Vine al mundo un catorce de febrero de 1.922, acabo de cumplir setenta y un años y siento que no he podido hacer todo lo que me propuse de muchacho. Promesas de ayudar a Israel, a mi pueblo y a mi gente, promesas que se perdieron durante los años de guerra, promesas que antes del día que muera tratare de cumplir. Muchos recuerdos vienen a mi mente de lo que fue mi infancia junto con la de mis hermanos, muchos recuerdos gratos que he compartido con mis hijos y nietos, muchas experiencias fuera de lo común han hecho de nosotros los sobrevivientes del holocausto seres distintos, seres con un temple y una definición diferente, seres capaces de apreciar el concepto de familia mucho más allá de lo lógico, seres con un carisma muy nuestro, pero en lo fundamental, seres con un deseo y un sueño único, que lo que vivimos, lo que nos ocurrió y lo que le hicieron a nuestras familias nos encarguemos con la obligación moral de que no permitamos, vuelva a suceder.
Para mí la hora cero ha llegado, debemos de materializar nuestras experiencias, nuestros conocimientos en busca de los primeros ideales de la humanidad, del primer precepto del génesis, es nuestra obligación, el crecer y multiplicarnos, no se nos ha autorizado a ninguno de los mortales en contravenir esa orden y mucho menos se nos permitió que nos elimináramos los unos a los otros. Las religiones del mundo, se basan más o menos en los mismos principios morales, el respeto a los demás, y la supuesta libertad de culto, no es algo que contradiga ningún principio religioso. El asesinar a seres humanos sin explicación posible, sin entendimiento alguno, con excusas inadmisibles y con fines no siempre ideológicos. Nos hace reflexionar, en algún lado deben de estar las fallas, estarán sobre nuestra supuesta formación, nuestra educación, o en la de nuestros semejantes.
Hemos pasado por una cruda realidad, por decir de alguna otra manera, un exterminio macabro, en el año de 1.939 el último censo judío antes de la llamada solución final, en la Europa tomada por los nazis éramos ocho millones y medio de judíos. Luego del holocausto, mas de seis millones de muertos, perdón, seis millones de seres inocentes, de seres indefensos, de judíos asesinados. Hasta hablando matemáticamente, numéricamente, fue una barbaridad, nos estamos refiriendo a un setenta y dos por ciento de nuestra población. No es para tomarse como un dato indicativo, no es algo que solamente toca la fibra de los judíos y de los que tuvimos la desgracia de vivir esos momentos, es algo que debe de ser imperecedero, es un acto satánico e irrepetible que debemos velar por que nuestros descendientes conozcan, se preparen y entiendan que nadie muere si es recordado. Que por respeto a su memoria y a sus almas, debemos de recordarlos, estudiarlos y lo que de ellos aprendamos servirá para nuestra supervivencia y así, su memoria no será olvidada.
Fue en 1.931 cuando ingresé al Gordonia movimiento juvenil sionista Jalusiano en la ciudad de Carapciu y luego continué con el que había en la ciudad de Chernovich. Aunque había nacido en la provincia de Bucovina al igual que mis tres hermanos, al poco tiempo mi padre decidió mudarse a la capital, su mismo giro comercial le forzaba a ampliar mercados en ciudades con mas oportunidades. Mis abuelos maternos trabajaban en el campo, ellos eran agricultores, gente sencilla, pero muy bien educadas. Mis abuelos paternos eran más experimentados, ellos transmitieron a mi padre los conocimientos de la compra y de la venta, enseñaron a mi padre Fritz Brender a importar, a distribuir lo importado y a manejar sus propias finanzas.
Recuerdo hoy, con la misma tristeza de ayer, el momento en que mi padre partía al exterior para hacer sus compras, mamá le preparaba sus maletas y a mí me desconsolaba su partida. De regreso, de Alemania, Italia, Yugoslavia, o de la misma Checoslovaquia, papa traía tijeras y cuchillos de Solingen y textiles de los distintos sitios a los que viajaba. Siempre nos premiaba con sus regalos, traía novedades, bolígrafos, relojes modernos, dulces, y ropa para cada uno de nosotros, era una gran fiesta de bienvenida, nuestros corazones vibraban de emoción. Recuerdo que mi padre me preguntaba si había algo que quisiera me trajera de regalo la próxima vez y mi respuesta sincera siempre era igual, que me obsequiara con su permanente presencia, que dejara de viajar y que estuviera siempre con nosotros, ese era el único regalo que anhelaba, ahora al recordarlo vive en mí su memoria.
En uno de los viajes de mi padre, en el año de 1.936 mi mamá enferma y cuando llega papá, muere. Fue el momento más triste de mi vida, perder a una madre, es casi perder la vida. Apenas tuvo tiempo de ver mi bar-mitzva, no pudo disfrutar de sus nueras de sus yernos ni de sus nietos, toda su vida la dio por nosotros y la vida, no nos permitió que la mimáramos, que sus nietos la abrazaran, que sus hijos la quisieran.
Con niños entre ocho y diez y seis años, con un trabajo que requería su presencia en el exterior muy a menudo y con el deseo de mantener un verdadero hogar judío, a los dos años mi padre se casa con una muy buena mujer, también viuda que tiene una hija. Tengo que detenerme a reconocer que aunque no era nuestra madre, nos trató como tal, nos llegó a querer e hizo que la quisiéramos como propia.
Mi hermano mayor, Carlos (Zuniu), era muy especial y a la vez muy capacitado, el se especializaba en sistemas eléctricos, fue director gerente de una de las fábricas mas grandes que embobinaban motores eléctricos, luego dio clases en un colegio en Bucarest llamado Chocano, mientras tanto yo me desempeñaba como encargado en un negocio de textiles y mis hermanas Silvia y Lily, eran menores y estaban estudiando en el liceo.
Muchas veces me han preguntado si teníamos algún amigo no judío en Rumania, es de extrañar, pero durante los años de mi niñez o luego durante los de mi juventud, jamás tuvimos amigos no judíos con quien poder jugar, hoy me resulta inexplicable hacer entender esto, pero de alguna manera los recuerdos de nuestra infancia nos habían obligado a cuidarnos de ellos, por que su disfrute era el quitarnos la pelota, o el tratar de insultarnos y a veces si se veían en condiciones favorables nos pegaban. En el colegio me tenían envidia por ser un buen alumno en matemáticas, esto les daba muchísimo celo. La pelota en aquel entonces tenía un valor inapreciable, muchos niños jamás fueron dueños de una de ellas y el poseerla ademas de entretenimiento, daba cierta importancia, como diríamos hoy cierto caché.
La comunidad judía de Chernovich ascendía a más de 80.000 habitantes siendo su población total de 120.000 o sea que representábamos el 75 por ciento de la población, si tengo que decir la cantidad de sinagogas, debo decirles que no había calle que no tuviera una sinagoga, teníamos un gran Templo y el Rabino principal de aquel entonces se llamaba el gran Rabino Mark a quien luego, mataron los alemanes. Era una pequeña Jerusalén, se notaba la alegría en las pascuas, en los días viernes el gran movimiento de judíos entrando o saliendo de las sinagogas, era todo un espectáculo. Este ambiente le hizo pensar a mi padre que el anti-judaísmo era una especie de oleada política del partido nazi, que no veía mayores consecuencias, él pensaba que se trataba de una moda y como tal pasajera, tuvo fe hasta el último minuto, conocía la mentalidad de los alemanes, a menudo negociaba con ellos y conocía de su honradez y exactitud, no cabía en su mente lo que nos dejaron ver después.
Familia judías muy ricas en Chernovich habían, pero se podían contar con los dedos de las manos, recuerdo por ejemplo a los Wijnicher. Varias de estas familias adineradas, lograron pasar toda la guerra en Chernovich sin tener que esconderse y sin ser perseguidos, ellos con su dinero compraron lo que ponían a la venta los rumanos, su libertad.
La forma de vida de Chernovich era al estilo occidental, era la élite de Rumania, se hablaba alemán. Antes de la primera guerra mundial pertenecía al imperio Austro-Húngaro y su emperador Franc Joseph, era un hombre delicado de finos gustos, era justo y correcto con los judíos quienes para la fecha, en ese lugar hablaban mas alemán que idish. Pasada la guerra del 18 las dos provincias Moldavia y Bucovina, pasaron a formar parte de la gran Rumania. Es ahí donde comienzan a rumanizar a esas provincias. Comienzan descaradamente a buscarle pelea a los judíos, se comienza a ver la lenta pero continua, metódica y sistemática liquidación.
En el año de 1.941 se desata una epidemia de casamientos, al romper el molde tradicional de obviar fiestas, convites y al eliminarse la dote, miles de jóvenes contraen matrimonio de la noche a la mañana, uno de ellos soy yo, conocía a mi esposa Ani, estaba enamorado de ella pero la costumbre que regía antes, era el tener dote, casa y situación económica estable para mantener un hogar, lo normal era el casarse luego de los veintiséis años y no antes, ahora los jóvenes con escasos diez y ocho años y por la módica suma de tres rublos podían ser casados por el gobierno, quién otorgaba un certificado de matrimonio luego un religioso Jupa be kidushin, realizaba la ceremonia religiosa. Eran uniones para combatir juntos la época de crisis. En mi boda estuvieron presentes quince miembros de la familia de mi esposa y mía. Esos eran los únicos invitados.
Ordenados por los alemanes, los rumanos comienzan la evacuación de los judíos en dos etapas, la primera etapa se encarga de evacuar a los sin posibilidades económicas como para poder comprar su libertad, y que a la vez eran considerados no útiles para la economía del país. En la segunda etapa con un año de diferencia se llevaron a los demás. Al contraer matrimonio, fui a vivir con mis suegros y como ninguno de nosotros según ellos le éramos útiles al país, fuimos evacuados en la primera etapa. Fuimos llevados dentro del mismo Chernovich a una zona marginal, varias familias eran metidas en un solo cuarto, carecíamos de todo, las pocas pertenencias con que contaba me ayudaron a sobornar a los guardias para que me vendieran algo de comer. Cuando la falta de alimentos llegó a ser desesperante, me escapé del gueto en busca de ayuda. Mi hermano no fue evacuado en la primera tanda, en ese momento el era considerado de importancia para el país ya que se ocupaba de todo el mantenimiento eléctrico de uno de los palacios del antiguo imperio Austro-Húngaro que servía como museo. Este había obtenido un certificado de trabajo que le permitía tanto a él como a los que vivían con él sentirse libres. En ese momento se pensaba que a los demás judíos solamente los deportaban hacia campos de trabajo, nadie se podía imaginar cuales eran las intenciones de los nazis.
Al lograr escaparme del campo me despegué la maguen David y fui directamente a la casa de mi hermano Carlos en busca de ayuda, pude darme cuenta que mi padre aún tenía fe en el pueblo alemán, lo sentí tranquilo por sus convicciones, como demostración de su lógica sobre el pensamiento alemán, me paseó en su automóvil fíat y fuimos a dar unas vueltas por diferentes sitios, la verdad es que no se podía entender lo que nos estaban haciendo en la zona marginal, la gente en la ciudad transitaba como si nada estuviera pasando, logró impresionarme, deseaba darle la razón, pero mi esposa, mis suegros y dos hermanos de mi esposa estaban en la más precaria situación, ellos estaban sufriendo hambre y necesidades y con ideología o con teoría yo no los podía ayudar.
Dos días estuve en la casa de mi hermano con mi padre y mis hermanas, ellos realizaron todo lo que pudieron para ayudarme. Trataron de convencerme de que en su casa estaba seguro, que me quedara, que ellos iban a tratar de mover todo los engranajes necesarios para liberar a mi esposa y a su familia. No, no podía darle la espalda a los míos, pienso que este mismo sentimiento costó la vida de los muchos que se entregaron solo para acompañar a su gente en la ruta a su fin. Mi esposa en su desespero al no ver mi regreso, me mandó a llamar con alguien que también se escapó del campo, cuando me vino a avisar, yo ya estaba preparado para el regreso, tenía en aquel entonces diez y nueve años, estaba recién casado y el amor junto con la responsabilidad me llamaban a cumplir con los míos.
Ya dentro del campo y con la ayuda que me dieron mi padre y mi hermano pude adquirir algunas cosas. Al comprar un trozo de pan viejo hacíamos todo un rito, la repartición se hacia en forma meticulosa, los pedacitos eran verdaderas partes iguales, ninguno recibía más que el otro. Pasan dos semanas y comienzan a evacuarnos, primero nos llevan a la estación ferroviaria y luego nos despachan en trenes a Ucrania a un pueblo llamado Shargorod, el viaje lo hicimos con muchísimos sufrimientos, los vagones iban a reventar el hacinamiento era bestial, al fin llegamos a la estación, nos hacen caminar varios kilómetros y al llegar a la ciudad de Ataqui en una orilla del Río Bug nos montan en unos transbordadores y nos pasan a la otra orilla a una ciudad llamada Mogilev. En la embarcación fuimos amenazados por los soldados rumanos a que les diéramos sin ningún tipo de oposición todas nuestras prendas o de lo contrario el que se negara o tratara de engañarlos sería lanzado al río sin ninguna oportunidad de sobrevivir. Lo único que guardé fue mi aro de matrimonio, lo demás o lo había cambiado antes por comida o me lo quitaron en ese momento. El aro me sirvió más adelante para comprar algo de harina a los campesinos ucranianos.
Al llegar a Shargorod en Ucrania, nos dimos cuenta que era todo un gueto de judíos, un campo en el cual, no había salida, la vigilancia era extrema y cualquiera que osara salir era inmisericordemente fusilado. Los alemanes de vez en cuando mandaban a pedir que los rumanos les mandaran grupos de judíos para trabajos forzados, cuando esto sucedía ya no regresaban, era un viaje sin retorno. Una vez me tuve que esconder por ocho días para no ir con los alemanes, ya que mi mujer estaba por dar a luz. Tuvimos la suerte de ser uno de los primeros grupos de judíos en llegar, esto permitió que en el hospital atendieran sin costo alguno y con un trato deferente a mi esposa en el alumbramiento de nuestro primogénito, en Ucrania, en un gueto, prisionero y con un futuro incierto nació nuestro hijo Alberto.
En una parte de Ucrania los guetos eran manejados por los rumanos y en otra eran manejados por los alemanes. Se hablaba de un lado del Río Bug, o del otro lado del Río. Mogilev era manejada por los rumanos. La diferencia entre la parte de los rumanos y la de los alemanes, era inconmensurable, los alemanes utilizaban a los judíos en campos de trabajos forzados y su meta era la solución final, el exterminio, no había salvación. Con los rumanos, pasamos hambre, fuimos robados, vejados, explotaban a los que podían trabajar, ellos vendían hasta a su madre si el precio que se les pagaba les convenía, tenían su precio, estaban en venta, todo lo negociaban, pero de alguna manera no practicaron como norma el exterminio.
Pasado el primer año, evacuaron a mi padre, junto con mi madrastra, mis hermanos y mi hermanastra. Ya no cabía la menor duda, las esperanzas que mi padre tenía se desvanecieron, pero ya era muy tarde, su fe en ellos lo llevó junto con mis hermanos a la muerte, sólo mi hermana Silvia logró salvarse con su esposo. No los volví a ver jamás, no pude despedirme de los seres que más quería, no pude serles útil aquel día, no pude ni tan siquiera darles la alegría de que supieran que mi hijo había nacido.
Mi hermana Silvia estaba en un campo de trabajo llamado Tot, luego de la faena del día, los llevaban a dormir a una cooperativa agrícola, a un colhose, el trabajo a realizar era de nunca acabar. Supo que a mis padre y hermanos los alemanes los habían matado abaleados, fue en la última acción en el año de 1.943. Ella y su marido se salvaron por pura casualidad, una noche después de irse del campo, los alemanes hicieron una limpieza total fue una barrida increíble, una gran masacre. Al ver que no tenían futuro alguno, que podían sentir que la muerte se les avecinaba, escapan, dejan el campo de concentración y caminan como sonámbulos, sin prisas, sin metas, pero con la determinación de luchar al máximo por sus vidas, no estaban dispuestos a morir sin intentar, a morir sin delatar, no querían morir y callar.
La suerte los acaricia, llegan a la casa de unos campesinos ucranianos y estos los alimentan y les dan albergue, los esconden por una noche aún a sabiendas del riesgo que estaban tomando, a la noche siguiente los guían en pleno invierno hasta la orilla del Río Bug. Si lograban pasar el río que estaba congelado se salvarían, en la otra orilla del río se encontraban los rumanos y ahí con ellos si se podía hablar de una posibilidad de sobrevivir, de este lado del Río Bug, con los alemanes no existía chance alguno.
Describir el frío de ese invierno, describir la noche siniestra, pensar que en alguna parte del río el agua no estuviera congelada o que el hielo no soportara su peso, temer la posibilidad de que los descubriesen y les diesen un tiro por la espalda, morir congelados en la travesía, ó pasar a la otra orilla sin ninguna garantía de lo que les esperaba, todo era difícil, todo era arriesgado, pero la decisión estaba tomada, nadie los iba a detener, de morir, sería luchando y por vivir arriesgaron sus vidas.
Del otro lado del río luego de la travesía a pié se encontraron con una comunidad judía, era el gueto de Bershad. Los recibieron como a héroes, les agradó la valentía, la gran hazaña, los cobijaron, compartieron sus pocos alimentos con ellos y les informaron de que yo, estaba vivo, que había sobrevivido y que la última vez me habían visto en Shargorod. Con una valentía inusual, sin importarle las distancias ni los riesgos, salen ambos en mi busca, fueron varios días de caminata, pero su mejor alimento era la ilusión de ver a su único hermano vivo. Originalmente se dirigían de Berchad a Moquilev con el fin de retornar a Chernovich, pero al saber que me encontraba con vida, se regresaron a Shargorod.
Fue un encuentro dramático, el hambre y la fatiga presente en ambos, daba la impresión de que no podrían soportar más, sus debilidades acentuadas por el esfuerzo estuvieron a punto de costarles la vida. El esposo de Silvia había sido obligado a trabajos forzados, hasta el año 44 en que con la retirada de los alemanes, pudimos regresar a Chernovich.
Tratamos de recordar, tratamos de olvidar, tratamos de contar lo que nos pasó, lo que nos hicieron, lo que hicieron, tratamos de transmitir. No me es posible describir a gente muriendo de hambre al lado de insensibles seres satisfechos, gente pensando en robar encima de cualquier dolor humano, gente en espera de la defecación para apartar, lavar y volver a ingerir lo no digerido. No me es posible olvidar al alemán que con su bayoneta mató por puro entretenimiento a un inocente niño judío de 4 años. No me es posible olvidar al soldado alemán que agarrando los piececitos de un bebé recién nacido lo lanzó con toda su furia contra la pared, para descargar su ira. No me es posible olvidar como fusilaron a mi padre, como fusilaron a mis hermanos, como exterminaron a mi familia, no, no me es posible. No sé si Dios tenga la capacidad de olvidar y de perdonarlos, yo, no.