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He escuchado que los aviones son el medio más seguro de viajar, ya que la tasa de accidentes es mucho menor que en otros medios de transporte. Sin embargo, siempre he sentido terror al subirme a estas máquinas, sobre todo después de oír la leyenda del Capitán Ovando.
Artemio Ovando era un hombre de aproximadamente 40 años de edad. Poseía gran destreza para manejar todo tipo de máquinas aéreas. Es decir, desde aviones pequeños de carga hasta “Jumbos”.
Decía que no le tenía miedo a nada, salvo a las tormentas eléctricas fuertes, pues un rayo podía dañar seriamente el fuselaje de la aeronave. Era un individuo rutinario, antes de salir del aeropuerto tomaba una biblia de bolsillo y rezaba unos pasajes que tenía marcados con tinta azul.
No obstante en una ocasión, debido a una demora en su itinerario, le asignaron otro vuelo que no era el que él tenía programado. Ahora en vez de dirigirse a la ciudad de Bogotá, debía llegar a Rio de Janeiro.
Ingresó a la cabina, saludó tanto a los pasajeros como a su tripulación y revisó que los instrumentos funcionarán adecuadamente. Más cuando quiso leer sus oraciones, se dio cuenta de que su libro se había extraviado.
– Ahora que recuerdo, estoy casi seguro de que lo dejé en el taxi. Recordó.
En seguida se levantó de su asiento e intentó salir del avión para comprar otro ejemplar en alguna de las tiendas del aeropuerto. Sin embargo, el copiloto le rebatió:
– ¿A dónde va capitán? Ya es casi hora de salir y no nos podemos demorar. ¿Se le ofrece algo?
– No. Bueno… Si, necesito una biblia para poder iniciar el trayecto.
– No me diga que es supersticioso. Un hombre de su sapiencia debe ser consciente de que los individuos fabrican su propia suerte. O sea, que no dependen de deidades que los protejan. Míreme a mí, nunca me ha pasado nada y jamás hago ninguna especie de cábala.
– De acuerdo, creo que tienes razón. Sigamos adelante con el plan de vuelo.
Ovando encendió las turbinas y despegó. Los instrumentos de navegación de la aeronave comenzaron a fallar pasada una hora con seis minutos. Aun así es que no se asustó ya que el copiloto le comentó:
– Sé algo de astronomía, puedo ubicarme fácilmente con sólo mirar las estrellas. Es más, conozco un atajo para llegar más pronto a nuestro destino. Sobre todo porque veo que las nubes se comienzan a nublarse y con seguridad caerá una fuerte tormenta.
– Tú diriges muchacho. Respondió el capitán.
Ovando siguió las instrucciones de su subalterno hasta que reconoció que la ruta hacia la cual se dirigía era al Peñasco del Diablo (Algo así como el Triángulo de las Bermudas).
– ¡Hay que salir de aquí lo más pronto posible! El avión no resistirá la fuerza de las corrientes de aire. Dijo Artemio, quien al girarse hacia su lado derecho vio cómo el copiloto se había transformado en un espectrode baja estatura y de tono violeta.
Utilizando sugestión mental, la siniestra aparición hizo que el piloto dirigiera la nave en picada, con lo cual el artefacto se hizo pedazos al estrellarse de lleno con el agua.
Los cuerpos de rescate sólo lograron recuperar una porción lateral del avión. Lo excepcional del descubrimiento fue que el número grabado en la lámina había cambiado, ya no era el 696, sino el 666.
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