El cálido aire veraniego me azotaba el rostro, mientras, tumbado en el margen del canal observaba el fulgor de las estrellas. La hierba fresca me hacía cosquillas por todo el cuerpo.
Era una noche espléndida, se veían todas las constelaciones y el cielo era claro y exempto de nubes. Entonces apareció ella, en aquel entonces inalcanzable para mí, llevaba unos pantalones acampanados de color veig y una camiseta rosa sin mangas con una flor en el centro, su cabello era marrón y largo y ondeaba en el aire, sus ojos de un verde intenso, como el verde de las praderas en primavera, sus mejillas estaban sonrosadas por el calor y llevaba un pequeños bolso también de color rosa. De repente me di cuenta de que solo existía ella, que todo los demás había desaparecido, me quedé observándola hasta que acabó de cruzar el puente. Sentía una extraña sensación en el pecho, como si alguien me lo oprimiera. Entonces me di cuenta de que por una extraña razón era el hombre más feliz del mundo, que todo parecía de color rosa. Me tumbé otra vez a observar las estrellas, cuando me di cuenta ya me estaba imaginando en el cielo la cara de aquella bella chica. No podía quitarme su imagen de la cabeza, caminando dulcemente por el puente. Me dormí soñé con la chica que había visto en el puente. Me sentía feliz con una ganas de vivir que no podía reprimir, tenía ganas de gritar, de decir a todo el mundo los feliz que estaba, para así compartir mi felicidad con ellos. De repente me di cuenta, me di cuenta de todo, entendía lo que me estaba pasando. Me había enamorado perdidamente de aquella chica, de sus labios carnosos y húmedos, de sus cabellos largos y finos, de sus verdes ojos, de su bello cuerpo. Decidí volver a casa y meditar, no estaba lejos solo a dos calles. Cuando llegué a casa comí algo y me metí en la cama. No podía dormir. Solo podía pensar en ella. Después de largos intentos de quitarme la de la cabeza decidí salir a la terraza y observar el cielo estrellado. Dibujé su cara uniendo entre sí a la s estrellas. Entonces una estrella fugaz cayó. Pedía de deseo tenerla a ella, poder abrazarla, sentir su cuerpo. Aquella noche no dormí.
Por fin aparecieron los primeros rayos de sol de la mañana, tenía mucho sueño. Fui a la cocina y me tomé una taza de café bien cargado, me vestí y bajé a la calle a dar una paseo. Pasé por el puente por donde ella había pasado, sentí otra vez aquella extraña sensación, amor. Me dirigí hacia el parque, no había gente aquella hora. El sol asomaba su cara por el horizonte. Me senté en un banco, esperé, medité. Aun deseaba con más locura tenerla. Eran las 8:00 de la mañana. El sol ya había salido. Entonces la vi, subía por el paseo de la Esperanza y entraba en una portería. Corrí, corrí como alma que lleva el diablo, no me dio tiempo a alcanzarla. Por lo menos sabía donde vivía. Entonces me di cuenta de que se le había caído la cartera, la recogí y esperé a que saliera para devolverse la. Esperé cuatro horas, sentado al lado de su casa, hasta que salió. Ni se dio cuenta de mi presencia, salió rápidamente. El corazón me latía fuertemente, no sabía que hacer, no sabía que decir, estaba bloqueado. Entonces una fuerza interior me impulsó a cogerla del brazo. Ella se giró sorprendida.
--Perdona....—dije
--Si?—pregunto ella resueltamente.
Las palabras se me atrancaban.
--Se... Se te ha caído esto—y le enseñé la cartera.
--Gracias—me dijo.
Y cogió la cartera y se dio media vuelta decidida a marcharse.
Ahora o nunca pensé.
--Espera—le dije.
Ella se giró sorprendida.
--Si?—
--Déjame invitarte a un café, debe de hacer mucho que no comes—
Ella lo meditó unos segundos. El corazón me latía intensamente por lo que diría.
--De acuerdo—dijo—ahora iba a comprar, si quieres me puedes acompañar.
--Va..Vale
he quedado como un iluso, que opinión tendrá de mí.
--Conozco un local donde hacen un café muy bueno, podríamos ir allí—inquirió.
--De acuerdo—respondí.
Estaba quedando como un idiota, menudas respuestas que he dado.
--Es por aquí—dijo, señalando con un dedo.
Nos encaminamos hacia el local.
Estaba muy nervioso, mi corazón latía a cien por hora y temblaba de pies a cabeza. No podía seguir así, tenía que superar el miedo y el nerviosismo como fuera. Me llene de valor y le pregunté:
--A qué te dedicas—
--Estoy estudiando la carrera de derecho—respondió—Y tu? A que te dedicas?
Acababa de meter el dedo en la yaga. No tenía trabajo. Me acababan de despedir.
Dudé unos instantes. Si le decía la verdad, no tendría una bueno visón de mí, y si le decía una mentira y la descubría, tampoco tendría buena opinión y me acusaría de mentiroso.
--Mira hemos llegado—dijo ella
Estaba tan nervioso que no me había dado de cuenta de habíamos llegado.
El local se llamaba café Parisian, yo también frequentaba.
Entramos en el local, nos sentamos en una mesa de dos y esperamos a que el cambrero viniera. Pedimos, yo un café irlandés y ella un cortado, también pedimos un par de cruasanes.
--Bueno—empezó ella—cuéntame a qué te dedicas.
No tenía más remedio que responder.
--Si te soy sincero, no tengo trabaja, hace una semana que me han despedido y estoy estudiando para las oposiciones.
--Ya veo—
No parecía muy satisfecha de mi respuesta.
--Aún no nos hemos presentado—dije yo para cambiar de tema—Cómo te llamas?
--Jaquelin—respondió
--Vienes de fuera?—pregunté
--Sí, mis padres viven en Paris.
--Y entonces cómo es que estás tan lejos de ellos?
Su bonita sonrisa cambió inmediatamente por una boca sería.
Que podía hacer, había entrado en territorio minado, y la mina había explotado.
--Perdón—decidí disculparme.
--No pasa nada—respondió—pero preferiría no hablar de este tema.
--De acuerdo, mira ya llega el pedido
Un camarero trajo lo que habíamos pedido. Ella dio un sorbo al cortado y dijo.
--Bueno cuéntame de tu vida, dónde vives?
--Vivo dos calles más arriba, en la calle Ríos de Paloma.
No hablamos, seguimos comiendo y cuando estuvimos pagamos la cuenta y nos marchamos.
--Podríamos sentarnos en un banco del parque—propuse.
Tenía que alargar como fuera éste encuentro.
Caminamos tranquilamente hasta el parque gozando del aire fresco de aquel día de verano.
Compramos semillas para las palomas en pequeño quiosco que había en medio del parque.
Nos sentamos en un banco, tiramos semillas e inmediatamente se acercaron todas las palomas que habían alrededor.
--Mira que paloma más bonita—señale una paloma blanca que acababa de llegar.
Ella la miró, pero parecía triste, decidí lanzarle un piropo para ver si se animaba.
--Es muy bella, si, per no tan bella como tu
Inmediatamente sonrió y con la mano se limpió una lágrima que le bajaba.
Yo sabía que le preocupaba algo, pero no pregunté.
--Vámonos-- dijo inmediatamente.
Nos levantamos y empezamos a pasear otra vez. Hasta que el sol empezó a caer.
--Que tarde es—dije—y no hemos comido. Quieres venir a cenar a mi casa?
--No—dijo—mejor no.
Y nos fuimos cada uno a su casa.