La oscuridad de la noche se cirnió sobre la larga y encorvada playa. Bajo las parpadeantes estrellas, las olas lamían con suavidad la arena. Varias personas, cinco hombres y tres mujeres, estaban de pie en la playa, manipulando algo que parecía una cadena.
Después se pusieron en hilera, todo lo largo que podían extender la cadena, y quedaron inmóviles. Frente a ellos, un barco inmaculadamente blanco con una franja roja transversal en cada costado se agitaba ligeramente en las aguas poco profundas.
-¿Estáis seguros de que no tendremos compañía?-dijo uno de los hombres, mientras miraba de soslayo hacia la oscura selva que había al otro lado de la playa.
-Martin, no te preocupes-repuso otro-Ya hemos hablado de eso. Los animales estarán durmiendo.
-Es sólo que no me tranquili.....
De pronto calló. Había oído un gorjeo.
-¿Habéis escuchado?-preguntó sintiendo que los nervios crecían en su interior.
-¿El qué?¿el pájaro?. La mujer que estaba a su izquierda le miró y añadió:
-Ha sido un pájaro. Esto está lleno de ellos.
<>, pensó Martin, intentando quitarse el miedo.
Se escuchó un nuevo gorjeo, seguido de agitación de hojas. Y un segundo después, otro sonido, un chillido corto, vino de la espesura unos pocos metros a la derecha. Un escalofrío recorrió la espalda de todos. Ningún ave conocida emitía ese sonido.
-Caminemos con calma hacia el agua-sugirió Sam, el mismo que había intentado tranquilizar a Martin-En ella no nos podrán hacer nada.
Comenzaron a andar con la vista fija en el oscilante barco. La orilla quedaba a nueve metros. Atrás, el manglar que servía de separación entre la playa y la jungla se agitó de nuevo, y varios curiosos animalitos salieron a cielo abierto.
-¡Corred!-gritó Sam.
Mientras lo hacían, alguien tropezó, y en su caída, arrastró a todo el grupo. Tal como habían caído no tenían posibilidad alguna de volver a ponerse en pie. Varios de ellos, que aún podían moverse parcialmente, giraron el tronco y luego la cabeza hacia atrás y vieron con horror que los animalitos estaban a escasos centímetros de sus cuerpos.
Intentaron ahuyentarlos, pero no mostraban el menor miedo. Antes de que pudieran hacer nada más, les empezaron a trepar por las piernas.
Durante unos instantes, terribles gritos llenaron la noche. Después todo quedó en silencio.
Un mes antes
Una intensa y descorazonadora lluvia caía sobre San Francisco, convirtiendo las ventanas de la Asesoría Jurídica Cowan, Swan y Ross en improvisadas cataratas.
Donald Gennaro se encontraba en su despacho, ojeando una pila de papeles que tenía sobre la mesa. Estaba tan absorto en su trabajo que no se dio cuenta de que Daniel Ross, su jefe, acababa de entrar en el despacho.
-Ya lo han hecho, Donald-Gennaro alzó la vista-International Genetic Technologies pertenece al Gobierno.
Después de los últimos acontecimientos ocurridos en Isla Sorna, y con InGen en quiebra desde hacía tiempo, la administración californiana puso a su cargo todos los bienes de la empresa, incluídos por supuesto el Parque Jurásico y los laboratorios subyacentes de Sorna.
Pero por poco tiempo.
Una orden federal con fecha del 10 de Abril de 1994 exigía a California que cediera esos bienes al Gobierno. El proceso de transferencia acabó ese lluvioso 14 de Abril, y la rueda de prensa celebrada después para anunciar el resultado cinco minutos antes del encuentro entre Ross y Gennaro.
-¿Han dicho algo de la negociación con los costarricenses?-preguntó Gennaro, mientras dejaba el papel que estaba revisando sobre la mesa.
Su jefe movió la cabeza con gesto afirmativo.
-Mañana mismo habrá una reunión entre el presidente y el embajador estadounidense.
Los dos se quedaron en silencio, pensando en lo que iba a ocurrir a partir de ese momento.
La ley exigía que las propiedades de las compañías que se habían arruinado fueran destruidas, y por esto sencillamente fue por lo que Washington adquirió las propiedades de InGen, para destruirlas.
Pero, ¿eso no podía hacerlo el gobierno californiano?.
No por dos razones.
Primera: porque, al encontrarse el centro de recreo y sus laboratorios en aguas de otro país, el asunto adquiría carácter internacional; y segunda: porque en las islas estaban los animales creados y patentados por InGen, y Dios sabía que después de todo lo que había ocurrido nadie iba a organizar una nueva expedición suicida para matarlos de uno en uno.
Así que la única solución que quedaba era pedir ayuda al Pentágono y.....volar por los aires Nubla y Sorna. Ése era su terrible final.
El 18 de Abril, tres días después de haberse iniciado las conversaciones diplomáticas entre E.E.U.U. y Costa Rica, finalmente ésta dio luz verde a la "operación meteoro", a cambio de la nada despreciable suma de cien millones de dólares.
Cuatro enormes buques de guerra de color gris claro avanzaban veloces sobre las oscuras aguas del Pacífico, progresivamente cubiertas por una neblina baja y translúcida, lo que indicaba que las Cinco Muertes estaban ya cerca.
Ocho minutos después apareció a lo lejos, como la jiba de una gigantesca ballena jorobada, Isla Nubla. Uno de los barcos continuó navegando hacia ella, mientras los otros se dirigían a sus posiciones en distintos puntos del archipiélago. Debían colocarse de dos en dos, cada barco opuesto a su respectiva pareja, y cuando el capitán del primero diera la señal, empezarían a disparar.
Tímidamente, un gran sol anaranjado salía por el horizonte. De pie junto al timón, el Capitán John Maverick, de Dayton(Ohio), observaba fijamente la isla a través de la cristalera del puente de mando.
Súbitamente, una voz distrajo su atención.
-Debería ver esto Señor.
Maverick giró la cabeza: a su lado, un joven oficial de origen latino le tendía unos prismáticos. Con un signo de interrogación en su interior, los cogió y se puso a mirar.
Una mancha blanca, seguramente un barco, destacaba contra la tonalidad ocre de la costa.
Maverick giró la ruedecilla del Zoom al máximo.
Era un barco, en efecto; blanco, con una franja transversal y un rótulo en la parte delantera del casco que decía:GREENPEACE.
-Son ecologistas-informó sin apartar los prismáticos de los ojos-Pero no hay nadie en cubierta.
Su voz denotaba recelo.
-¿Cree que se habrán internado en la jungla?-preguntó el oficial hispano.
-No. Acabo de encontrarlos. En la playa. Están.....muertos.
Un jeep con el logotipo del Parque en la portezuela delantera yacía de costado entre varios cadáveres horriblemente mutilados, y unidos algunos de ellos mediante cadenas.
Había siete cuerpos en total.
-No podemos dejarles allí-dijo al tiempo que ponía los prismáticos sobre la mesa de controles-Oficiales Walles y Manzanedo, reúnan un grupo de hombres y espérenme junto a la barandilla de proa.
Los dos asintieron con la cabeza y se marcharon. Mientras tanto, Maverick se hizo con el intercomunicador de la mesa para hablar con la Sala de Instrumentos.
Una escala metálica colgaba de la barandilla del buque, a muy pocos metros de la playa.
En ésta, Maverick y los otros estaban examinando los cuerpos sin vida de los ecologistas entre manchas de sangre y enormes huellas de tres dedos. Minutos antes habían descubierto junto a la selva unos restos que, con absoluta certeza, indicaban que una persona, quizá dos, habían sido llevadas isla adentro.
Un suave chasquido sonó en el cinturón de Maverick y, acto seguido, comenzó a llamarle una voz. Sin inmutarse, el capitán cogió la radio que prendía del cinto y apretó el botón de respuesta.
-Aquí estoy, dígame.
-Señor, acaba de llamar el Capitán Cott para informar de que han encontrado cadáveres en la playa frente a la que están. Los cuerpos están siendo devorados por dinosaurios carroñeros, Procompsognathus cree que se llaman. Se disponen a desem.....
Maverick dejó de prestar atención a la radio. Ahora él, y todos, miraban fijamente la jungla. Habían oído un estruendo.
Se produjo otro. Luego otro. Y más. El estremecedor sonido se oía cada vez más cercano: el dinosaurio estaba caminando hacia ellos.
Unas avecillas aterrorizadas surgieron de la bóveda de árboles huyendo del peligro.
Huir, eso es lo que tenían que hacer ellos también, en lugar de seguir ahí como pasmarotes esperando la muerte.
Demasiado tarde. El animal los había visto.
De pie sobre la arena blanca, un Tyrannosaurus Rex los contemplaba.
Súbitamente la escamosa mole se inclinó hacia delante y lanzó un alarido tan fuerte que resonó en toda la zona.
Después volvió a erguirse.
Allá a lo lejos, donde la selva y la playa se curvaban hasta perderse de vista, sonó otro alarido. Entonces apareció un segundo Tyrannosaurus.
Los hombres echaron a correr despavoridos en dirección al barco. Pero no todos lograron ponerse a salvo; perecieron dos, uno de ellos el oficial Manzanedo, y hubieran sido más de no ser porque los dinosaurios se enfrascaron en una pelea.
Ya en el puente de mando, Maverick puso rumbo a la posición de ataque. Durante el trayecto llamó el Capitán Cott. Habían recogido los cadáveres y se dirigían a su posición. En cuanto llegaran podría comenzar la ofensiva.
-Fuego-ordenó Maverick solemnemente.
Una devastadora lluvia de obuses se desencadenó sobre las dos islas. Duró algo más de una hora. Luego los buques regresaron a casa.
Las dos semanas siguientes, un satélite de la N.A.S.A. con escáner termográfico transmitió imágenes de la presencia de vida en las islas.
Mientras tanto, un grupo de soldados se dedicaba a eliminar los Procompsognathida que pululaban desde hacía años por la selva de Cabo Blanco.
Por segunda vez en la Historia, los Dinosaurios desaparecían de la faz de la Tierra, y quizás nunca más volverían a pisarla.