Ella tenia sesenta años de edad, él 35. A pesar de su edad conservaba un cuerpo perfecto y era muy bonita. Representaba menos edad de la que tenía. Trabajaba como enfermera en un hospital. Allí conoció a aquel joven que le cambio por completo su vida. Ángel había tenido un accidente automovilístico y debido a sus heridas lo tuvieron que hospitalizar. Aurora era su enfermera. Él se sentía muy bien atendido por ella y comenzó a sentir cosas raras y bonitas por aquella enfermera madura y muy atractiva. Un día antes de ser dado de alta le pidió a Aurora que se sentara unos minutos para charlar con ella. "Dime Ángel, ¿tienes algún problema, te duele algo? ¿En que te puedo ayudar?" Ángel se le quedo mirando por unos segundos, parecía desnudarla con la mirada. Esas miradas un poco raras la ponían nerviosa. "No, no me pasa nada. Ya me siento muy bien. Dime Aurora, ¿te han dicho alguna vez lo atractiva y elegante que eres?" Aurora sonrió y replicó: "Muchas veces, se que no soy fea, pero a veces exageran. Soy una mujer ya madura, tengo sesenta años jovencito". Ángel abrió con asombro sus ojos castaños y dijo: "¡No lo puedo creer! ¿Sesenta años? Perdóname Aurora pero estás mintiendo. Pareces una mujer como de unos 45 años. Yo tengo 35 años, ya no soy un jovencito." Aurora soltó una leve carcajada, dejando ver una dentadura perfecta, y respondió: "Eres muy chistoso Ángel, gracias por tan lindo piropo. Ya hace tiempo pase de los cuarenta. A mi edad y a la tuya para mi eres un jovencito, puedo ser tu madre." Ángel volvió a mirarla con admiración, le gustaba mucho esa mujer madura, le había cogido cariño. Le gustaba su honestidad, su cariño, lo bella que era por dentro y por fuera. "Dime Aurora, ¿estás casada, tienes hijos?" Ella volvió a sonreír y mirándolo fijamente replicó: "¿Sabes Ángel? estás preguntando mucho, pareces periodista. Si, estoy casada, cuarenta años de casada y tengo dos hijos. ¿Y sabes algo? Mis hijos son unos añitos mayores que tú. Me tengo que ir hijo, tengo otros pacientes que atender". Cuando ella se marchaba, Ángel le dijo: "Estás muy bonita y no creo que tengas sesenta años. Y por favor no me digas hijo, no me gusta porque no soy tu hijo, ni quiero serlo. Me gustas mucho Aurora." Aurora pensó que estaba loco.
Una noche mientras su esposo dormía, se puso a pensar en aquel joven. No podía dormir, lo tenía clavado en su mente. Antes de irse del hospital le había dado su número de teléfono para que lo llamara, quería volver a verla. Le pidió su número pero ella rehusó dárselo, por ser una mujer casada. Pero en aquella noche oscura, lluviosa y fría, sentía que la soledad le arrancaba el alma. Estaba al lado de su esposo, él dormía plácidamente, pero ella se sentía sola. Ya no era lo mismo, su relación se convirtió en rutina. Aún sentía querer a su esposo, pero ya nada era igual, como muchos años atrás. Su esposo la necesitaba, ella a él también. Era solo eso, una compañía, ya no había besos ni caricias. Ella a sus sesenta años todavía se sentía viva, añoraba una flor, un te amo, un piropo de su esposo, unos buenos días, un beso antes de irse a dormir, una escapadita de vez en cuando a un sitio romántico, un masaje por todo su cuerpo desnudo, de aquellas manos que aún estaban fuertes. Ya todo se había terminado. Su esposo solo quería tenerla a su lado en la casa y de noche en la cama. Ella deseaba algo más, su fantasía era volver a amar con intensidad, disfrutar de una relación intima y profunda. Su esposo le daba muy poco, ya no era aquél hombre amoroso con quien se casó. La dulzura y aquellas palabras tan bonitas que aquel joven le decía mientras ella lo atendió en el hospital, aún resonaban en sus oídos, la hicieron volver a la realidad de la vida, la pusieron a soñar despierta, a ilusionarse. Hacia un mes que tenia el número de teléfono de Ángel, pero nunca se atrevió a llamarlo, pero tampoco lo rompió.
"¡No lo puedo creer, eres tu Aurora! Pensé que nunca me llamarías. Todo este tiempo he estado pensando en ti y en tu bonita figura. ¿Cómo estás cariño?" Le dio mucha alegría oír su voz. Pero sintió mucha verguenza después de haberlo llamado, especialmente a esa hora de la noche. "Estoy bien gracias. Perdóname por haberte llamado a estás horas, es de madrugada. Estaba desvelada y pensé en ti. Perdóname por haber interrumpido tu sueño." Ángel rió a carcajadas y dijo: "Por favor Aurora, no digas tonterías. ¿Durmiendo yo? Apenas son las dos de la mañana y estoy viendo una película. Después me iré a dormir, no comienzo a trabajar hasta las diez de la mañana. ¿Está tu marido contigo?" "Está dormido -dijo Aurora, algo nerviosa - ¿y tú con quien estás?" "En lo que pierde el tiempo tu marido. En dormir, teniendo una esposa tan guapa. Yo estoy solo. Mi novia se fue hace un rato." "Me alegra no haberte llamado antes, quizás hubieras tenido problemas, o quizás pude interrumpir una noche romántica." "Cariño, yo no pierdo el tiempo como tu marido, si mi pareja está desvelada, yo también me desvelo con ella. Si yo estuviera junto a ti te dormiría con besos y caricias." Aurora sintió un calor que le corría por todo su cuerpo. Hacia tiempo que no había sentido algo así. Un poco nerviosa le dijo: "¡Por favor Ángel no me hables así! soy una persona mayor y puedo ser tu mamá. Te dejo, mañana tengo que trabajar. Espero estés mucho mejor. No te volveré a molestar. Buenas noches." "Buenas noches muñeca, no me molestas, puedes volver a llamar. Y recuerda, no quiero ser tu hijo, quiero ser tu amante, porque me gustas mucho mujer bonita." Aurora colgó, volvió a la cama con su esposo, lo estuvo contemplando por un rato y por primera vez en cuarenta años de casada se sintió la mujer más infeliz del mundo. Lloro de verguenza e impotencia.
Pasaron tres semanas, no volvió a llamar a Ángel. Ya su vida no era igual. Lo tenia las veinticuatro horas en su pensamiento. A su marido cada día lo despreciaba más. Esa tarde llegó a la casa a las cuatro. Su esposo no estaba. Se puso a cocinar. Pasaron las horas, su esposo no la llamaba. Ella sentía coraje, no lo llamaría porque él sabía a que hora ella llegaba a la casa. Al fin su esposo llegó a las 8:30 de la noche. La saludo con un hola y se sentó a pedir de comer. Aurora le pregunto donde estaba y porque no la llamó. Su esposo tranquilamente le dijo que estaba jugando "póquer" con sus amigos. Esa era su vida, así se divertía, era muy poco el tiempo que compartían juntos. La diversión de Aurora era su trabajo y la casa. Al otro día al llegar al trabajo en la mañana, una de sus compañeras le entrego un hermoso ramo de rosas que le habían enviado. ¿Quién pudo enviárselas? ¿Su esposo? No podía ser, porque por muchos años no le regalaba ni un clavel. Aurora huele las rosas y sonríe. Lee la tarjeta. "Hola cariño, te extraño. Pienso mucho en ti. Llámame. Ángel." Se sorprendió mucho pero estaba feliz. Apretó con delicadeza las flores rojas junto a su pecho y ahí pudo descubrir que se había enamorado como una quinceañera de un hombre mucho más joven que ella. En el corazón no se manda y este con sus latidos le anunciaba que un nuevo amor habitaba ya en él.
Ese domingo por la mañana y después de cuarenta años de casada, se sentó a dialogar con su esposo. Dándole la terrible noticia que se quería divorciar. Últimamente su matrimonio no marchaba bien y como en todos los matrimonios, tenían sus problemas. pero en su matrimonio sus problemas eran mas graves. Ellos nunca se habían separado.. ni por un día. Dormían juntos y su relación íntima era muy escasa, ya era una rutina. El esposo de Aurora tiene setenta años y se llama Miguel. "¿Qué te hice mujer para que quieras divorciarte?" Tristemente Aurora dijo: "Hemos estado juntos por muchos años Miguel. Nos hemos acostumbrado uno al otro, pero eso es todo. Ya nada nos une, creo que el amor murió." "No de mi parte Aurora, yo te amo igual o más que antes." Llorando Aurora replicó: "Ya todo acabó, has cambiado mucho Miguel. Ya no hay besos de despedida en las mañanas, hace tiempo no te oigo decir, "te quiero mucho amor" te has olvidado de nuestros aniversarios, ya no me regalas nada en mis cumpleaños. ¿Cuanto hace que no viajamos solos, tú y yo? De noche al acostarnos, me das la espalda y ya no me dices ni "buenas noches amor". Miguel, ¿donde están los besos y caricias que antes con dulzura me dabas? ¿Qué pasó contigo? ¿Cuando fue la última vez que me invitaste al cine o me regalaste flores?" "Mujer, tengo setenta años, ya no soy un jovencito. Quizás los detalles ya no existen, pero mi amor por ti es eterno." "Miguel, no solo los jóvenes son románticos y detallistas. No importa la edad que tengas, el amor hay que cultivarlo. Estás confundiendo la costumbre con el amor. No tienes cien años. Pudiste seguir siendo el mismo de antes, detallista, cariñoso, amoroso. Aún estás vivo, disfruta los años que te quedan, aún puedes ser un buen amante. Pero no, solo piensas en ti y en tus amigos de la tercera edad. Me has echado a un lado y ya me cansé." Tristemente Miguel replico: "Te daré el divorcio si así lo quieres. Pensé que nuestro matrimonio sería para toda la vida y que moriría junto a ti, a tu lado. Si mi gran Dios me da cinco años más de vida, quiero vivirlos en paz. Yo sé que tú piensas igual que yo y por eso quieres divorciarte. No te puedo obligar a que te quedes conmigo, quiero que seas muy feliz. Quédate con todo, yo me iré a vivir con mi hija." "Gracias por tu compresión Miguel. Siempre estarás en mi corazón. No creas que ha sido fácil para mí tomar está drástica decisión. Te quiero Miguel."
La vida de Aurora cambió. Les dejo la casa a sus dos hijos y se mudó a una nueva casa con Ángel. Se sentía rejuvenecida al lado de un hombre tan joven. Se dedico a él en cuerpo y alma. Fueron cinco años de felicidad, Ángel la trataba como a una reina. El día que cumplió 65 años estaba muy feliz y alegre. Sus hijos venían a visitarla después de cuatro años sin verse. Solo se comunicaban por teléfono. A ellos no les había gustado lo que su madre le hizo a su querido padre. Ángel había salido desde temprano, probablemente le estaba preparando alguna sorpresa. Sonó el timbre de la puerta. Cantando fue a abrirla. Pensaba que eran sus hijos y nietos. Frente a la puerta estaba una mujer muy joven, con dos niños pequeños. Quizás entre las edades de cuatro y tres años. "Buenos días señora, ¿es usted la madre de Ángel?" Aurora miraba con asombro a aquella joven y a sus niños. Algo nerviosa respondió: "No, no soy la mamá de Ángel. ¿Es usted su hermana?" "No señora, soy su esposa y ellos son nuestros hijos. Estuvimos separados un tiempo pero nos hemos reconciliado. El problema es que hace unas semanas se tuvo que ir de emergencia porque su madre estuvo muy enferma. No he sabido nada de él. Por eso vine a buscarlo, encontré está dirección en su cartera." Aurora no pudo contener las lágrimas y entre sollozos replicó: "Soy su mujer desde hace cinco años. Nunca me dijo que era casado y que tenía hijos. No te preocupes mujer, tan pronto regrese le diré que tú y sus hijos lo esperan." "No se ponga así señora, lo siento mucho. Muchas gracias, es usted muy buena. Perdone que le diga esto, pero nunca me imagine que Ángel me estuviera engañando con una mujer tan mayor. Adiós señora."
"¡Mamá, mamá ven, te ha llegado algo! Aurora camino de prisa hacia la sala donde estaba su hijo. "¿Qué me llego hijo? No espero nada." "Es un ramo de rosas blancas mamá y otro regalo. ¿No me digas que tienes un viejito por ahí?" Aurora sonrió. Cogió las flores y un paquetito rojo, era como una cajita. Leyó la tarjeta y no pudo contener las lágrimas. Ya no era aquella mujer fuerte, con muchas energías y fortaleza. Era una mujer mayor que había sufrido mucho, pero aún conservaba su atractivo. "¿Por qué lloras mamá? ¿Quién es ese galán que te hace llorar, qué dice la tarjeta?" Sin dejar de llorar pero sonriendo, Aurora beso a su hijo y le dijo muy emocionada: "Ese galán es tu padre. Me invita a cenar está tarde y también me pregunta que si me quiero casar con él." Madre e hijo se abrazaron y lloraron juntos. Aurora abrió el pequeño paquete rojo, adentro había un hermoso anillo de diamante. Emocionado el hijo le dijo a su madre: "Mamá, ¿te volverías a casar con papá?" Volvió a besar a su hijo y respondió: "Ahora mismo me casaría con él. Nunca lo pude olvidar, lo tenía escondido muy dentro de mi corazón. Fue mi esposo, mi compañero por cuarenta años. Toda una vida hijo."
Fin. "Gracias al amor nació el perdón."