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Yo sí que me he visto en la muerte. Yo sí que la tuve delante. En unas décimas de segundo mientras el coche iba ladera abajo dando vueltas de campana, (Ninguna campana da vueltas de coche, curioso.) se me pasó por la mente una película entera con todas las escenas de mi vida, con todo lo que yo ya creía olvidado.
De cuando niño, que tenía tan largas las piernas que los pantalones me quedaban por encima de las rodillas.
De cuando pegué un tremendo gatillazo el día en que iba a estrenarme sexualmente a los 32 años y cómo salí airoso diciendo que era la primera vez que me pasaba.
De cuando estuve en el juicio de mi padre al que acusaban de malos tratos. (Mi padre jamás pegó a mi madre, pero le acusaban porque cambió dos yeguas jóvenes y de pura raza por una montanbique y un radiocasete.)
Los malos tratos de mi padre nos llevaron a la ruina.
Como decía la señora Angelines, la frutera: "Tu papá es un buen hombre. Menos mal que se casó con tu madre y no me pilló a mí."
La sra. Angelines estuvo casada cuatro veces nada menos. Se casó primero con Anacleto el delineante. Como se le murió a los dos años, ella aprovechó la circunstancia para separarse de él y casarse con Toribio el herrero que sólo comía lentejas.
Se divorciaron a los cuatro meses sin que él tuviera que morirse en absoluto.
Más tarde desposó con Lucas el pregonero. Pero el hombre hablaba hasta de noche y no lo aguantó ni un año. Por último se volvió a matrimoniar otra vez con Toribio. Hicieron las paces y se llegaron a la vicaría. Así que doña Angelines se casó en cuartas nupcias con su segundo marido, creando con ello una linda paradoja. Tuvieron varios hijos carnales que ella misma adoptó. El marido les dio los apellidos y ella el pecho.
Me vi la muerte ahí mismo, al alcance de la mano.
El coche seguía dando vueltas y en mi cerebro sobreexcitado y bestialmente acosado por la muerte continuaban agolpándose imágenes de toda mi vida. Mas era tal la intensidad del asunto y tan mortal la muerte, que se me pasaron también las vidas de algunos sujetos a los que yo no conocía de nada.
Ya lo decía el obseso de mi hermano Toño: "Futinguista con la que no has de yacer, déjala correr." Mi hermano era obseso porque ya le eligieron mal el nombre. Mi madre se llamaba Bernarda, y en el pueblo conocían a mi hermano como "Toño, el de la Bernarda". Por eso siempre andaba lúbricamente salido.
Y eso que era listo. Estudió varias carreras, aunque sólo terminó la de 400 metros vallas. Le encantaba el fútbol, por esa razón siempre gustaba de usar expresiones balompédicas.
Una vez me dijo tras haber padecido una fuerte depresión: "Nene, he estado a punto de cortarme la coleta, pero al final no he tirado la toalla. Sólo me he tomado un tiempo muerto y le he ganado el combate a la fatalidad por dos cabezas de ventaja. Así que, cambio de tercio."
Mi hermano tuvo muy mala suerte con su matrimonio. Lleva ya 52 años casado y a este paso yo creo que le va a durar toda la vida.
De mis hermanas, así en plural, nunca he sido capaz de hablar porque sólo tengo una.
Es muy religiosa. Quiso meterse en un convento pero la descubrieron saltando la reja. Entonces se fue con la mochila dos calles más abajo de donde vivíamos y nunca más la volvimos a ver, hasta que un día salió por la tele en un programa de esos que sirven para que uno divulgue todas sus miserias y las de sus familiares y amigos delante de un país entero.
Ella dijo por la pantalla que nos perdonaba porque nunca le habíamos hecho nada. Que si le hubiésemos hecho alguna barrabasada, no nos lo hubiera perdonado jamás, ya que se estaba volviendo muy rencorosa y ya no tenía fe.
Qué mundo éste. Ya no se puede uno fiar ni de los traidores.
También recuerdo que me puse en contacto con ella. Llamé por teléfono a los estudios de televisión y dije a los cuatro vientos que creía que esa mujer no era en realidad hermana mía. La presentadora del programa nos instó a que probáramos la prueba del ADN, y no resolvió nada. Mi hermana y yo lo probamos pero no nos gustó.
He tenido la muerte a un palmo, delante de mis narices, echándome el aliento.
El coche a lo suyo, a dar campanadas monte abajo.
Pensé que ya me moría. Se me apareció mi abuela materna y sonrió como la Reina en los desfiles. Luego otra señora igual de anciana que me miró escrutándome con clara curiosidad. No sé quien era. Después regresó mi abuela y me dijo que era la Aniceta, mi otra abuela, la paterna, a la que yo no llegué a conocer porque se murió en el parto.
En el parto de una vecina, claro.
Luego se pasearon en fila todos mis familiares y amigos. Mi querido primo el Jacinto. Ah, el Jacinto... Recuerdo que llegó tarde a la cola y preguntó a los otros que quién era el último, por favor.
Qué salao el Jacin. Nadie apedreaba los gatos como él. Y lo digo porque lo hacíamos juntos en los sesenta cuando chicos. Pero él no lo dejó nunca. Era asombroso verlo apedreando gatos con casi cincuenta años con su tirachinas y sus pantaloncitos de peto. Todos le decíamos: "Jacin, a ver si creces de una vez, hombre, que eres un mal ejemplo para tus hijos."
Y él, contento como unas maracas respondía: "El que ya no crece va a ser ese gato de la tapia. ¡Toma peñazo, juá juá.!
La guadaña puso su filo en mi cuello como una gillette de doble hoja y cabezal basculante.
El coche dejó de dar vueltas y se incrustó en unos arbustos.
Entonces una luz blanca intensa se me apareció como al final de un túnel.
Yo, etéreo, caminaba sin gravedad pese a la gravedad del porrazo, hacia esa luz hipnótica. Pero cuando iba a salir a ella, por detrás mío sonó una voz estentórea que me gritó: "¡¿A dónde crees que vas, tío?!"
La mano del ser supremo se posó en mi hombro y dijo: "Ya has alucinado bastante, ¿no te parece?. Ahora vente pacá y a cascarla, como todo el mundo."
Y yo me quejé: "¡¡¡Venga hombre, cuando estaba en lo mejor....!!!".
Y el ser concluyó: " Tío, es que si fuera por vosotros, no os iríais nunca. Y eterno, lo que se dice eterno, con uno que haya ya vale. O sea que, hala, expirando que es gerundio.
"¡¡¡¡Joooooó...!!!!"- Me dio tiempo a decir, y se apagaron los faros.
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He tenido una gran suerte Que por grave accidente de Luis Jesús, su familia, sé de forma fidedigna. (“Verbigracia mortal”, de Luis Jesús)