Sentados en desvencijadas y petisonas sillas con asiento de cuero de vaca, pero confortables, dos jóvenes argentinos, se disponen a saborear un rico puchero en el puesto de comidas de Doña Medarda. Este puesto, como muchos otros similares, se encuentra en este caso, en los altos del Mercado Armonía de la Ciudad de Santiago del Estero. Allí los días Lunes y Jueves se sirve puchero, de vaca o cabrito, con o sin choclo. Esos días son de “compostura”, o sea de arreglo del estómago, después de un fin de semana o entre-semana de “piedra libre”.
La simpática señora comanda su puesto con gran desempeño y cada tanto salen de su boca expresiones como: “estoy acostumbrada al mal trato, más que a las caricias me hacen daño” o le bien le responde a un comensal que no se va a servirse nada:” el que nada no se ahoga” u otra como: “la gente vive de encantamientos” y así cosas por el estilo. El pequeño local está provisto de servilleteros de potes de “Crema Manfrey” o de dulce “Dulciora de Damasco”. Una cocina vieja, pileta, bultos varios, vajilla y un freezer completan el mobiliario.
A su alrededor hay puestos de artículos varios como: canastas, frutos de “algarrobo” y “mistol”, “patay”, “bolanchado”, “azafrán”, “comino molido y en grano” “pimentón” “pimienta”, ají molido y entero del “puta parió”, “iguanas” bebé en jaulitas, grasa de “iguana” y “lampalagua” para fricciones, quesos de cabra y vaca, con o sin ají, cigarros de chala, tabaco en rama, “yuyos medicinales”, frascos con “arrope” de tuna o “chañar”, etc., etc.
Además están los puestos de carnes con lechones, cabrillas, chivitos, vizcachas (en otra época se veían iguanas), aves de corral vivas: gallinas y pavos, los menudos de vaca tales como: mondongo, rabos, tripa gorda, entraña, lengua, cuajo, tráquea, pulmones, patas, sesos, hígado, pajarillas, morcilla, carne de la cara, corazón y chichulín. Todas estas vísceras están expuestas sobre mostradosres inclinados rodeados de una gran canaleta. Es por allí donde corre, momentos antes del cierre, agua con lavandina arrastrando la sangre acumulada durante el día más los restos de comida que suelen caer allí por descuido, generando todo esto, un tufillo acre y pestilente que los parroquianos disimulan con discreción.
Mientras tanto, a eso de las 12. 30 Hs., esas carnes van desapareciendo, sobre los hombros de los changos encargados de llevarlas al frigorífico para el día siguiente y es así como se ven siluetas que van y vienen, envueltas en tripas y otros animales a la manera de un festival pagano.
De esta manera se come y disfruta en el Mercado Armonía, uno de los pocos o tal vez el único que va quedando en el noroeste del país, en esta era de los Shopping. Además de la situación de compra y venta propia del Mercado, el lugar es propicio para el encuentro, el diálogo e intercambio de “novedades” entre la gente del campo y la ciudad.
Estos changos comensales, visitan regularmente el mercado en Diciembre y Febrero-Marzo, por lo tanto soportan con estoicismo la “sudadera” de esos meses. Esta los supera y los hace parecer a regaderas, todo el vino tinto en cajitas del “Parral Riojano “ o “Uvita” con el que riegan el puchero, vuelve a resurgir depurado. Ese intenso calor se ve reforzado por el hecho de estar en los “altos del mercado” y es así que la gente se queja y Doña Medarda enfundada en su guardapolvo amarillo-limón y peinada por el hervor de las ollas y fritangas, acomoda sus cacharros, exclamando: “eh, este calor nos está agotando”. Todos de acuerdo con sus observaciones.
Los jóvenes dan por terminado su gran puchero del Jueves 1ro. de Marzo del 2001, acompañado con una suculenta sopa, dejando en una fuente, restos de lo que fué una abundante ensalada de tomates, huevo duro, ajo, cebollas, ají molido y orégano. Todo eso por siete pesos!
ORCKO
( Marcelo Daniel Peroggi, Morón, Prov. de Bs. As., Marzo del 2001)