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En una ciudad lejana de un país muy lejano, tres hombres que venían de tres lugares diferentes de la Tierra, se encontraron una moneda de cobre, en un sitio donde se cruzaban tres caminos. Primero pensaron en repartírsela en partes iguales, pero uno de ellos observó:
-¿Repartir una moneda de cobre? ¡Sería una lástima! Démosla a aquel de nosotros que sepa decir la mentira más gorda.
Los otros dos aceptaron y él comenzó, entonces, a contar su historia. Hela aquí:
-Mi tío es guardián de una mezquita. Ayer fui a reunirme con él y ¿qué pensáis que ocurrió? En cuanto nos fuimos a dormir, se levantó un viento que sopló cada vez más fuerte hasta que se transformó en un terrible ventarrón. Tan terrible que, en un momento determinado, elevó en el aire toda la ciudad, con sus mezquitas, sus casas, los jardines, las palmeras, las caravanas de camellos y hasta la tierra en la que todo esto se apoyaba, y llegó a arrastrar todas las casas muchos kilómetros lejos de allí.
Despertamos por la mañana en nuestra casa y nadie se dio cuenta de nada. Pero yo subí a la torreta más alta de la mezquita y, desde una distancia de varios kilómetros, divisé esta ciudad y la moneda de cobre que estaba en el suelo. He venido aquí a propósito de recogerla; por lo tanto, es mía.
-De ninguna manera –dijo el segundo extranjero-. Has contado una mentira muy gorda, pero la mía lo es más aún.
-Mi abuelo es pescador. Fui ayer a encontrarme con él y ¿qué se os ocurre que vi? Tiene en su casa una nueva criada, y esa criada es un pez que consiguió pescar hace unos diez días. Y debo decir que lo ha amaestrado muy bien: el pez le ordena la casa, barre el suelo, cocina, friega los platos y va al mercado. Mi abuelo también le ha enseñado a cantar. Cuando volvimos de pescar, encontramos preparada una comida deliciosa. Después de comer, el pez subió a la terraza a tender las redes de mi abuelo y desde allí, a una distancia de varios kilómetros, vio esta ciudad y esta moneda de cobre en el suelo. Me lo contó enseguida y decidí venir a cogerla. Por lo tanto, la moneda es mía.
-De ninguna manera –rebatió el tercer extranjero-. Has contado una mentira muy gorda, pero la mía lo es más aún.
-Mi padre es un vendedor de perfumes. Ayer fui a encontrarme con él y ¿qué creéis que me contó? Un día compró en el mercado un huevo muy grande y se lo dio a una gallina clueca para que lo incubase. Del huevo salió finalmente un gallo, que creció y no paró de crecer hasta hacerse tan grande que mi padre pudo cargar sobre él todas sus mercancías y recorrer el país guiándolo como si fuese un caballo. Pero un día le salió en el lomo una ampolla y el veterinario le aconsejó a mi padre que se lo frotase con aceite de dátil. Mi padre siguió escrupulosamente el consejo del médico, pero una vez se olvidó de quitar el hueso del dátil y en el lomo del gallo creció una palmera. Esta palmera siguió creciendo y, en pocos días, se llenó de flores y de frutos.
Cuando los vecinos vieron esos magníficos dátiles, comenzaron a arrojar al árbol piedras y ladrillos. Los dátiles caían al suelo, pero las piedras y los ladrillos se quedaban en el árbol. En poco tiempo, los dátiles formaron en la tierra un valle de dos kilómetros de extensión. Mi padre, entonces, consiguió una yunta de bueyes, aró el valle y plantó allí unas calabazas que alcanzaron en poco tiempo dimensiones gigantescas. Cuando estuvieron maduras, arranqué una e intenté cortarla. Pero, no sé cómo, el cuchillo se me cayó dentro de una calabaza, así que me vi obligado a atarme una cuerda a la cintura para entrar en la calabaza a recuperar el cuchillo. Cuando llegué al fondo, no había siquiera asomo del cuchillo. Encontré, en cambio, a tres hombres, a quienes les hablé así: “Amigos, ¿no habéis visto por casualidad mi cuchillo?”. “¡Qué tonto eres! –respondieron-. ¡Pretendes encontrar un cuchillo, mientras que nosotros estamos buscando una enorme caravana de camellos! Pero, si quieres un cuchillo, ve a la ciudad y allí, en el cruce de tres caminos, encontrarás la moneda de cobre que hemos perdido. ¡Cógela y ve a comprarte el cuchillo!”. Por ello he venido aquí y, como veis, la moneda me pertenece.
-Es verdad- dijeron los otros dos-. ¡Una mentira como la tuya se merece francamente una moneda de cobre!
Así que le entregaron la moneda y cada uno se marchó por su camino, rumbo a tres regiones diferentes de la Tierra.
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