La primera vez que vi a la señora Herminia, ella estaba sentada en una silla al lado de su cama mirando hacia la ventana. Las habitaciones de los pacientes de cardiologìa son dobles. Son habitaciones grandes divididas en dos por un gran cristal, por lo cual hay permanentemente contacto auditivo y ocasionalmente visual entre los pacientes. A cada lado del cristal hay una gruesa cortina que cada quien puede correr si desea intimidad, pero nadie, mientras estuve allì, corrió su cortina. Los pacientes, en general, prefieren sentirse acompañados. La señora Herminia se pasaba el dìa con la mirada perdida dirigida hacia la ventana. Si alguien se paraba frente a la ventana, podìa apreciar una bonita vista de los puentes elevados de la Avenida El Dorado, pero desde el lugar donde se sentaba la señora Herminia, a dos metros de distancia de la ventana y desde la altura de su silla, solo se podìa ver el cielo azul que que nos heredò el mes de enero. Sin embargo, la señora Herminia miraba como si pudiera ver lo que se mueve màs allà del azul celeste. A las 12, una hora después de estar yo allì, llegò el almuerzo. Pusieron la bandeja de la señora Herminia en su aparador de la cama, pero ella no dejò de mirar el cielo. Me preguntè si se levantarìa para almorzar o si vendría alguna auxiliar a dárselo. Tenìa un aspecto tan frágil, tan abandonado, que pensè que no tendría a nadie que fuera a verla. Las visitas son permitidas de 11 am. a 5 pm. y ya eran màs de las 12. Es difícil calcular la edad a una mujer que tiene los huesos forrados en la piel. La mujer que llevò el almuerzo le dijo abuelita, pero , viéndola bien, no debìa ser demasiado vieja. A lo sumo unos 55 años. Tenìa el cabello muy negro, con unas cuantas canas que brillaban plateadas. Llevaba puesta una bata de pijama de color celeste como el cielo que la hipnotizaba. Fuera de eso, solo unas frìas pantuflas de caucho. Su cama tenìa las sàbanas de la clìnica y la almohada forrada en material plástico no tenìa funda. Claro, es una clìnica del Seguro Social. El Seguro no invierte en la comodidad de sus pacientes, pero tiene los mejores cirujanos cardiovasculares y neurocirujanos del paìs. Hasta hace un año, los pacientes cardiovasculares del Seguro Social eran atendidos en la Clìnica Shaio, especialista en Cardiología. La Shaio es una clìnica privada muy costosa a la que inicialmente solo podìan ingresar personas adineradas. Cuando el Seguro Social empezó a remitir allì a sus pacientes cardiacos de bajos recursos, èstos se sentìan privilegiados. Sentìan gran orgullo al decir que habìan sido tratados en “la Sahio”. Pero la Shaio se declarò en quiebra el año pasado y ahora todo el mundo va a dar a la San Pedro que està en quiebra desde que yo tengo memoria. Una cirugía a corazón abierto en una clìnica privada vale unos 40.000 dòlares, mientras en la San Pedro, del Seguro Social, no vale nada diferente a los aportes mensuales que todo trabajador debe hacer durante su vida laboral. El hecho de que la almohada de la señora Herminia no tuviera funda, no me hablaba del seguro sino de su familia, si es que la tenìa. Y la tenìa. Poco después llegò a su habitaciòn un señor mayor, aunque, en apariencia, màs joven que ella. La saludò afectuosamente con un beso en la cabeza y una caricia en las mejillas. Ella continuò tan inmóvil como si nada sucediera. Cuando uno saludaba distraídamente a la señora Herminia, ella lo ignoraba completamente; y si el saludo era observándola con atenciòn, ella movía ligeramente los labios y uno daba por aceptado que dijo un saludo. El hombre que parecìa ser su esposo tomò la bandeja del almuerzo, la puso en la mesita de noche y empezó a darle muy despacio un poco de cada cosa. Ella comió la mitad de cada alimento. Es decir, medio almorzó. Cuando su esposo se fue, llegò un hombre de unos 25 años que le hablò con mucha ternura. Finalmente llegaron sus dos hijas que no eran tan cariñosas como sus dos visitantes masculinos. Pasan los dìas y la señora Herminia come cada vez menos hasta que un dìa, definitivamente, deja de comer. Yo pienso que la señora Herminia no quiere vivir. Me parece que està resignada a dejarse ir asì, sin hacer, sin decir, sin intentar nada. Todos los dìas, cuando està sola, voy y le pregunto si necesita algo y siempre mueve la cabeza hacia los lados indicando que no. Un dìa le preguntè si sentìa frìo y dijo que sì, entonces le subì las mantas y cerrè su ventana. Pero nada màs. No decìa nada màs. Otro dìa, el primero en el que no comió nada, le preguntè si le disgustaba la dieta y respondió que no. Lo que pasaba era que desde hacìa siete dìas tenìa dolor de cabeza y cada dìa era màs fuerte. Ahora, ya, no lo podìa soportar. Le han suministrado Acetaminofèn y la señora Herminia descubriò su sonrisa. Conocimos a ciencia cierta el tono de su voz, y fue esperanzador verla vivir. Inclusive, el mèdico le dijo que podìa prescindir del oxìgeno. Pero la ilusión se desvaneció al tercer dìa. Amaneció màs triste que nunca y ahora ni siquiera miraba hacia la ventana sino que miraba hacia la pared. Volvieron a ponerle oxìgeno . En la tarde, le dije a su hijo que para lo que se ocupaban de su mami en la clìnica, estarìa mejor en casa, podríamos pedir que le enviasen allà el oxìgeno, puesto que en los tres meses que llevaba interna era el ùnico cuidado especial que le proporcionaban. El le preguntò si querìa irse a casa y ella movió la cabeza emocionadamente indicando que sì. A èl nunca se le ocurriò que a su mami le gustarìa estar en casa, asì como nunca se le ocurriò llevarle una funda para la almohada o un saco para el frìo. La familia de la señora Herminia la adoraba pero no sabìan cuidarla. En la tarde de aquel dìa que ella amaneció màs triste que nunca, su esposo me pidió que la cuidara, puesto que ellos no podìan permanecer con ella: “no tenemos la presencia suya, (mìa) para que nos den un permiso permanente”. Sentì vergüenza y le dije que al dìa siguiente le conseguirìa uno. Le dije tambièn que de todas formas yo siempre estaba pendiente de su esposa y que me dejara su nùmero de teléfono por si acaso algo extraordinario ocurrìa. A las siete de la noche me cercioré de que estuviera calientita y cómoda. Le dije que si necesitaba algo, solo tenìa que levantar levemente la mano que yo vendría a verla. Una media hora màs tarde, la señora Herminia no levantò una mano, sino las dos. En realidad no las levantò simplemente, sino que hizo unos movimientos rápidos y desesperados, como de aleteo. Corrì hacia ella preguntándole què pasaba. Me mirò por primera vez a los ojos y dijo que iba a morir. Yo le dije que no, que iba por ayuda. No veìa el timbre que se habìa caìdo y salì. No habìa ninguna enfermera pero, mejor todavía, estaba el mèdico residente. Este residente de cardiología es un enano como de 1.55 de estatura. El problema que tiene es que pretende suplir su deficiencia de tamaño con exceso de arrogancia. Camina con la cabeza tan alta, que da la impresión de que se le va a ir para atràs en cualquier momento. Un dìa me saludò y yo distraída no le respondì, razón por la cual ahora me ignoraba. En ese momento, cuando la señora Herminia sentìa morir, no pensè que un mèdico se pusiera a reparar en pequeñeces como nuestro mutuo desagrado. Pero lo hizo. Me respondió que èl conocía perfectamente la situación de la paciente, que hacìa un par de horas èl la habìa visto. Le expliquè que ella habìa empeorado desde entonces pero dijo que èl no podìa hacer nada. Le di la espalda y le dije a dos aseadoras que me habìan tomado aprecio, que por favor buscaran a otro residente de lo que fuera o a la enfermera jefe. Regresè a donde la señora Herminia y le dije que si querìa que la abrazara. Ella asintió, o a mì me pareciò que lo hizo. Yo pensaba que si iba a morir, por lo menos no estarìa completamente sola. La abracè y ella, después de agitarse nuevamente, se dejò caer cerrando los ojos. Yo no sabìa si soltarla o si quedarme allì quieta. ¿Què tal que estuviera consciente y se diera cuenta de que la soltè? Unas noches antes, ella se quedò inmóvil con los ojos abiertos y no hizo ningún gesto cuando me despedí. Era como inùtil decirle que la enfermera privada de mi mami cuidarìa tambièn de ella, pero me gustaba decìrselo, que lo supiera . Pensè que estaba muerta porque la toquè y no se movió. Cuando insistì, reaccionò como si despertara. Creo que podìa dormir con los ojos abiertos, pero ahora los tenìa cerrados. Tambièn recordè, sosteniéndola aùn, en aquella madrugada en la que mi mami perdiò el sentido y yo temì que hubiese muerto, pero vinieron las enfermeras y como a los tres minutos volvió en sì. Mientras pensaba esto, entrò la enfermera Jefe. Buscando su pulso me preguntò si tenìa reloj con segundero (¿Còmo no lo tenìa ella?) Pero no esperò a que le pasara mi reloj sino que pulsò un botòn y de la nada aparecieron varias enfermeras. Una de ellas fue a detener el ascensor, otra fue por una bala de oxìgeno, otra tomò los líquidos y entre todas se llevaron a la señora Herminia a la Unidad de Cuidados Intensivos. Yo las acompañè hasta la entrada mientras le decìa a ella que todo iba a estar bien. Yo no sabìa si me escuchaba, pero querìa decìrselo. En realidad, yo creì que habìa muerto. Cuando las perdí de vista, llamè a su esposo y le contè que su Herminia estaba en Cuidados Intensivos. Le dije que viniera a las 7 de la mañana, que yo le tendría el permiso permanente. Lo hice deseando que lo necesitara, deseando que la señora Herminia no estuviera como yo creìa que estaba.
Hoy me he encontrado con el hijo de la señora Herminia. Han pasado seis dìas desde aquella noche. Me ha contado que su mami se està recuperando. Que estuvo sin signos vitales pero que ahora ya les ha hablado. Yo iba con prisa y me despedí pronto. Luego, estando en el consultorio de Cardiovascular, llegò el joven con un lindo ramo de orquídeas. Las cosas de la vida. Le he pedido que ponga las flores en la ventana del cuarto de su mami, que serà una linda vista para ella el contraste del azul celeste haciendo de fondo al ramo. Eso vale mucho y yo no he hecho màs que ella.
Amar es una cosa y se nos da por naturaleza. Saber amar es lo que tenemos que aprender.
un cuento muy bueno... tanto que no puedo expresar el sentimiento de conmocion que causo en mi. Llore al verlo, llore profusamente, y no eran lagrimas normales, caian convertidas en pedazos de hierro. Muy buen cuento, me hizo sangrar, estoy en un hospital practicando un aborto mientras te escribo esto (no soy doctor pero mi papa me dijo como hacerlo) Si te cortas un dedo que uses mucho para escribir tu creatividad va a aumentar un 100% te lo prometo solo tienes que entrar a la cocina de burgueño o como se llame. La otra vez, mientras leia un cuento de tu autoria, empeze a escupir sin control sobre mis pies, no podia detenerme, y luego un cienpies, se me acerco al oido y entro por el, ahi habita todavia, viviendo de mis alegrias y todas esas cosillas. Adios