómo debo actuar frente a esta mujer que es todo para mí. Muchas gracias.
“Ese que paró ahí es mi tío” me dijo mi amigo el Javi. Hablaba de una camioneta y quería que su tío nos llevara a ambos a la casa de Keco donde nos juntábamos todos los chicos a pasar la navidad. Le pidió el alcance y subimos; esa fue la primera vez que la vi. Se sentaba junto al tío del Javi. Yo la miré, nos saludamos, nos deseamos feliz navidad, no nos dijimos más nada hasta después de tres años. Esa misma navidad no pude contener el deseo de comentarle al Javi que su prima es hermosa. Sin embargo, en aquel entonces me parecía alguien tan lejano que no hice nada por tenerla. La creía imposible, simplemente la admiraba y me engañaba a cerca de su forma de ser
Alrededor de dos años y medio después comencé a fijarme en ella otra vez. Esta vez sería la definitiva, cada vez que la miraba se quedaba algo de mí en ella. La veía pasar y quería volver a verla al instante. Por supuesto, siempre supe que habíamos hablado una sola vez y de algo tan trivial como unas felicitaciones navideñas que tenía bien sabido que ella ni se acordaría de mí, y que ir a hablarle no iba a ser buena idea porque sería, antes que nada, desubicado de mi parte. Por largo rato busqué una forma de acercarme a ella pero todas me parecían ridículas. Opté por esperar (no sé si fue una opción o la única), pensé en seguir buscando hasta encontrar un modo sutil de mostrar-me. Así pasaron largos días. La veía trabajando en el lugar en que, cuando la conocí, trabajaba yo; y eran cada vez más frecuentes mis pasadas para verla sonreír. No había habido conversación alguna entre nosotros y sentí que ya estaba enamorado. Antes que nada me pareció un engaño hacia mí mismo: no había forma de estar enamorado de alguien que no me conoce ni conozco. Me sentí un chiquilín, razonaba que no había posibilidad de quererla sin conocerla, pensaba que en un tiempo mis sentimientos cesarían; pero mi corazón me decía lo contrario, me indicaba que no podía perder siquiera una oportunidad de tenerla en mis brazos. Por supuesto, me dejé llevar por el corazón.
En efecto, debía hacer algo. Empecé por liberar mis sentimientos comprimidos en mi alma: comenté a todos mis amigos que moría por un rato a su lado, que innoble-mente me contentaba con un simple cruce de miradas. Les pedí consejos. Todos me respondieron que hiciera como me parecía. En fin, no tenía el coraje suficiente para hablarle y sorprenderla con palabras que hubieran sido inútiles. Decidí hacerle saber de mí por otra gente (ahora pienso: ¡qué cobardía!). Le dije al Javi y a una amiga suya que había ido conmigo a la escuela y que aprecio muchísimo que le hablaran de mí y de lo que sentía. Ese mismo día, antes de que ellos hablaran, hice mi primera manifestación para con ella: era viernes y había ido con mis amigos al pub, y como lo había previsto la vi. Esperé hasta que se fuera. La vi salir del pub y corrí hasta mi auto para seguir viéndola. Como no me animaba a estar solo, desde el auto llamé a un amigo y la seguimos. Ella iba caminando con sus amigas, mirarla me daba el aire. Pasamos varias veces cerca suyo. Ella ya era consciente de que pasábamos por alguna de ellas. Así hasta que quedaron ella y una sola amiga. Mi amigo, en el auto, me había estado insistiendo para que la llamara y la llevara a su casa. En ese instante cometí lo que ahora creo que fue un error: no sé por qué impulso abrí la ventanilla y la saludé con un hola desde arriba del auto. No contestó.
Me quise morir. Creí ser el más estúpido del mundo. Me alimentaba la certidum-bre de que al día siguiente podría verla en el boliche y de una vez por todas hablarle. Dormí intranquilo, pero con esperanzas. No sé si por el destino o por qué mala jugada mía, al día siguiente no la vi en ningún lado. Sólo aclaro que ese fue el sábado en que le dije a su amiga que le dijera algo de mí.
Durante la semana sólo pude contemplarla en los pocos momentos que la vi. En realidad estaba esperando al viernes otra vez. Ese viernes llovió como nunca y ella no fue al pub, así que una vez más el remordimiento por no haber hecho nada los días anteriores me carcomía por dentro. Nada más tengo que decir de ese fin de semana, ya que no pasó nada con respecto a nosotros; el fin de semana siguiente es éste, en el que me puse a escribir. Quizá sea algo más interesante.
Actué otra vez el viernes, y confirmando mi cobardía repetí lo que había hecho aquél viernes y pasé con el auto cerca de ella todo su camino de vuelta. Sin embargo, confieso una cobardía mayor: había decidido esperarla en la puerta de su casa con el auto e invitarla a charlar. Llegando a su casa vi cómo ella estaba entrando y lo único que supe hacer fue tocar bocina y seguir. Ahí descubrí que no soy quien creía que era. Siempre creí que era muy extrovertido, conversador y poco tímido; pero cuando la situación me importó más de lo que esperaba, cuanto estuve en el momento durante el que tenía que dar el paso crucial, revelé que hay veces en que los nervios pueden dominarme.
Ese mismo día, antes de que pasara esto, en el pub le pregunté a la amiga de ella si le había comentado sobre mí. Me dijo que no había tenido la posibilidad de hablar. Me desgané con esa respuesta. Pensé que era posible que sí había hablado pero que ella había respondido que no quiere saber nada o que no tiene el mínimo interés de conocer-me, y que su amiga me mintió para no hacerme sentir mal. Dejé de lado ese pensamien-to: no había nada que pudiera detenerme.
Me fui a dormir otra vez mal, pero habiendo decidido que al otro día la llamaría a la casa y comenzaría a hablar con ella. Y la llamé. Fueron dos las veces, y en ninguna atendió nadie, ni siquiera alguien de su familia. Ahora releo la guía de teléfonos y veo que el número al que llamé no era el de su casa sino el de alguien con su mismo apellido y que vive en la misma calle. Fui al boliche nada más que a verla, decidido a hablarle de una buena vez. La vi, allí estaba, hermosa. Titubeé varias veces hasta que fui al encuentro. No había sentido tantos nervios en años, con mi mente llena de emociones fui pensando en lo más terrible. ¿Qué pasaría si al tomarla del brazo se diera vuelta para no verme? ¿Y que tal si me decía que no quiere saber nada de mí? Eran los riesgos que debía tomar. Al final, todo se transformó en alegría. Hablamos. Le dije que desde hacía tiempo la miraba y que me gustaría mucho hablar con ella, dándole a entender (creo) mis sentimientos. Me dijo que ya sabía algo de mí y que estaba sospechando algo. Me trató de la forma más dulce que alguien puede tratar, al escuchar su voz sentí una adrenalina maravillosa que circulaba por mi cuerpo. Hubiera querido que la conversa-ción durara una eternidad, pero fue bastante corta: no quise decirle muchas cosas y que ella sintiera un atropello. Juro que recuerdo cada una de las palabras que hablamos, son para mí el inicio de algo (Dios quiera) mucho más grande.
No miento: esa noche soñé con ella. Ya era mía, ya compartíamos millones de cosas, ya mi alegría era inmensa y yo ya era el hombre mas dichoso del mundo. Mi mamá me dijo al levantarme que me había visto sonreír mientras dormía.
Lo que sigue pasó hoy domingo, hace sólo unas horas. Volví a llamarla dos veces al número equivocado, nadie contestó. Sin remedio, salí a dar una vuelta con mis amigos, pero la suerte estuvo de mi lado. Hice varias cuadras para comprar chicles y cuando estaba volviendo con mis amigos la vi sentada en el bar con sus amigas. Poco y nada me costó convencer a mis amigos que vallamos al mismo bar, donde al sentarme no dejé de mirarla. Cuando ella y sus amigas se fueron, y vi que ella iba para el lado de su casa; fui hasta su casa por otro camino y con gran apuro, de modo de llegar antes que ella. Llegué y esperé: desde una cuadra de distancia la vi venir. Mi ansiedad se hizo más intensa durante ese tiempo, y al llegar ella a su casa era tan apremiante que tuve que hacer un gran esfuerzo para que no notara que se me estaba saliendo el corazón por la boca. Por un segundo alcancé a arrepentirme de mi decisión de esperarla, pero el arrepentimiento se transformó de inmediato en una satisfacción cruel, al comprobar que ella también estaba muy nerviosa. Volvimos a hablar, nos saludamos y hablamos un solo un par de palabras más, otra vez hubiera querido quedarme a hablar toda mi vida, pero ella me dijo algo que no sé cómo analizarlo: “Bueno, disculpame pero estoy muy cansada.” En lo poco que hablamos me dejó el número de su celular, y a la pregunta infantil de si podría llamarla respondió: “No le voy a negar el llamado a nadie”. Tampoco sé de qué modo analizar esa frase. Quizá no se trate de analizar cada cosa, quizá lo mejor sea dejarme llevar por lo que disponga el momento. Pero el recuerdo de esas palabras me hace dudar entre que fueron así por sus nervios o que lo hizo sólo para evitar la incomodidad de un no rotundo y demoledor. Cuando volvía a mi casa miré hacia abajo y noté que la mano me seguía temblando. Esa noche (esta noche) comprendí que no voy a tener un instante de sosiego mientras no esté a mi lado del modo que quiero. La quiero con tanto fervor que haría infinidad de cosas a cambio de sentirla conmigo. Como soy muy joven no me creo en condiciones de hablar de amor, pero si esto que siento no es amor, ¿qué es entonces? Me doy cuenta que la amo porque sé que el amor duele, y es un dolor bello, con una belleza incomparable y misteriosa-mente natural e incontrolable. Me duele no tenerla ahora, pero prefiero este dolor antes que cualquier alegría comprada.
Se podrá decir que exagero, que con las palabras agiganto un sentimiento menor. Pienso lo contrario, pienso que este texto no alcanza para demostrar cuánto la quiero. Esta nota no tiene gestos ni risas ni miradas de complicidad; esas son cosas que podré hacer sólo frente a ella.
Esta es mi historia, es la que yo viví y sentí. A lo mejor ella lo haya visto desde otro perfil y no coincida en algo, pero que por lo menos quede mi pequeña sentencia: escribí esto con toda la humildad y la sinceridad que mi corazón puede dar. Ahora pienso en darle esta mismo texto para que lea y vea cuánto la necesito. De la misma forma necesito que me aconsejen los lectores acerca de cómo sigo esto. No sé que hacer. Por favor.