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Categoría: Ciencia Ficción

La verdad oculta: Capítulo 5º.

-Señor, he hecho unas averiguaciones de las que debe usted tener conocimiento

inmediatamente, se trata de la Fixina – hizo la presentación el Teniente.

 

El General le dedico una dura mirada, pero prefirió permanecer en silencio a la escucha

de lo que tenía que contarle.

 

-Señor, ¿se acuerda de las nueve personas que tuvieron que ser hospitalizadas hace

unos seis meses por la fiebre africana?, pues he descubierto que lo que les causó la

parálisis que presentan en la actualidad fue producida por la Fixina – la voz del

Teniente sonaba muy emocionada.

 

-¿Y como sabe usted que fue debido a la Fixina y no a la fiebre africana? – pregunto el

General de forma desconfiada.

 

-Pues, señor… las nueve personas que padecieron esas consecuencias, tienen en

común un mismo tipo de Gen, al cual le afecta de forma drástica la presencia de Fixina

y todo eso desemboca en una parálisis parcial del cuerpo, así que mi señor, debemos

de sacar de circulación cuanto antes ese medicamento para que no vuelva a suceder

mas casos similares – el Teniente terminó de hablar a la espera de la respuesta de

Perskin.

 

-Me temo Teniente, que esto no es tan fácil como parece, este medicamento, por así

decirlo, no puede ser retirado del mercado – el Teniente no podía creer lo que estaba

escuchando.

 

-Pero Señor, estamos hablando de que muchas personas pueden sufrir graves

consecuencias debido a la Fixina – el joven Teniente empezó a subir el tono de voz.

 

-Vamos a ver Teniente, que me parece que usted no se esta enterando bien de la

situación, detrás de ese medicamento no esta solamente una farmacéutica, sino que

estamos hablando de la farmacéutica mas importante del mundo y a su vez de otras

subfarmaceuticas que también están empezando a comercializar con la Fixina – dijo el

General en un tono algo agresivo.

 

El Teniente pensó que se iba a desmayar, su cerebro no podía asimilar lo que el General

Perskin le estaba diciendo, pensó que era un sueño del que deseaba despertar.

 

-Teniente, ¿Qué importa la vida de unas cuantas personas? A mi lo que me preocupa es

mi bolsillo y mi jubilación, así que si es usted listo como lo he sido yo, seguramente lo

agradecerá en un futuro, se lo aseguro – las palabras salían de la boca del General

directas al corazón del Teniente.

 

-Señor, me niego rotundamente a permitir que la Fixina siga comercializándose, me

trae sin cuidado que cuatro personas sin escrúpulos se estén llenando los bolsillos a

costa de los demás, así que señor le pido por favor que me escuche – el tono del

Teniente sonaba como una suplica.

 

-¡¡Cállese Teniente!! Es la ultima vez que se lo digo, por su bien es mejor que mantenga

la boca cerrada y disfrute de las ventajas que puede obtener de todo esto, de lo

contrario va usted a tener serios problemas – las palabras amenazadoras del General

retumbaban en las paredes de la oficina.

 

El joven Teniente se levanto a duras penas de la silla, parecía no conocer a la persona

que tenia delante, dio unos paso hacia atrás, necesitaba alejarse de esa persona lo

máximo posible.

 

-General, ¿se ha vuelto usted loco?, pero como una persona de su magnitud puede

dejarse comprar de esta manera – el Teniente estaba empezado a perder los papeles.

 

-Ahora mismos Señor, voy a hablar con el consejo para que todo esto termine y espero

que le den su merecido – Howard ya no guardaba ningún respeto hacia su superior.

En un descuido el General Perskin saco su arma reglamentaria y apunto al cuerpo del

Teniente.

 

-Usted no va a ir a ningún sitio, ¿sabe lo que mas odio de la escuela militar?, las

personas como usted y como el General Frank Ronalson, que no saben lo que es

aprovechar las oportunidades, y se dejan llevar por sus débiles corazones, ¡así no se

gana ninguna guerra Teniente!, hay que ser duro y aprovecharse de las situaciones

antes de que otros lo hagan – el General parecía desahogarse con esas palabras.

 

-Ya comprendo que fue lo que le paso al General Ronalson, el se interpuso entre sus

planes y ustedes lo quitaron del medio, fingiendo que había muerto en un accidente de

trafico. Y ¿Qué? ¿Piensa dispararme? – la voz del Teniente era desafiante.

 

-Es una cosa que no deseo hacer, pero no me deja usted mas remedio Teniente, en

esto también esta metida gente del Gobierno, así que por usted no se va a parar esta

maquina – dijo el General mientras no paraba de apuntar al joven Teniente.

 

-Con el buen día que hace, ahora mismo estará el patio lleno de soldados realizando

sus ejercicios, así que si me dispara, todo el mundo lo escuchara – sonaron temblorosas

las palabras que pronuncio Howard.

 

Cuando el General se dispuso a mirar hacia la ventana para comprobar la situación del

día, el Teniente aprovecho el descuido para salir corriendo de la oficina. Sabía que

debía correr todo lo rápido que pudiera, su vida dependía de ello. Podía escuchar la voz

del General detrás de él diciéndole que se detuviera. Howard giro por el pasillo de la

izquierda, se dio cuenta de que la siguiente puerta que se encontraría en su camino

seria de Seguridad y que tardaría en abrirla por lo menos quince segundos, por lo que

el General le daría alcance, así que decidió meterse por una de las puertas de la parte

derecha del pasillo, la que pertenecía a un pequeño cuarto donde se guardaban los

productos de limpieza.

 

El Teniente pudo escuchar los pasos del General y al cabo de unos segundos, como se

accionaba el mecanismo de apertura de la puerta de seguridad, lo que significaba que

tenía unos minutos de tiempo y así poder idear un plan.

Lo primero que se le vino a la cabeza era avisar a algún otro superior, ¿pero quien le

decía que no estaban también metidos en el ajo? Así que se acordó de su viejo amigo

Sebastián. Su amigo trabajaba en un pequeño canal de televisión, el que retransmitía

solo a una pequeña parte del país, pero seria más que suficiente.

 

El Teniente sacó su teléfono y marco el numero de Sebastián, esperó impacientemente

que alguien lo cogiera.

 

-Si… ¿Quién es? – se escucho una voz en el teléfono.

 

-Como me alegro de escucharte querido Sebastián, soy yo, Howard, estoy metido en un

gran problema y necesito tu ayuda urgentemente – la voz del Teniente sonaba

desesperada...

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