Hace unos días ví a un hombre caminando, iba muy lento, tan lento que cada paso que daba era un mundo para él, apenas posaba una pìerna parecía que habían pasado horas, sus huellas no se marcaban, se borraban en la lentitud del avance, así que nadie podía advertir realmente que iba caminando, su quietud era inmensa, su cuerpo apenas se desplazaba pero él con estusiasmo, con confianza, con valentía, sin decaer en el ánimo continuaba dando pequeños pasos, posando sus pies, estabilizándose, avanzando.
Yo, yendo con el paso más firme, más rompedor, más rápido, le alcancé en mi camino e inevitablemente aflojé mi paso y me puse a su altura; él amablemente me saludó y por unos momentos iniciamos una conversación en ese breve ratito de coincidencia en nuestro camino.
Hablamos amigablemente, incluso con familiaridad al hacerme confidencias sobre sus experiencias de vida, sus viajes pues había sido marinero mercante, los pequeños secretos de su desgastada vida, en ocasiones para afianzar sus palabras posaba su mano en mi hombro como tratando de acercarme más a él y se disculpaba, siento ir tan despacio, me decía con una voz quebrada y temblorosa, no se preocupe contestaba yo y así continuabamos progresando; en otros momentos buscaba apoyarse en mi mano como intentando recuperar aliento, luego recobrando fuerzas me soltaba y me hablaba en voz baja cosas que solo pudiera escuchar yo.
Asi anduvimos un pequeño trecho del camino, muy pequeño. Su lentitud era tan grande que tuve que acomodar mi paso al suyo para poder ir a la par. En ese trayecto a menudo levantaba la vista y miraba, no dejaba de mirarme, de sonreirme, de intentar escuchar lo que decía, pues por su avanzada edad su oído estaba ya muy deteriorado. Hablaba con dulzura, con palabras suaves y pausadas, buscando siempre en mis ojos la actitud de entrega necesaria para proseguir.
Tras esos momentos de charla, tuve que forzar una despedida pues me estaban esperando y se me hacía tarde, el paso lento del buen hombre era muy grande, así que nos despedimos, con cordialidad, como si ese encuentro casual fuera algo necesario y útil para que yo entendiera algo en mi vida. Hacia donde va?, le pregunte finalmente interesándome por el destino de su trayecto. Hacia adelante! dijo él sonriendome animosamente y dejandome completamente cortada sin poder decirle ya nada más.
Al quedarme ya a solas, apreté mi paso. Fui consciente de que iba dejando a mi viejo compañero de breves minutos más atrás, en otro punto más retrasado del camino, con su propio destino, con su propio rumbo. Al verme sola caminando, de nuevo con paso firme y decidido noté un vacío, una sensación extraña, iba rápido, alejándome pero esa era la sensación que tenía, que me alejaba. Sin saber muy bien porqué volví la vista y allí ví a ese pasajero, temporal y anciano compañero de escasos momentos, andando con dificultad, dando pasos pequeños, lentos, comedidos, planificados. Sin saber bien porqué me quedé mirándole, él para andar se mantenía pendiente tan solo del suelo, de sus piernas, de no caer, no podía darse cuenta de que le miraba, pues su concentración era grande para dar sus lentos pasos, para no tropezar. Allí me quedé mirando unos segundos más como avanzaba con dificultad, al ver cómo proseguía, por un momento, solo por un momento, entendí algo.
Sonreí, él no me veía pero yo sonreí, dí media vuelta y comencé a caminar, mi paso seguía siendo igual de firme pero andaba ahora más despacio, más reposada, respirando más, más disfrutando del camino.
Un día después tomando un café con un amigo, al preguntarme por mi vida, por cómo estaba, instintivamente le he dicho: estoy muy bien, muy tranquila, poquito a poco avanzando, cómo debe ser. Al oirme decir esto, habiendo sido participe un tiempo de toda la tristeza que se instaló en mi vida, me dijo con entusiasmo: cuánto me alegro de ver que miras hacia adelante y ya has dejado de mirar hacia atrás. Recuerda: no hay que detenerse a mirar a quien no te mira.
Ha sido entonces que al mirarle a los ojos, ha surgido en mi pensamiento un instante compartido, unos breves minutos acompañando a aquel anciano y sin dejarle proseguir hablando le he dicho, con contundencia, con firmeza, con aplomo; yo no lo creo, miro hacia adelante con ilusión porque es cierto que una persona no puede detenerse ni esforzarse toda su vida en cosas que no se luchan a medias, pero también miro hacia atrás y lo hago con comprensión y con una sonrisa pues hay personas que en su camino van más lentas pero no por ello dejan de caminar, de imaginar que terminarán por llegar hacia donde desean ir, tal y como hacemos todos.
El entornando los ojos se ha callado, imagino habrá pensado que sigo buscando esperanzas en un imposible, pero yo no he tenido en cuenta su gesto vencido y con gran ilusión he comenzado a contarle... Sabes?, le he dicho, el otro día tuve un encuentro casual con un anciano, un breve encuentro de minutos que me ha ayudado a entender algo.
Y entonces le fui contando que ese encuentro se produjo al ir a visitar a un familiar a la residencia en la que vive; al salir del ascensor para dirigirme a su habitación topé con ese amable viejecillo e inevitablemente avanzamos ambos por un estrecho tramo de pasillo durante unos minutos. Él con su paso muy lento, yo detenida ese tiempo en su compañía pues con su andador ocupaba todo el estrecho pasillo y era imposible hacerse un hueco sin molestarle. Al despedirnos cuando comenzaba a ensancharse el pasillo y decirme que iba hacia adelante se dirigía tan solo al comedor para cenar. Lo sé porque al acompañar a mi familiar a ese comedor allí le ví, estaba sentándose por fin a la mesa.
Había llegado ya.... a su destino.
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Este cuento no es para lograr que nadie dé los pasos más rápidos es tan solo para expresar que existen personas que dan los pasos lentos, tal vez mucho más lentos que otros y aún así, tienen un motivo para caminar, algo por lo que sostenerse y aunque sea casi imperceptible su movimiento, su avance, tan solo por su creencia y su esfuerzo avanzan, no decaen... llegan. Porque todo el que avanza, llega.
Muchas gracias Angel por dedicarme tus palabras, son bonitas. Un abrazo