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En la ciudad de Plenur todos estaban pendientes del lanzamiento del primer cohete al planeta Tiriton.
Tiriton era un planeta desconocido que ningún país se había atrevido a conquistar desde que se supo que había vida en el y todas las televisiones mostraron imágenes de unos pequeños seres a los que llamaron tiritones.
El valiente astronauta que había accedido a la misión se llamaba Bonifacio y estaba muy intrigado por cómo lo acogerían los extraños seres que lo esperaban en el desconocido planeta.
El día grande llegó y Bonifacio se enfundó en su traje espacial que constaba de una funda de color verde esmeralda, un casco y una mochila del mismo color donde llevaba una cámara de fotos, un botellín con un líquido con vitaminas y una bufanda para taparse la boca en caso de que hubiera muchos virus en el aire de Tiriton.
Todo el pueblo esperaba alrededor del cohete gigante cuando empezó la cuenta atrás: 10, 9, 8,7…
El cohete salió con una rapidez asombrosa dejando una gran estela en el aire. Bonifacio cerró los ojos y enseguida sintió cómo empezaba a flotar en el interior de la nave. A lo que se dio cuenta, ya había llegado a su destino.
Siguió las pautas indicadas: se enfundó su casco, rodeó su boca con la bufanda, quitó los cierres de seguridad del cohete y se dispuso a abrir la puerta. La primera sensación que tuvo fue la de un viento pesado que le golpeó en la cara y con un olor fuerte a alga de mar. Algo extraño, sabiendo que en Tiriton no existía ningún tipo de agua.
Bonifacio caminó por la tierra oscura hasta que delante de él apareció un ser diminuto de color naranja con una antena en el lado izquierdo de su cabeza y tres ojos de color verde que lo saludó alegremente:
- Uli Uli hombre de la Tierra. Aquí conocer mi mundo. Venir conmigo.
Bonifacio estaba alucinado, no llevaba cinco minutos en Tiriton y ya había podido comprobar con sus propios ojos que en efecto, había vida inteligente en ese planeta. Cuando llegó donde se encontraban un grupo de tiritones se presentó a ellos y todos aplaudieron. A continuación, el primer tiriton al que se encontró le dijo:
- Te vamos a enseñar muchas cosas sobre nuestro planeta. Te dejaremos que te lleves lo que más te guste para que lo tengas como recuerdo de tu visita a nuestro planeta.
Le enseñaron un montón de objetos curiosos: una plancha que si la tirabas encima de un montón de ropa lo planchaba todo al instante, un horno que cocinaba los platos en segundos, motos que te teletransportaban a diferentes sitios... Pero lo que más sorprendió al astronauta Bonifacio era una máquina que hacía que nunca nadie discutiera en Tiriton: La Máquina de la Paz. Consistía en cápsula en la que se encerraban las personas que estaban enfadadas y que no se abría hasta que las dos llegaban a un acuerdo o se pedían disculpas. De modo que este fue el objeto elegido por Bonifacio para llevarse a la Tierra.
El tiempo que tenía Bonifacio para estar en Tiriton se acababa así que el astronauta se despidió de todos los tiritones muy agradecido por su amabilidad. Cuando llegó de nuevo al planeta Tierra fue muy aplaudido y reconocido por ser el primer terrícola en llegar a Tiriton y por haber conseguido además traer algo tan importante como la paz al mundo.
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