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Erase una vez, en un pequeño barrio de Córdoba, vivían dos primos: Pablo y Alvabá (así lo llamaba su primo cariñosamente).
Un caluroso día de Octubre, sus papás decidieron llevarlos a la judería. Entre otros maravillosos lugares de la ciudad, visitaron el Patio de los Naranjos de la Mezquita Catedral.
Alvabá estaba muy contento porque le encantaba jugar con las naranjas.
- Primo échame la naranja, le dijo Pablo.
El niño se la tiró , pero con tan mala suerte que fue a parar a la fuente que adornaba el centro del gran Patio.
Pablo fue corriendo a cogerla, llevándose una gran sorpresa. ¡Había una pequeña rana croando!
- Alvabá, ven rápido. Corre.
- ¿Qué pasa primo?
- Mira, hay una rana. Parece que le has dado con la naranja, comentó Pablo.
- ¡Qué mareo! ¡qué mareo! ¿Quién ha sido?, gritaba la rana.
- He sido yo, contestó Alvabá. Pero ha sido sin querer.
Pablo y Alvabá estaban asombrados. La rana hablaba y ellos la entendían.
- ¿Cómo te llamas?, le preguntó Pablo.
- Soy la rana Nana y estoy muy triste porque esta fuente está muy sucia. Todo el mundo arroja algo. ¿No veis esas cosillas brillantes? No paran de caer. Y... ahora... esta naranja que me ha caído en la cabeza. Por un momento pensé que iba a morir.
Alvabá se sentía culpable y le pidió disculpas. No lo había hecho queriendo. Solo estaban jugando.
- Lo siento, lo siento. Ha sido sin querer. ¿Podemos hacer algo por ti?
- Tal vez sí, contestó Nana. Yo no tengo fuerza para sacar del agua esto que brilla. ¿Me podéis ayudar?
Pablo y Alvabá se miraron. Ambos le explicaron a su nueva amiga que se trataba de la Fuente de los Deseos, que eso que brillaba eran monedas que las personas echaban para pedir un deseo.
Nana no podía creerse que viviera en un lugar tan significativo. Se emocionó mucho y les dijo a los niños:
-No permitiré que por mi culpa se pierda esa tradición, aunque yo no puedo vivir así, esquivando monedas todo el tiempo. Me han dicho que muy cerca de aquí pasa el río Guadalquivir, ¿os importaría llevarme hasta allí?
-Sí, gritaron los primos a la vez.
-Nosotros te ayudaremos. Voy a por mi cubo. Será un buen lugar para transportarte.
La rana estaba nerviosísima y, al mismo tiempo, muy feliz. Sus amigos la iban a llevar a un lugar nuevo, más grande, y donde conocería a otras ranas.
Cuando llegaron al Puente Romano la dejaron junto a unos juncos. Cerca de allí se encontraba Papo, un sapo muy simpático, que fue a darle la bienvenida a Nana. Estaba muy emocionada.
Los niños se despidieron de su amiga y le prometieron visitarla de vez en cuando.
Papo le pidió a Nana que se quedara a vivir con él y ambos fueron muy felices en el tranquilo río, desde donde contemplaban el maravilloso paisaje cordobés.
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