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El entierro de Matilde

Me gusta sentarme en alguna banca, en la plaza de San Pedro, en esa placidez de rutinarias tardes, me siento exultante de vida y me recreo, ayer fue diferente, murió una gran amiga, Matilde, tenía 45 años, teníamos planeado pasear nuevamente por Europa, mientras, era relajante sentarnos a darle comida a las palomas, contemplando el ir y venir de los trausentes, oyendo las campanas de la iglesia.
Nunca he experimentado en mí, la aceptación de la muerte, eso me inspira mucho miedo, en ocasiones, temo hasta dormir, somos tan aplastantemente vulnerables, expuestos a cientos y cientos de cosas, unas tan inverosímiles, como que nos caiga un rayo, o una florecida maceta de algún balcón de encanto en nuestras callecitas.
No pude ir al entierro de Matilde, al último que fui, fue al de mi primo Carlos, me calo mucho que sus hijos llevaran un mariachi, todas las canciones eran sobre amigos, el rey, me pareció tan incongruente, ahí todos llorando y los mariachis cantando, iban bajando el cajón a ese hoyo tenebroso al son de cucurrucucu paloma, me entró tal risa, que tuvieron que sacarme de la ceremonia y del cementerio, claro que no fue una proyección de mi sentido del humor, fue una sensación macabrita, una de esas en que te sientes muy agradecida por estar viva y no en el cajón de tu primo, no es que no lo quisiera era mi primo favorito, generoso, leal, muchas cualidades, esa tarde fueron muchas lagrimas autenticas, enmarcando los vacíos que dejaba en nosotros.
Se que él hubiese comprendido mi explosión de risa y la muerte de Matilde, que me sorprendió en unos momentos, en que intuía me podía caer un aerolito, estaba como un ponchibol recibiendo golpe tras golpe, al espíritu, la energía, a mi ego, estaba tan mal que sopesé seriamente alquilar un taxi para cargarlo, como siempre me toco llevarlo a cuestas.
Me inquieta el montón de muertos, mayores, menores que yo, cayendo como moscas, de cáncer, infarto, accidentados, atracados, asesinados, me hace sentir como sobreviviente, así comprendo las facetas del creador, una transitoria jactancia, claro que el creador está peor que yo, porque eso de echarle un toque de suerte a la vida, debe tenerlo con un tremendo complejo de culpa, eso de la suerte es un hecho, nacer en una cunita en castillo grande, es muy diferente a nacer en otra cunita en Nelson Mándela, aludo al creador regional, para no extenderme en complejidades cósmicas, la excusita de que escogemos lo que somos, no me encaja, de ser así de hecho la espiritualidad, implicaría una dosis de masoquismo, si escogiéramos, indudablemente, la zona sur oriental, sencillamente no existiría, las islas estarían henchidas de humanos comiendo cazuelas de mariscos, contemplando puestas de sol, o mejor auroras boreales, que es lo más chic de la naturaleza.
Mi latente preocupación es enfrentarme al hecho de estar aquí, aún viva, todo un logro a estas edades, enterita en medio de otitis, sinusitis, astigmatismo, una incipiente osteoporosis, un divorcio pesado como un fardo que junto a la carga del ego te produce algo de artritis, todo unido al controversial hecho, de experimentar ramalazos de erotismo, cuando pasa a tu lado en las obligadas caminatas matutinas, una carga de feromonas en pantaloneta, muy consciente de que escasamente te puede erosionar el oxido, mis amigas algo más maduras y por supuesto muy optimistas me consuelan diciéndome que hay hombres que valoran la interioridad, no se equivocan, claro que con un ligero matiz entre recovecos y transparencia, obviamente nunca optan por la transparencia.
De verdad estoy preocupada, no me gusta el cigarrillo, nunca cambiaria mi eterna fragancia a musk por la nicotina, tampoco me gusta el licor y menos esos de los que mis amigas aseguran aflojan ciertos músculos, adoro la tensión y cuando me distiendo me gusta estar lucida, a la coca le tengo más miedo que a la muerte, la marihuana ni fu ni fa, eso de levitar hasta traspasar la capa de ozono, me apabulla más que tener los pies en la tierra, los tranquilizantes causan dependencia y no me gusta depender de nada, así que mi inquietud sigue siendo como enfrento el hecho de aún estar viva, manejar el equilibrio, la cordura,
Quizá por eso no fui al entierro de Matilde, siendo honesta prefiero ir al cine o a un buen restaurante, total está claro que un día de estos no amanezco viva y las palomas en la plaza de San Pedro no van a notar si le llevo maíz, las campanas seguirán tocando, los monaguillos esparciendo incienso.
Se que Matilde me comprende cuando ahora prefiero escuchar a Bebo y Sígalas en su versión de lagrimas negras, así como los mariachis me perdonan cuando salgo volada al escuchar, cucurrucucu paloma.
Datos del Cuento
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1 comentarios. Página 1 de 1
Aretino
invitado-Aretino 26-02-2006 00:00:00

Magnífico relato y una muy diáfana claridad del idoma y de la expresión de los sentimientos. En verdad te digo que me ha parecido de lo mejor que he leído por aquí. Saludos.

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