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Estaba de pie en el pasillo de su casa. Debia ser bastante tarde porque no se oía ningún ruido. La calle, la casa, cada rincón de la habitación emanaba un silencio profundo, extraño, casi omnipresente. Se sentía rara, no sabía porque, pero había algo anormal en esa situación. ¿Que hacía levantada a estas horas? En realidad no sabía que hora era, no llevaba
reloj.
Empezo a sentir el tic-tac del reloj que no llevaba puesto. ¿De donde venía? tic-tac, tic-tac, tic-tac... de su cuarto. Nunca la dejaba dormir, asi que lo debía haber dejado en el escritorio. Se dirigió a su cuarto. Había luz.
Al abrir la puerta se encontró sentada en su mesa, pensativa, como sumida en pensamientos. Estaba escribiendo algo. Alguna carta, o algún poema, quizás uno de sus lamentos a la vida, quizás un grito de dolor, un intento de explicación de su mísera condición humana. Nunca le gustaba lo que escribía, al menos nunca justo después de haberlo escrito, le parecía infantil, liso, simple, no vacio, pero no concreto, y la simbología que utilizaba le parecía estúpida. Tan solo al cabo de unos meses o unos años había llegado a apreciar alguno de sus ecritos. Escribía sin sentido, sin razón, por el hecho de escribir, para el, para ella, para Dios, para nadie, para todos. Para tranquilizarse, para reventarse el corazón, plasmarlo sobre el papel, y sentirse vacia, arrancarse los nervios, dejar el sentimiento sobre el papel, vomitarlo. Aspiraba a que algún día sus sentimientos se quedaran pegados sobre la hoja, y que nunca volvieran a entrar en ella. Pero eso nunca ocurría.
Asi que ahi estaba, viendose a ella misma sentada en su mesa, en mitad de la noche, triste, rota, consumida, agonizante, patética. Se odiaba. Hace tiempo que lo hacía. Como hace tiempo que veía el cañon de la pistola apuntandole. Veía el negro fondo del cañon cada vez más cerca. Sentía su frio contacto sobre su sien. Sus dedos enlazaban el gatillo, y disparaba. No una vez, ni dos, sino tres, cuatro... Su intención no era de suicidarse, sino de matarse. Aniquilarse. Se
remataba ella misma.
Seguía ahi sentada, ajena a su propia presencia. Le parecía cada vez más estúpida. Tenía ganas de preguntarle porque era así, porque debía sentirlo todo tanto, porque cuando un sentimiento se le clavaba en el corazón como una pua, no era capaz de retirarla para no sentir más el dolor. Porque veneraba ese dolor, porque guardaba ese calor ácido dentro de ella, porque eso le hacía vivir. No lo entendía, no se entendía, pero hacía tiempo que había dejado de intentarlo.
Sintió el frio contacto del metal en su mano. Sabía que este era el momento, que no debía dejarlo pasar. Vengarse. Esta era su oportunidad. Levantó la pistola y se apuntó a la cabeza. Se volvió, y por primera vez pareció darse cuenta de su presencia. No estaba asustada, se miró con ojos penetrantes, lastimeros, comprensivos. "Comprendo lo que sientes", le dijo. Contempló largo rato el cañón que le apuntaba.
Ya no se odiaba, sintió pena por ella misma. Quería terminar con su sufrimiento.
Apretó el gatillo. Uno, dos, tres, cuatro disparos. Había sangre sobre las paredes, el escritorio, la cama, el suelo. La pistola le quemaba sobre las manos, asi que la tiró. El ruido fue ensordecedor. Sentía un zumbído en la cabeza.
Su cuerpo yacía en el suelo, ensangrentado, encogido en posición fetal. Se sentía extraña, menos pesada, menos apesadumbrada, menos ella. Se dirigió hacia la mesa y cogió la hoja en la que estaba escribiendo minutos antes. Habia escrito media hoja de divagaciones, ahora era casi ilegible, la sangre lo había manchado casi todo. Solo conseguía leer la última frase: "Cariño mio, mi luz, mi amor, mi dolor, mi corazón aplastado esta a punto de reventar. Al fin vomitaré en paz, quizás sea feliz. Al fin soy libre."
Dio media vuelta, y volvió a mirarse tirada en el suelo. Tenía ganas de llorar, de gritar. El dolor estaba subiendo, lo notaba, todo ese dolor acumulado durante tanto tiempo luchaba por salir. Salía de su corazón, recorría sus venas, subía, subía, oprimía. Cayó arrodillada y gritó, gritó como nunca hubiera pensado poderlo hacer. Fue un grito de dolor, de angustia, de opresión, de incomprensión. Largo, doloroso, hermoso, liberador. Vomitó un poco de sangre. No le hubiera extrañado nada haber visto su corazón entre los restos. Pero no fue así.
Se puso en pie. Se sentía cansada, extenuada. Pero limpia, tan limpia. se dio cuenta de que acababa de nacer. Giró, se miró de nuevo y se dijo: "Yo también comprendo lo que sentías". Salió de la habitación. Se dirigió hacia la luz. Al fin era libre..........
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yo sé porqué razón escribiste ese cuento, tal como me dijiste. Estuvo bastante bien para que sea un cuento... pero de ahí a otra cosa no creo que sea la mejor idea del mundo. Te voy a extrañar mucho, así como todos. No creas más que no tienes amigos, porque sí los tienes. La soledad no existe para nadie, créelo...