No le gusta que anden a sus espaldas. No lo soporta, como si fuéramos a clavarle un cuchillo cualquiera de nosotros.
Igual cree que lo merecería y quizás no vaya del todo errado.
Pero, por el amor de dios, nadie acuchilla a uno sólo por merecerlo. Si a todo el que lo merece se le apuñalara, no quedaría sobre el suelo casi nadie para andarlo.
Cuando subo escaleras y en una revuelta me lo topo delante, ( él las sube más despacio porque está más viejo y cansado) se detiene enseguida, me mira con enfado sin mediar palabra y se echa a un lado para dejarme paso.
Al principio yo pensaba que sería eso, algo emparentado con la cortesía, pero al crecer deduje, entre otras muchas cosas, que no se podía ser cortés con esa mirada, en todo caso ruin y desconfiado.
Yo me preguntaba de niño, ¿por qué estará cabreado conmigo, si no lo he visto en todo el día?.
A lo mejor no lo está, pero lo parece, parece que me odiara, y por eso pasar cerca de él me hace temblar, menguado y cobarde.
Tampoco soporta que lo toquen. Cualquiera diría que le iban a entrar en el cuerpo o en el alma, gérmenes diabólicos, como agujas de vudú, para tirar de él hacia el infierno.
Mucho debe temer a las leyendas. Anda que si se encontrara con que son ciertas...Pero aun resultaría más chocante. Si ese tipo de personajes resulta que se lo cree, ¿cómo se atreven a seguir actuando del mismo modo en que lo hacen?.
Ellos solos se estarían firmando la sentencia en el más allá.
Aunque también podría ser que fueran incapaces de regir de otra manera: tabacoadictos, alcoholadictos, drogadictos y cabronadictos. Hay que joderse...
Y es que de verdad hay que joderse. Se le puede ver en el balcón asomado, con su camiseta sin mangas, sudando el bochorno de finales de Julio más que nadie, con su decorado de lamparones en la pechera, con su barba de tres días y mirando a la acera como un siniestro pájaro, en espera del incauto que pase por abajo , para dejarle caer la ceniza.
Se le puede ver en la chabola que como un parásito se aferra a las murallas de los antiguos romanos, formando con ella un grosero y lamentable cuadro.
Apoyados en la vieja barandilla, noventa kilos de antipatía, noventa kilos de mala suerte.
Ahí mastican su colilla y escupen, noventa kilos de tragedia en estado puro.
Mala modista tuvo que ser la que le confeccionó el alma. Y mala la hora en que su madre, mi abuela, se lo libró del cuerpo.